La influencia de las celebrities de las revistas y de la televisión crean tendencia. Y en el caso de los dientes este hecho se traduce en que parece que todo el mundo debe tener los dientes de un blanco nuclear. Pero, lamentablemente el blanco no es el color natural de los dientes. Más bien deberíamos hablar de diferentes tonalidades de amarillo e, incluso, de marrón. Y lo normal es que el color, el que sea, nos venga por herencia.

Y, por si esto fuera poco, cuando nos vamos haciendo mayores la pulpa del diente avanza hacia la raíz y la dentina va perdiendo su transparencia. Y esto, que podría parecer una tontería hace que la tonalidad se oscurezca, ya que la citada pulpa es la que aporta la luminosidad a nuestras piezas dentales.

Pero aparte de la madre naturaleza, hay otra serie de condicionantes que hacen que nuestros dientes luzcan menos blancos de lo que quisiéramos. Entre ellos, se encuentran, especialmente las bebidas: refrescos de cola, vino tinto, café y té, entre otros. Consumidos con cierta asiduidad provocan la aparición de manchas y el tan temido tono amarillento.

Y si hablamos de medicamentos, hay que añadir a la lista de productos a evitar, dentro de la medida de lo posible, a antibióticos como las tetraciclinas o la doxiciclina, colutorios a base de clorhexidena y algunos antiestamínicos. Usados de manera esporádica, no tienen por qué tener ningún efecto, pero sí en el caso de que los consumamos en el tiempo. Otro enemigo número uno de los dientes blancos es el tabaco.

En el mercado podemos encontrar decenas de productos que prometen el blanqueamiento total. Incluso, se atreven a proponerlo desde comercios de estética. Pero si realmente quieres un blanqueamiento con garantías, deberías hacerlo bajo la supervisión de un odontólogo porque, entre otras cosas, antes de realizar estos tratamientos hay que comprobar la ausencia de caries ocultas y otras enfermedades bucales. Y es que, con la salud de la boca, no se juega.