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José Hierro

Visiones de Hierro

José Hierro y su tiempo

Por Joaquín Benito de Lucas

El poeta José Hierro, que nace en Madrid en 1922, pero que se siente santanderino por los cuatro costados, forma parte de un grupo de numerosos poetas que se dieron a conocer a partir de 1940. Terminada la Guerra Cvil, exiliados o silenciados los poetas que forman la generación del 27 y los que componen la del 36, un grupo de jóvenes escritores comienza a abrirse camino en el mundo de la lírica. Al principio, a través de las revistas poéticas: Garcilaso, Espadaña, Cántico y Proel, entre otras. Después, con la publicación de sus libros. Sus nombres hoy son bien conocidos en el campo de la poesía española: José García Nieto, Rafael Morales, Blas de Otero, José Luis Hidalgo, Rafael Montesinos, Leopoldo de Luis, Pablo García Baena, José Hierro y muchos más.

En esos primeros años de posguerra, la poesía no podía interesar demasiado dada la situación en que se encontraba el país. Pero eso no impidió que los poetas fueran numerosos y con estilos y características diferentes. Incluso se daban tendencias distintas entre ellos que podemos considerar representadas por las diferentes revistas en donde publicaban sus poemas.

Así, Garcilaso (Madrid) representaba la tradición renovada de nuestra mejor poesía del Siglo de Oro; su director y cabeza más visible era José García Nieto. Espadaña (León), más realista, se orientaba hacia la problemática del hombre moderno en un mundo de injusticias; estuvo capitaneada por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora. Cántico (Córdoba) buscaba en la poesía, por el contrario, la intimidad de los sentimientos y la belleza del lenguaje —fue fundada por Ricardo Molina y Pablo García Baena—, mientras que Proel (Santander) indagaba en la existencia del ser humano y su manera de estar en el mundo; su director fue Pedro Gómez Cantolla.

A esta última revista estuvo vinculado José Hierro, colaborando en ella de una manera asidua. Incluso, en la colección de poesía Proel publicó su primer libro, Tierra sin nosotros, y el tercero, Con las piedras, con el viento.

No obstante, Hierro no es el primer poeta de su generación en publicar su primer libro. Antes lo hicieron García Nieto (Víspera hacia ti, 1940), Blas de Otero (Cántico espiritual, 1942), Rafael Morales (Poemas del toro, 1953), Luis López Anglada (Impaciencias, 1943). Y un año después, en 1944, Rafael Montesinos (Balada del amor primero), y José Luis Hidalgo (Los animales). Y al siguiente, 1945, publicaron su primer libro de versos Carlos Bousoño (Subida al amor), Ricardo Molina (El río de los Ángeles) y Eugenio de Nora (Cantos al destino). En 1946 aparece el primer libro de Pablo García Baena (Rumor oculto) y de Leopoldo de Luis (Alba del hijo). Hay que esperar al año siguiente, 1947, para la primera publicación de José Hierro (Tierra sin nosotros). Esta es, pues, una amplia nómina, aunque incompleta, de los componentes de la generación de posguerra y sus primeras publicaciones.

En 1947, José Hierro da a luz el ya citado libro Tierra sin nosotros, pero, además, publica, también en el mismo año, Alegría, con el que obtuvo el Premio Adonais.

Desde su primera entrega, la poesía de Hierro toma el camino del testimonio, pero expresado con un lenguaje de gran belleza y respetando en la construcción del poema las formas clásicas (sonetos, romances…) con una gran variedad rítmica.

Se puede decir que, en cierto modo, resume las otras corrientes. Así, pues, participa de la tendencia garcilasista, aunque sólo en su parte formal; se vincula a la poesía social de Espadaña, bien que sin crítica política, y no está lejos del culto al lenguaje y de los sentimientos que propugnan los poetas de Cántico.

Él mismo ha manifestado en numerosas ocasiones que su poesía es un «testimonio de vida», un «reportaje» de su existencia al que incorpora, además de sus experiencias de hombre, todo lo amable y amargo del mundo que le rodea. No se trata, pues, de un lírico intimista, sino de un poeta que, tomando como punto de partida su propia existencia, nos ofrece en su obra el panorama de la vida española que le ha tocado vivir.

Los críticos han dividido su obra en dos etapas: la primera va desde su libro inicial, ya citado, hasta el titulado Cuanto sé de mí (1958). En ella predominan unos procedimientos que él mismo ha designado como reportajes: «El lector advertirá que mi poesía sigue dos caminos: A un lado, lo que podemos calificar de reportaje… [donde] se trata de una manera directa, narrativa, un tema. Si el resultado se salva de la prosa ha de ser, principalmente, gracias al ritmo, oculto y sostenido, que pone emoción en unas palabras fríamente objetivas».

La segunda etapa va desde Libro de las alucinaciones (1964) hasta Cuaderno de Nueva York (1998). En ella su poesía se hace más compleja, perdiendo la claridad de la primera época, pero ganando en intensidad comunicativa y riqueza metafórica por medio de lo que él llama alucinaciones:

«En el segundo de los casos todo aparece como envuelto en niebla. Se habla vagamente de emociones, y el lector se va arrojando a un ámbito incomprensible en el que es imposible distinguir los hechos que provocan esas emociones».

Tenemos, pues, un poeta que puede representar con su obra el contenido lírico de medio siglo. Desde el principio ha sabido ir evolucionando en sus formas expresivas sin modificar en lo esencial su visión de mundo originaria. Él ha dicho en numerosas ocasiones que el poeta está escribiendo siempre el mismo poema. Su obra, vista en su conjunto, nos parece un hermoso y testimonial poema en el que ha sabido encerrar las inquietudes, las angustias, el dolor y la alegría de nuestra época.

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