Leyenda badajocense

          La fecha 18 de junio del año 1685 es recordada en Badajoz por los acontecimientos ocurridos ese día y que dieron lugar a una de las muchas leyendas que presenta la historia de la localidad.

     Se cuenta que manteniendo el interior de la Alcazaba la ubicación de edificios emblemáticos como la sede episcopal y diversos acuartelamientos, en esa fecha y a mediodía de la jornada se levantó una tormenta que hizo que cayera un rayo en el polvorín o Almacén Real de municiones existente en las cercanías de la sede episcopal ocasionando un incendio en el cuarto de la cuerda (donde se guardaban las mechas) que hizo peligrar el cercano cuarto de las bombas y con ello la posible destrucción de la casa del obispo.

          El temor producido hizo que la gente huyera despavorida en desbandada general. Unos se refugiaron en la cercana e inmediata Iglesia de Santa María del Castillo y otros en la catedral, cuando no hicieran como el Obispo y su séquito que también emprendieron huida, dirigiéndose al entonces existente convento de San Gabriel, ya en ubicación extramuros.

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Vista de Badajoz de Pier María Baldi (año 1669)

       Y aquí es cuando aparece la leyenda, aunque podríamos hablar en plural pues existen dos versiones de lo que se dice ocurriera, manteniendo presentes en ambas a  los mártires San Marcos y San Marcelino, de los que únicamente se sabe que eran hermanos gemelos, hijos de dos santos, Marcia y Tranquilino, que fueron convertidos por el mártir San Sebastián, y que no quisieron transigir siquiera con la apariencia de no ser cristianos cuando fueron detenidos durante la persecución de Diocleciano; por ello fueron crucificados en Roma el año 256, confesando públicamente su fe.

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        Pues bien, acaecido el elemento natural que indicábamos, con las posibles consecuencias catastróficas, el gobernador de la Plaza, Teniente General de Artillería Alonso Vivero acudía al polvorín para intentar atajar el incendio, pero el mayordomo que  custodiaba las llaves había huido también de modo que fue preciso quebrantar la puerta y reclamar el concurso de gente para acometer el difícil compromiso de sofocar el brote del incendio. Dificultosa tarea que exigía mucho ahínco popular.

           En una versión que podemos deducir de lo escrito por los historiadores se comenta que entre quienes se distinguieron en el esfuerzo destacaban una humilde vendedora llamada Isabel «la Sanginesa», que en recompensa recibió después el privilegio de quedar libre de impuestos en sus ventas, y dos jóvenes que a todos alentaban realizando con entusiasmo las tareas que suponían mayor riesgo. Una vez extinguido el fuego nadie volvió a verlos, de manera que su presencia se atribuyó a un milagro, estimándose que se trataba de los santos Marcos y Marcelino, cuya festividad se celebraba precisamente el día del incidente.

       Una versión diferente es aquella que dice que dada la festividad del día, el apresurado rezo que se hizo a los santos hizo que milagrosamente se detuvieran las llamas. Las personas que se supieron protegidas por la intercesión de los santos mártires pidieron a las autoridades eclesiásticas que fuera oficialmente reconocida la protección de los santos que les libraron al final de aquella terrible tormenta.

          Sea como fuere, en agradecimiento por haber salvado a la ciudad, y tras los trámites oportunos, un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos faculta al Deán y Cabildo para elegirlos patronos menos principales de la ciudad de Badajoz. Una vez ejecutado, fue aprobado por el Obispo Juan Marín Rodezno, el 13 de junio de 1699. Su celebración es sólo para la ciudad. De este modo se declara el 18 de junio como día de precepto para la ciudad con obligación de conmemorarla con rito de doble mayor con dos capellanes, como así se hizo en lo sucesivo.

         Una conmemoración que pasa un tanto desapercibida en la actualidad para el pueblo de Badajoz, como la obra pintoresca ejecutada por Alfonso Mures y que se encuentra en la Catedral de Badajoz, que presenta a los dos jóvenes vestidos de romanos y atados a un árbol en el que sufren martirio.

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       Esta situación fortuita determinó que ya, definitivamente, la sede episcopal se trasladara a una construcción de nueva planta situada fuera de la Alcazaba.

             Un recuerdo para conmemorar esta fecha.

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