Alborotar el gallinero

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

“Má, te voy a pedir un permiso que no te va a gustar, de hecho, a mí también me parece que está raro, pero es que tengo muchas ganas de ir con ellos”, me dijo el de 15 ayer en la noche.

El chamaco es parte de un equipo de fut que pasó a la final del torneo y que, por primera vez en la vida, organizaron juntarse y convivir fuera de un partido para comer juntos. 

La cita era en el Negroni 12-14 chamacos de 15-16 años.

Efectivamente no me gustó el plan; mi chamaco me conoce bien.

Lo primero que dije fue ¿poooooooooor?, o sea, ¡qué padre que se junten a comer, me encanta! Pero ¿por qué en un restaurante pretencioso, caro y con cero gente de su edad alrededor? (aclaro que tengo NADA en contra del Negroni, es más ¡me encanta!, pero de que es caro y pretencioso pues sí, es caro y pretencioso).

“No sé ma, alguien dijo y ahí quedaron”, “A papá tampoco le pareció”.

Yo en mi cabeza: Piensa rápido, piensa rápido, piensa rápido.

Cuando por fin tuve un plan, fui al chat que tenemos él de 15, el Ex-ponsor y yo y puse:

“No estoy de acuerdo con el plan, estas son mis razones, y creo que son las mismas que las de tu papá. Pero también puedo entender que para ti es importante ir y por lo tanto me parece que podemos poner ciertas condiciones de manera que puedas ir, siempre y cuando sepas que este plan es una absoluta ridiculez y que está mal en demasiadas maneras” (las medidas: no alcohol, presupuesto limitado, un tiempo razonable) y luego, luego me acordé de Juan…

Juan (cuyo verdadero nombre no es Juan, pero por razones obvias aquí así le vamos a poner) es un compañero de su equipo cuya realidad es mucho menos privilegiada que la del resto; vive muy lejos y durante varios años, varios papás se han organizado para llevarlo y traerlo a los partidos lejanos y cercanos. Juan es un extraordinario jugador de fútbol y un extraordinario chamaco, estudioso, chambeador y súper, pero suuuuper bien educado (yo también he tenido el privilegio un par de veces de servirle de Uber y es absolutamente encantador). Juan es una parte indispensable del equipo y un gran compañero.

“¿Y Juan?” -le pregunté al de 15- “Porque ¿sí sabes que para él ir a un lugar así no es una opción (en cuestión de presupuesto) verdad? (¿y que para ustedes tampoco? ¿aunque sus papás lo puedan pagar?) y, que incluso si ustedes lo invitan, no es apropiado por muchísimas razones ¿lo sabes, verdad?

“Pues sí Ma, pero ahí quedaron”.

Fui con el Ex-ponsor con la misma pregunta y la misma indignación ante la mamarrachada de plan y preguntándome ¿Por qué no unos tacoooos? ¿¡What the fuckety fuck pasó con lo de vamos por unos tacoooos?! 

El respondió lo mismo, que estaba indignado pero que en eso habían quedado… y entonces pregunté… Ok y ¿por qué ninguno de ustedes dos hace algo? 

Los dos: “¿Pero, qué?”

Yo: ¿Decirlooooo?   

No solo por lo del jet set restaurantero, sino porque Juan no puede ir ahí un domingo a comer con su familia, y si uno del equipo no puede ir normalmente, ¡nadie debería de ir a convivir en equipo, sin un miembro fundamental del equipo! se llama, precisamente, ¡ser un equipo!

¿Y sabes qué hijo mío de mi corazón? -le dije- ya sé que primero dije que sí, pero ahora que pienso en Juan, me parece que, si no cambian de lugar, tú no puedes y no debes ir tampoco por purititita solidaridad, así que, si lo que quieres es salir con ellos, ponte a alborotar el gallinero y busca que cambien de plan a alguito más terrenal para todos los involucrados.

Siendo que el Ex-ponsor es el administrador de todo lo que tenga que ver con partidos, ligas y entrenamientos de futbol, le sugerí: ¿Por qué no haces un chat con los papás y les planteas la posibilidad de decirle a sus criaturas que, simplemente, esa nooo es una opción?

En menos de 30 minutos de existir, en ese chat la mayoría de los papás y mamás habían opinado cosas como ¡Estoy totalmente a favor! ¡Que vayan por tacos o a un lugar más apropiado! 

Me da una enorme paz enterarme que sigue habiendo personas sensatas. Me la quita, que luego se nos olvida usarla. No me malentiendan, no es con ellos, no es de ninguna manera personal, es que todo este episodio me dejó pensando en el nivel de kestapasaaaandaaaaa papás y mamás en esta bonita sociedad, que ¡nos urge a todos ponernos a reflexionar!

¿Ahora resulta que los menores de edad deciden a dónde van y nosotros solo les damos una tarjeta, los llevamos, los traemos y ya? ¿Cuándo dejamos de ser la autoridad? ¿Cuándo les importó a nuestros papás decir no, no puedes ir ahí, qué ridiculez, ni mucho menos te lo voy a financiar? ¿Cómo es posible que nos quedemos todos mudos porque pues ya decidieron y qué padre que se pusieron de acuerdo? 

¡Nememeeeeen!

Imagínense si el estándar para una primera comida, sin nada especial que celebrar, es ir a un lugar así ¿qué van a necesitar a los 21 cuando estén celebrando salir de la universidad? ¿Cómo van a querer su boda? ¿Cuándo van a tener llenadera? 

Y más allá de eso, qué urgente es que entiendan el contexto de la vida de Juan (que es el de millones de niños en este país) que trabaja en las tardes para ayudar a su papá que está enfermo. ¿!Cómo crees que se van a ir a reventar 4, 5, 6, 7, 8 mil pesos en una comida de pizzas y pastas con jitomate, cuando su compañero necesita trabajar saliendo de la escuela?! ¡No, no, no, y noooo! Vaya o no vaya Juan, eso simplemente, no.está.ok

“¿Si entiendes que no está bien verdad?” – le pregunté a mi hijo- “Sí Ma” me dijo el chamaco muuuy frustrado, pero entendido de que no era un no, solo porque no, de la loca incendiaria y alborotadora de gallineros de su mamá.

¿Cuándo le ponemos los pies en la Tierra a nuestros hijos?

¿Cuándo entendemos que poderles dar “todo”, no es sinónimo de tenerlo que hacer?

¿Cuándo que ponerlos en lugares y situaciones no apropiadas, los avienta a precipicios de los que luego no los podemos rescatar?

¿Cuándo que, ya que se acostumbran a que todo sea high end ( o sea muy fífÍ), no hay manera de que puedan apreciar nada, especialmente cuando no han hecho naaada para conseguirlo, ni entienden el trabajo que cuesta ganar 1000 pesos, como para irselo a botar en un aperol (que, además, ni siquiera tienen edad para tomar)?

¡Me incendio!

Todo.todo.tooooooodo pinches mal.

Aclaro que es indispensable que los escuincles aprendan a armar sus planes ¡claro que sí! Soy la primera de la lista que siempre lo dice, perooooo: nosotros seguimos siendo los papás responsables a su cargo y quienes seguimos financiando y pues como decía mi abuelo: “el que paga, manda”. Tenemos no solo el derecho, sino la responsabilidad de decir ¡no, ahí no pueden ir! ¿No les mandaron ese memo o qué papás?

Este es el memo.

Tenemos que aprender a aterrizar a nuestros hijos. A no convertirlos en chamaquitos caros y pretenciosos. A entender que lo que importa no es a dónde vas, sino ¡con quién vas! Muy especialmente, a eso de la solidaridad con Juan, o con quién sea. Y a no dejarnos manipular y pensar que qué pena ser el papá o la mamá que llame al sentido común y acordarnos que el jefe seguimos siendo nosotros, no ellos.

¿Cómo chingados cambiamos a este país si no es pensando tantito más en los demás cuando la oportunidad se nos presenta? ¿Y cómo les enseñamos a ser personas sensatas si no es con permisos sensatos?

Esos papás, somos todos los papás, los uso como ejemplo hoy (ustedes perdonen pero nos querían chamaquear a todos) solo para ejemplificar qué fácil es irnos confundiendo entre el dejar crecer, y dejarse manipular por los hijos y por una sociedad mamadora que nos hace pensar que eso de la pose es a lo que hay que aspirar y lo tenemos que permitir. Nos da pena decir en voz alta cosas que, como pueden ver, pensamos igual. 

¿Cuántas veces nos callamos por no ser menos populares con nuestros hijos, o con los demás? ¿Por no quedar mal? ¿Por “qué van a decir”?

No tenemos que nada. Somos sus papás y podemos siempre que sea necesario: disentir. Enseñarles a valorar. A estar sin posar. A disfrutar sin pretender. A decir tú no vas, aunque todos vayan. A tener 15 años y un chingo, pero un chiiiiingo más de sentido común. Y a ponerles los pies en la tierra.

Los papás y mamás de ese chat estuvieron de acuerdo, de manera casi unánime, en que era way too much ¡los felicito! y por su lado, el de 15 y sus cuates decidieron también, cambiar de lugar ¡Eureka! 

Ojalá que podamos ejercitar el músculo de regresar a eso de que menos es siempre más y ojalá que aprendamos también a alborotar los gallineros necesarios y no conformarnos con algo que sabemos que está mal, en aras de no quedar mal. Y recordemos la enorme diferencia que puede hacer educar en comunidad y hacer equipo entre papás, y entre la chaviza.

Enseñémosles a nuestros hijos a usar su voz, usando la nuestra, de manera regular.

Más de la autora: Todos chupando tranquilos

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