Otra vez con el adoctrinamiento

El gobierno nacional sigue peleando contra fantasías ideológicas que no son el verdadero problema

Nacional 08 de abril de 2024 Javier Boher Javier Boher
2024-04-07-boher
Por Javier Boher
En este país nunca se puede bajar la guardia. A pesar de que dentro de cada argentino hay una pequeña llama liberal que se resiste a extinguirse, lo que más predomina es el impulso de querer imponer con fuerza el poder que se tiene en un momento determinado. Se intenta con forzar algo que no parece coincidir con eso del respeto irrestricto por el proyecto de vida del otro.
El fenómeno Milei empezó a gestarse hace más o menos una década. Era un exponente extremo y marginal de una corriente liberal que se iba conformando como rechazo a los lineamientos políticos y económicos del kirchnerismo, que trataba de imponer con fuerza su visión del mundo. Esa actitud autoritaria y dogmática los fue convirtiendo en un movimiento sectario, muy predispuesto a perseguir a los que no coincidían con su pensamiento.
La semana pasada el vocero presidencial adelantó que irían por un cambio en la ley de educación para penar el adoctrinamiento, a pesar de que la tarea misma del sistema educativo es adoctrinar en una determinada serie de valores: izar la bandera, cantar Aurora, los actos para fechas patrias, cantar la Marcha de la Bandera, el Himno, usar escarapela, jurar la bandera, disfrazarse de vendedores de velas, pastelitos o granaderos, todo es parte de un sistema de transmisión de identidad que tenemos tan incorporado que nos parece algo bueno, algo que hay que hacer. 
Por supuesto que la idea del gobierno sería penar la difusión de ciertas ideas, contrarias a la visión de las cosas que tienen los libertarios, en un nuevo dogma que se trataría de imponer desde el Estado, un uso fascista de la estructura pública, pensando en excluir a una parte de la gente por cuestiones ideológicas en lugar de incluir a todos bajo ese manto celeste y blanco que implica la argentinidad.
Es real que en la docencia existe algo así como un "corrimiento" progresista, algo que está instalado desde hace años y que se sigue reproduciendo desde institutos de formación docente que cada vez tienen peor nivel. Tal vez tenga algo que ver el bajo nivel de salarios, donde muchos docentes se terminan viendo a sí mismos como obreros que cambiaron el overol azul por el guardapolvos blanco. No existen incentivos de ningún tipo para elegir la carrera docente, apenas un trabajo en blanco con francos fijos.
Esa tendencia progresista fue la responsable de generar una visión militante de la docencia, al ver a la educación como un camino a la emancipación y no como una conjunto de herramientas para insertarse de manera funcional en el mercado de trabajo. Hacen falta albañiles que sepan sacar cuentas para calcular materiales, no unos que puedan filosofar sobre el destino sociopolítico de la humanidad, por poner un ejemplo. Si la escuela no hace eso, falla doblemente: no le da posibilidades de superación a cada individuo -con las cuales pueda definir realmente qué quiere hacer con su vida- y perjudica al conjunto de la sociedad generando sucesivas oleadas de gente incapaz de sostener un empleo y contribuir al bienestar general.
Los docentes no deben bajar línea política, pero para eso también está la casa, con padres atentos que contrastan o compensan las ideas con las que no comulgan. Además, cada escuela es un mundo en sí mismo, ya que todos los docentes saben qué piensan sus compañeros y tienen la posibilidad de matizar dentro de su aula. En adición, el posicionamiento ideológico personal es relativo: se puede ser progresista en una escuela y liberal en la otra, no por falta de convicciones, sino por un contexto que nos expone a hablar más de unas cosas que de otras.
Como siempre, peor que el supuesto adoctrinamiento es abandonar a los alumnos por falta de interés, mirando cuánto nos depositan en la cuenta antes que lo que le pasa a esas personas que tenemos adentro del aula. Es peor una escuela llena de burócratas que se lavan las manos cuando les toca un caso complejo que una que trata de darle oportunidades de superación a todos. A todo esto los alumnos lo sienten, por eso se acercan más a algunos adultos que a otros, pidiendo consejo o acompañamiento de parte de aquellos que demuestran preocuparse por ellos más allá de cualquier otra cuestión puntual.
Penar el adoctrinamiento es tan vago que nos olvidamos de lo importante de la escuela por una infantil batalla cultural que no sirve para nada. Hoy será malo hablar de Marx, quizás mañana sea reprochable hablar de Alberdi. Los tiempos y las ideas cambian, por eso la expresión debe ser libre, para que el intercambio fluya y nos permita crecer.
Cierro con una historia familiar. En el año 1969, después de una frustrada participación en el cordobazo como estudiante secundario, mi papá se fue de intercambio a Estados Unidos por una beca que se había ganado. En clase de oratoria debían presentar la biografía de alguien que admiraban, así que él eligió al Che Guevara. En el sur confederado de Alabama, donde todavía había escuelas segregadas, a una década de la Revolución Cubana y en medio de la guerra fría. El profesor lo felicitó y le puso una buena nota. Al final eso es lo importante: poder separar lo que uno piensa de lo que es su rol como docente. Lo opuesto es lo verdaderamente malo, independientemente del contenido ideológico que se le quiera poner por ley.
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