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Historia natural piojosa

Bajo este sugerente nombre, hoy os traemos un post invitado que lleva la firma de Miguel Clavero, investigador de la Estación Biológica de Doñana (CSIC). A lo largo de las siguientes líneas, Miguel nos relata con gran maestría, apoyándose siempre en el conocimiento científico disponible, la intrahistoria que rodea a los piojos, esos diminutos seres que solo intentan buscarse las habichuelas como todo hijo de vecino, cosechando rotundos fracasos de crítica y público. Os dejamos con Miguel Clavero…. 

Piojo del pelo (Pediculus humanus capitis) fotografiado por Gilles San Martín. Imagen reproducida sin cambios bajo la licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 2.0.

El otro día sacamos un pequeño animal de la cabeza de nuestra hija pequeña: un piojo. En su rala cabellera fue fácil encontrar algunos más. Cuando nos adentramos en el pelamen de nuestra hija mayor, vimos que lo habitaba una muchedumbre, de la que seguramente salieron los piojos aventureros que se asentaron en el resto de las cabezas de la casa. Como primerizos en estas cosas, nos dejamos llevar por el pánico, corrimos a la farmacia de guardia y pusimos las rutinas patas arriba para acabar en ese mismito momento con la piojada.

Pasado el trago, con más calma, y picados por la curiosidad (sólo uno de los muchos picores que teníamos), fuimos aprendiendo cosas de los piojos. Primero, sobre su prevención, detección y tratamiento. Pero después sobre su ecología y su evolución, y sobre lo mucho que dice de la ecología y evolución de los animales que los albergan, los seres humanos entre ellos. Es una historia alucinante, que quizás nos haga ver con otros ojos al bicherío que llevamos encima… o quizás no.

Los piojos forman parte de un grupo de insectos llamados Psocodea, cuya categoría taxonómica (orden o superorden) está en discusión, dentro de los cuales se distinguen 3 tipos principales: piojos de la corteza, piojos de los libros y piojos verdaderos. Piojos de la corteza y de los libros se han agrupado tradicionalmente dentro del orden Psocoptera. Los primeros poseen alas y se les llama así debido a que son habituales en las cortezas de árboles y arbustos, donde se alimentan de microorganismos.  Los segundos, en cambio, no poseen alas y se les denomina así porque suelen vivir en casas e instalaciones comerciales, siendo habituales entre los libros, donde se alimentan de mohos y otros pequeños hongos. En cuanto a los piojos verdaderos, se incluyen en el orden Phthiraptera (quien pueda pronunciar la primera sílaba de un tirón se lleva un perrito piloto), son parásitos obligados de vertebrados de sangre caliente y según los últimos estudios parecen haberse originado a partir de los Psocoptera. Todas las especies de aves y mamíferos tienen asociadas una o varias especies de Phthiraptera, con las llamativas excepciones de murciélagos, pangolines y monotremas (equidna y ornitorrinco).

Dentro de Phthiraptera volvemos a tener dos grupos. Por un lado están los piojos masticadores o malófagos (estos, divididos a su vez en varios grupos… pero va siendo hora de acabar con este frenesí agrupador), que comen fundamentalmente restos de piel o plumas. Y, por fin, los piojos chupadores, que se alimentan de sangre. Los piojos chupadores solamente viven sobre mamíferos, apareciendo en un 20% de las especies. Los humanos, por tanto, podríamos habernos librado, como las ballenas, los elefantes, los armadillos o parientes más cercanos como orangutanes y gibones, que no tienen piojos chupadores. Pero no. Y, ya puestos a tener, tenemos varios tipos.

El primero de muchos piojos que aparecieron en las cabezas de la casa (foto: Miguel Clavero)

Las especies de piojos chupadores son muy fieles a las especies que parasitan y, en general, cada especie de piojo vive sobre una única especie hospedadora (aunque, como veremos, de vez en cuando dan saltos sorprendentes entre especies). Los de nuestras cabezas (Pediculus humanus) son animales que sólo viven en cabezas humanas. Los chimpancés y bonobos, nuestros parientes más cercanos, tienen también piojos (Pediculus schaeffi) que son, a su vez los parientes más cercanos a los nuestros. Cuando se han hecho estudios genéticos sobre chimpancés, humanos y sus piojos, resulta que tanto los primates (nosotros ahí) como los piojos tuvieron sus respectivos ancestros comunes hace unos 6 millones de años.

Los piojos tienen una relación simbiótica con un grupo de bacterias que les aportan vitamina B, un nutriente que no pueden conseguir directamente de la sangre de la que se alimentan. Estas bacterias se alojan en estructuras específicas del intestino de los piojos y se transmiten de las madres a la progenie. Pues bien, los análisis genéticos también muestran que las bacterias de los piojos de humanos y las de los piojos de chimpancés tuvieron un ancestro común hace unos 6 millones de años. Hasta ahí, todo cuadra: cada especie de primate fue evolucionando junto con sus propios piojos y éstos con sus bacterias.

Peeero… a la que se rasca un poco en la historia evolutiva de los piojos de los humanos surgen algunas peculiaridades. Resulta que lo que se considera una sola especie, son en realidad al menos 6 linajes genéticos (en base al ADN mitocondrial), algunos de los cuales se separaron del resto hace millones de años, cuando los Homo sapiens aún no existíamos. Esos linajes se conocen con letras que van de la A a la F, y tienen distribuciones muy variables. Mientras el linaje A es el dominante y se encuentra en todo el mundo, el F se descubrió recientemente en cabezas de comunidades Wayampi, que viven en lugares remotos de la Guyana Francesa (después se ha vuelto a encontrar en algunas muestras de México y Argentina). Dos de los linajes (D y E) son fundamentalmente africanos, el C aparece en África y Asia y el B tiene una distribución amplia en todos los continentes.

Si estos linajes son en general más antiguos que nuestra propia especie ¿cómo se han formado? La hipótesis que se maneja es que varios de los linajes evolucionaron sobre especies humanas distintas a la nuestra. Hace pocos miles de años había en la Tierra, de forma simultánea, al menos seis especies humanas (probablemente más). Hoy sólo quedamos nosotros, seguramente porque, como viene siendo nuestra costumbre, nos cargamos a todas las demás. Pero de los contactos que se produjeron entre humanos sapiens y el resto de especies nos quedan algunos genes en nuestro ADN y una buena diversidad genética de piojos en nuestras cabezas. Es una hipótesis difícil de comprobar, pero sugerente. Cuando pases la liendrera, piensa que los ancestros de esos piojos que atrapas podrían haber vivido en las cabezas de neandertales o de Homo erectus.

Madre napolitana despiojando a sus hijos. Fotografía de Giorgio Sommer – History in Photos, Public Domain

Nuestros piojos pueden hacer cosas realmente llamativas, como abandonar la pelambrera de la cabeza y pasar a vivir en un ambiente totalmente artificial: la ropa. Los piojos que viven asociados a la ropa, depositando en ella sus liendres, se conocen como piojos del cuerpo. Estos piojos son más grandes que los de la cabeza, se alimentan menos frecuentemente, comiendo más sangre en cada toma, y pueden vivir más tiempo separados de una persona (hasta 72 horas, cuando un piojo de la cabeza no llegará más allá de las 24h). Mientras los piojos de la cabeza aparecen indistintamente entre clases sociales y hábitos de higiene, los del cuerpo viven fundamentalmente sobre personas que no pueden cambiar las ropas que llevan (por ejemplo, en todo el mundo son frecuentes en gentes sin hogar). Además, mientras los piojos de la cabeza no generan problemas serios de salud, más allá de las incomodidades, los piojos del cuerpo transmiten enfermedades muy graves, como el tifus o las fiebres recurrentes, y se sospecha que podrían trasmitir eficientemente la peste.

En tiempos se pensó que los piojos de la cabeza y del cuerpo eran dos especies diferentes, pero hoy sabemos que los del cuerpo son poblaciones de piojos de la cabeza que han sido capaces de colonizar la ropa, y que estas hazañas han ocurrido en múltiples ocasiones, probablemente propiciadas por infestaciones masivas de piojos de la cabeza en algunos individuos o grupos.

Los cambios necesarios para colonizar la ropa pueden ser muy rápidos. A mediados del siglo XX, investigadores rusos lograron convencer a intrépidos voluntarios para vivir con poblaciones de piojos pegadas a su cuerpo, alojadas en pequeñas cajas forradas de tela. Sorprendentemente, en pocos meses, esos piojos habían tomado la apariencia y los hábitos de los piojos del cuerpo. La ropa es un hábitat que existe desde hace muy poco, y sin ropa no pueden existir piojos del cuerpo.

Por tanto, ¿podría lo que se sabe de los piojos del cuerpo informar sobre el origen de nuestro hábito de vestirnos? Pues parece que sí. Las herramientas de costura más antiguas que se han encontrado aparecieron en Siberia y tienen unos 50.000 años. Pero el análisis del genoma de piojos del cuerpo ha demostrado que algunos linajes tienen un origen mucho más antiguo, de hasta 170.000 años. Por aquel entonces, los humanos sapiens no habían salido de África, por lo que los ropajes o bien se desarrollaron en ese continente, o bien fueron inventados por otras especies humanas.

Ladilla (Pthirus pubis). Fotografía de Josef Reischig, Imagen reproducida sin cambios bajo licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported

Los humanos tenemos un tercer tipo de piojo verdadero, la ladilla (Pthirus pubis). Las ladillas son muy diferentes a los otros piojos humanos y también a los de chimpancés, contando con un cuerpo mucho más redondeado y robusto. Las ladillas viven sobre todo en el vello púbico y suelen pasar de persona a persona durante contactos sexuales, aunque en realidad pueden ocupar la mayor parte de los pelos del cuerpo, incluyendo barbas, bigotes y pestañas.

Las ladillas son piojos muy, muy parecidos a los piojos de gorila (Pthirus gorillae). Tanto que, cuando se hicieron análisis genéticos, se comprobó que ambos piojos eran especies hermanas. Hace entre 3 y 4 millones de años los ancestros de las ladillas saltaron desde el linaje de los gorilas al de los humanos. Al fin y al cabo, el paso de piojos entre gorilas y humanos no es muy diferente del que se dio entre diferentes especies de humanos. Puede darse cuando individuos de dos especies luchan entre sí, unos se comen a otros o ambos conviven en estrecha cercanía (por ejemplo, si grupos humanos retienen como mascotas crías de gorila después de cazar a sus madres).

Y ¿por qué pudieron las ladillas establecerse en el vello púbico? Pues parece que porque era un hábitat libre. Los piojos de la cabeza no pueden agarrarse al vello púbico, por ser muy grueso. Pero las ladillas sí pueden hacerlo, seguramente por estar adaptadas a aferrarse al grueso pelaje de los gorilas. Las ladillas sí pueden vivir en la cabeza, aunque muy raramente lo hacen. Pero ahí sí que el piojo de la cabeza es un competidor imbatible.

Curiosamente, los humanos no nos hemos limitado a ser receptores de piojos de otros primates. También los hemos donado. Desde principios del siglo XX, se sabe que los monos americanos tienen un piojo del género Pediculus, aparentemente una única especie presente en los cuerpos de diversos monos, incluyendo aulladores, monos arañas, capuchinos y titís. La observación era rara por dos cosas. Primero, por el hecho de que los piojos Pediculus, que fuera de América solo están en humanos, chimpancés y bonobos, viviesen sobre monos americanos. Pero también por la gran cantidad de especies de monos que parecían estar siendo colonizados por una única especie de piojo. Cuando se analizó el ADN de esos piojos, recogidos de monos aulladores argentinos, resultó que eran en realidad piojos humanos. Probablemente los piojos llevados por los humanos que colonizaron América encontraron en los monos de ese continente un nuevo hábitat libre de competencia, por la falta de otros piojos chupadores, siendo capaces de establecerse en numerosas especies.

Nuestros piojos tienen toda otra serie de características y capacidades fascinantes, como haber dividido su genoma mitocondrial en muchos trocitos, en vez de tenerlo en un único aro como el resto de los animales (sin que se sepa aún que ventaja les pueda dar este recorte) o haber sido capaces de desarrollar resistencia a la mayor parte de las sustancias tóxicas con las que los hemos combatido. Pero por ahora nos quedamos con su fabuloso viaje evolutivo por las cabezas de los diversos humanos y con sus cruces esporádicos con los cuerpos de otros parientes.

Algunas referencias

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