Un gran bostezo brota de la boca de uno de los asistentes, el cual es ligeramente disimulado; no muy lejos de allí, otro hombre mantiene una mirada un tanto perdida en sus pensamientos, y sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Apenas unos pocos metros más allá, una señorita maniobra a escondidas su celular; alguien más, ni siquiera se ha puesto de pie, como lo han hecho la mayoría de asistentes, sino que, desde su silla, observa un tanto esquiva, cómo un pequeño grupo alaba a Dios con muestras de gran amor en sus rostros.

Así es, estamos hablando del tiempo que hemos dedicado como iglesias a la alabanza y adoración hacia nuestro Salvador, y aunque está por demás mencionar que no todas las iglesias adoran igual, o viven esta realidad, creo que un buen número de ellas aceptarán sin duda alguna, que este actuar, no está muy lejos de su contexto.  

No trataremos en este artículo temas respecto al tipo de música usado en los cultos de las iglesias, sino más bien, acudiremos al libro de Apocalipsis, en donde observaremos cuatro características de una verdadera adoración celestial colectiva, adoración que resalta mucho más lo que “dicen” y “hacen” los adoradores, antes que la instrumentación usada, de lo cual se habla muy poco en el libro. Miremos pues estas cuatro características:

La manera de adorar

El término griego proskuneo significa textualmente, postrarse, reverenciar, arrodillarse. Veinticuatro veces aparece esta palabra en el libro de Apocalipsis, de las cuales 11 veces es usada para una adoración al Señor; sin embargo, la adoración en Apocalipsis se caracteriza por ser textual; es decir, cada vez que encontramos a seres angelicales o a redimidos adorando al Dios verdadero, ejecutan literalmente el acto de inclinarse hacia adelante y postrarse ante su Señor.

 Strong señala que la palabra griega proskunéo, pudo derivarse de “kúon” que es perro, es decir, “besar, como el perro lame la mano de su amo”.[1] Este hecho de postrarse, es una muestra de gran humildad, una muestra de gran reverencia, un acto con gran solemnidad, pero a la vez, reflexivo y con gran emotividad. 

En el libro de Apocalipsis, hallamos a varios grupos realizando este tipo de adoración celestial. Los veinticuatro ancianos que están alrededor del trono, (Ap. 4:4) son los que, con mayor frecuencia se los encuentra postrándose delante de Dios y del Cordero, a través de este libro. (4:10; 5:8,14; 7:11; 11:16; 19:4). 

Pero la adoración celestial en Apocalipsis, de manera literal, es decir, acompañada con el acto mismo de postrarse, no es exclusiva de los veinticuatro ancianos, sino también la realizan los cuatro seres vivientes (5:8; 7:11; 19:4), los mártires que salieron de la tribulación (7:9), y la gran multitud de ángeles alrededor del trono (7:11).

Lo que se dice

Si usted analiza con detenimiento las letras de muchos de los cánticos cristianos que llegan a destacar en la actualidad, probablemente observará que, un gran número de ellos tienen un enfoque existencialista, totalmente subjetivo, es decir, el enfoque no está en exaltar las virtudes, las cualidades, los atributos, del objeto de nuestra adoración, Dios mismo; sino más bien está en el hecho de cómo nos sentimos nosotros, si estamos tristes, o alegres, si sentimos la presencia de Dios, o no la sentimos, etc.

Al analizar lo que “dicen” las personas que alaban a Dios en el libro de Apocalipsis, su adoración no está dirigida al sentir humano, a su estado de ánimo, sino está enfocada totalmente en exaltar la grandeza de él, en elogiar al único y verdadero Dios, en enaltecer sus méritos, incluso en aquellos pasajes en los que se mencionan las gracias que hemos recibido de él, (5:10; 19:8) el enfoque no está en la persona que recibió, sino en Aquel que nos lo dio.  

Al menos en veintidós ocasiones en que se alaba a Dios en este libro, usando el verbo “decir”, ese elogio se encamina a magnificar los atributos de Dios: su santidad, su omnipotencia, su eternidad, su soberanía, su sabiduría, su justicia, su poder, su dignidad (4:8,11; 11:17; 12:10; 14:7; 15:3; 16:5; 16:7; 19:6). En expresar acciones de gracias: Por la creación (4:11; 14:7), por la redención (5:9,12; 7:10,12), por sus obras maravillosas, (15:3) por reinar; (7:10, 11:15,17; 12:10; 19:6) y también, en alentar a otros a participar en esta alabanza (19:5,7).

Cómo se dice

Mientras los estadios y escenarios artísticos se llenan de asistentes, que a una voz rugen las canciones de sus cantantes favoritos, el volumen de las voces en las iglesias se ha visto opacada por el volumen de los altavoces. No estamos hablando de una pérdida en el orden, pero sí estamos hablando de que, en muchas ocasiones, la precisión teológica, parecería estar acompañada de una apatía en la adoración congregacional, el celo doctrinal en muchos casos, nos ha llevado a mostrar una actitud indiferente y fría al adorar junto con la iglesia de Cristo.  

Una de las características de la alabanza colectiva en Apocalipsis, es el acto de ser realizada a gran voz; (5:12; 7:10; 11:15; 19:1,6) y desde luego que, esto involucra entendimiento de toda expresión pronunciada en nuestra alabanza y adoración a Dios, pero también involucra sentimientos y emociones movidas por ese mismo entendimiento, alegría, admiración, celo, gratitud.

En el capítulo 7:9 podemos observar a una multitud de gentiles en el cielo, todos ellos en pie, (7:11) clamando a gran voz (7:10). El verbo “clamor” (que acompaña a la expresión “gran voz”), viene del griego “Krázo”, una onomatopeya tomada del graznar de los cuervos pequeños llamando a su madre. Es alzar la voz con vehemencia hasta ser escuchado.

El salmista dice: “Aclamad a Dios con alegría”. (Salmos 66:1). El significado literal es: “Alzar la voz con alegría”. No solo es el hecho de alzar la voz, sino que lo hacen en un estado emotivo conocido como alegría. La presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, afecta no solo nuestro intelecto, afecta todo nuestro ser, y eso involucra también nuestras emociones. “Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra…” (Salmos 100:1) dice el salmista, usando el hebreo “renaná” (cantar), que es un grito de alegría.

El orden

Uno de los frecuentes errores de la iglesia hoy en día, es observar un total desorden en el tiempo dedicado a la alabanza y adoración. Gente que se tumba al piso en aparentes estados extáticos, mientras otros gritan y bailan sin control. Al parecer, no han observado, que el grito de júbilo bíblico, es alzar la voz con alegría, pero de una manera uniforme.  

Apocalipsis nos enseña que en la adoración celestial existe un claro orden. Los veinticuatro ancianos que están sentados alrededor del trono, (4:4) se postran y adoran, siempre, luego de que los cuatro seres vivientes repiten: “Santo, santo, santo…” (4:8-11). Se puede apreciar claramente que cuando los cuatro seres vivientes hablan, los ancianos callan, y viceversa.

Posteriormente podemos mirar en el capítulo 5, una disposición precisa en la adoración al Señor, los participantes que son: Los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos, y millones de ángeles, mantienen un orden claro, pues Juan diferencia claramente lo que dicen los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos (5:9,14), de lo que dicen los millones de ángeles. (5:11-13)    

En el capítulo 7, el número de participantes se hace mucho mayor, pues se involucran en la adoración celestial, una multitud de gentiles de toda nación, tribu, lengua, quienes cuando adoran, lo hacen al unísono; y luego, retoman su participación nuevamente, los ángeles que están en pie alrededor del trono, los veinticuatro ancianos, y los cuatro seres vivientes.  Si bien la adoración celestial, involucra a un número incontable de participantes, cada uno toma su turno para expresar elogios al Señor. (7:9-12).

Debemos mirar el libro de Apocalipsis, como un libro que presenta la alabanza y adoración perfecta para Dios, la alabanza y adoración que es agradable a Su corazón. Cada uno de nosotros deberíamos pensar que, la actitud de nuestra adoración colectiva, es un simple reflejo, de la actitud en nuestra adoración individual.


[1] James Strong, Nueva concordancia Strong exhaustiva: Diccionario, 2002, 72.


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