Entrevista y fotos David Lara Ramos

El cuento Los oficios de Dios, de Vincent Taborda, miembro del Taller de Escritura Creativa Cuento y Crónica de Cartagena (Red Relata) fue elegido dentro de los mejores 25 textos en el VII Concurso Nacional La Cueva, y publicados en el libro El Coi y otros cuentos (2018), que recoge los relatos premiados.

El jurado, conformado por Pablo Montoya, Orietta Lozano y Rómulo Bustos establecieron en el acta de premiación que los cuentos: “…palpitan con gran vitalidad en el actual panorama del cuento colombiano […] Creemos que tanto los cuentos ganadores, como los mencionados y los finalistas dan fe de este riquísimo caudal”.

Esta entrevista con Vincent Taborda recoge los orígenes de su afición por la escritura y las múltiples búsquedas en las que aún se encuentra empeñado. Un escritor maduro, del que se espera pronto su primer libro de cuentos.

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Podrías hacer, para comenzar, una autoaproximación biográfica. ¿Quién es Vincent Taborta?

 Yo nací en un pueblo de Montería llamado Los Garzones. Un lugar tranquilo, como todos los pueblos del Caribe, lleno de viejos y fantasmas. Un pueblo donde el diablo tiene cola, cacho y trinche y donde una mujer señorita alza una rosa roja y ¡zas!, no llueve. Allí morí 24 años de mi vida. Estudié primaria en una escuelita rural mixta que tenía cinco salones correspondientes a cada grado y allí mismo hice mi bachillerato. Cuando me gradué de secundaria, no ingresé a la universidad enseguida. Me costó nueve años hacerlo. La educación superior para el yo de ese entonces, sin más apoyo que el sudor de su frente y las fuerzas de sus manos, era remota. Trabajaba en una bloquería donde el esposo de una tía. Hacía bloques y vendíamos material a domicilio. Empujábamos una carreta a donde se requiriera el material: china, arena, bloques y postes. Con lo que me ganaba pagaba los servicios públicos de la casa de mi abuela y aportaba para la comida. También pagaba un cursito de esos que te entretienen mientras te abres camino a la muerte. Una tarde del 2012 sonó el teléfono, era mi madre biológica. Me dijo que me fuera para Cartagena, que acá había una tía que me iba a ayudar a estudiar una carrera universitaria. No me fui. Me llevaron. Y acá estoy todavía, en una tierra que nadie me prometió.

¿Cómo fue tu niñez, quiénes te criaron? 

Libre. Todos los días había algo que hacer: ir a robar sorgo para hacer “ahogaviejas”, íbamos a los papayales a comer papayas, nos cruzábamos el río Sinú a nado, cogíamos maíz de las cosechas, mangos, nísperos y cuanta fruta se atravesara en esa niñez desaforada. Jugábamos fútbol detrás de la licorera Sinú, que hoy es la Defensa Civil. Cazadores de aguaceros crepusculares y competencias de barquitos en las corrientes. ¿A dónde se habrá llevado la corriente los barquitos de papel de la infancia? Algún lugar del mundo debe estar lleno de barquitos de papel. Criado por mis abuelos maternos: Doña Alfredina Hernández y Alejandro Fidel Taborda, alias “El Maturana”, para mí, simplemente “El Tabo”. Mi abuelo era tractorista y mi abuela criadora de pollos, cerdos y morrocoy. La ruralidad hizo y hace parte de mí, como el río Sinú del valle cordobés. Mi abuelo cuando se reunía con sus patrones hacendados me presumía: el único bachiller del núcleo familiar:

—Usted es de dinastía de poetas —decía.

No le alcanzó la vida para verme en la universidad, su mayor deseo.

Mi abuela cree aún hoy, que tiene el poder sobrenatural de tapar el sol. En ese tiempo yo iba a buscarle suero a los puercos en una planta de productos lácteos. A las dos de la tarde daban el suero. Mi abuela regaba agua en las paredes de la casa para que el sol bajara y fuera con el día fresco. No sé qué pasaba, pero una nube tapaba al sol desde mi salida hasta mi entrada. Mi abuelo era más práctico, su filosofía de vida se resumía en El Campesino parrandero: Irse a montiar quince, veinte días y regresar a tomarse sus traguitos.

¿Cómo se fue dando ese gusto por la lectura y la escritura, qué lecturas recuerdas de niño? 

 Nunca fui un niño o adolescente lector, la pasión por leer fue un descubrimiento más bien, de mi juventud, después de terminar el bachillerato. Un día me encontré en un anaquelito de cinco puestos, un librito de parque que tenía en la carátula a un viejo vestido de paño negro. El coronel no tiene quien le escriba fue una experiencia vital. No leí a Gabo por Nobel o por la novela del siglo, fue una lectura espontánea, sin ninguna pretensión intelectual, antes que el nombre, estaba la palabra, articulada en hechizo para quien tuviera el privilegio terrible de leerla. Entré en esas escasas páginas y aún hoy no he salido.  De ahí en adelante recuerdo que devoraba libros al tiempo. Necesitaba leer nuevas historias. Pronto se vino El viejo y el mar, El túnel, Mientras llueve, La María, toda la obra literaria de Gabo. La escritura vino después. Creo que es un acto consecuente. No importa el orden, siempre lo uno te llevará a lo otro. Garabateaba en el bachillerato cuenticos que la profesora de castellano nos ponía a escribir, pero no era nada serio. Recuerdo que un día la maestra dijo: “Algunos aquí tienen madera para escritor”, yo sabía que hablaba conmigo. No fue sino hasta que me alternaba entre el trabajo y la soledad de la casa que aparecieron los primeros personajes, ya con un rigor más serio. Cuando dejé de escribir pseudopoemas por las desilusiones, agarré a escribir cuentos. Muchas de las historias que he escrito hoy, se fraguaron en esa etapa. Y lo más importante, fue en mi juventud donde se agudizó la percepción literaria a un punto tan descarnado que todo a mi alrededor era literatura.

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¿En el cuento «Los oficios de Dios», que ha obtenido un reconocimiento en el premio Nacional La Cueva, qué hay de ti en esa historia que cuentas? 

 Las historias son jirones de piel que uno va dejando por la vida como un reptil, solo que algunos tenemos la habilidad narrativa para elaborarlas literariamente y escondernos en un diálogo, en un personaje, en el tono y hasta en los títulos. Pero, en definitiva, hay mucho de nosotros en lo que escribimos: tiempo, trasnocho, soledad, desespero, rabia, amor. Y sobre todo vida. Aunque los hechos reales les hayan sucedido a otras personas, realmente cuando los escribes y cuando los procesas poéticamente, se vuelven tuyos, y te vas consustanciando con esas historias. Hasta el punto que adquieren una fuerza y se vuelven incontrolables. Particularmente esta historia es una forma de ver la vida, el amor y esos asuntos de vivir, de una manera descarnada.

¿Cómo crees que esa vida que has tenido se refleja en «Los oficios de Dios»? 

Bueno, me es difícil escribir sobre lo que no sé. Y además, es más cómodo contar con lo que tienes a la mano. Y con esto no menosprecio la investigación, al contrario, hay demasiada investigación en la escritura creativa. Pero la idea literaria es una, el asunto es uno. Las formas de contarlo varían, pero la historia que quise contar la iba viviendo sin darme cuenta que sería un cuento. Es como si la historia se fuera escribiendo secretamente al vivirla. Lo único que tienes es que recordarla, como lo dijo Gabo. Dicen que García Márquez inventó un pueblo. Es mentira: lo recordó. De esa manera se refleja la vida en la literatura. El recuerdo y la nostalgia, junto a la percepción literaria, son experiencias creativas por naturaleza y solo una mirada atenta ve la idea en las cosas.

Háblame un poco de lo que querías contar y de cómo se fue estructurando, formalmente, esa historia. 

 En realidad, yo quería contar una historia fantástica. Y la conté. No sé en qué parte de la computadora se me extravió el borrador original, pero era una historia totalmente fantástica. Sobre todo, el final. Lo que pasa es que lo escrito tiene vida autónoma. Y uno como escritor cede muchas veces ante esas tramas que se van desentrañando frente al computador. Realmente la historia era más extensa, pero por el formato que manejan en La cueva y los caracteres que exigen, tuve que cortarla y allí, en esa edición, se fue mucho de lo fantástico. Y es apenas lógico porque al quitar una escena, como la final, tuve que tijeretear otras que tenían incidencia argumentativa con esa. Pero desde el principio siempre supe lo que quería escribir. Cuando acabé, me di cuenta que solo había escrito la primera parte: faltaba desentrañar la trama de El Capitán Cubide. Al principio, recuerdo, que escribí un cuento sobre un velorio y luego de mostrarlo en el taller Cuento y Crónica, en donde he estado por varios años, entendí que debía contextualizar ese velorio, quién era el muerto, por qué se murió, qué pasó luego que se murió y lo más importante, cuál era la tensión en esa historia. Es decir, no puedes escribir una escena de un cuento como si fuera un cuadro, debes construir unas relaciones que creen un drama y que pongan contra la pared, no solo a los personajes, sino al lector. En esa dinámica, se fue estructurando el relato.

Cubide es un personaje extraño, ¿podrías decirme cuál es el origen, si existe el personaje, de ese nombre?

(Risas) Un amigo de mi abuelo, de nombre Ovíparo, me contó la historia hace unos años. Realmente poco recuerdo de ella, pero me gustó esa mezcla de fantasía y realidad con la que la recordaba. Olvidé todos los detalles, pero hubo uno que no olvidé: El Capitán Cubide. Un hombre de carne y hueso, entre otras cosas. Ahora mismo, no sé si lo imaginé o si lo recuerdo, pero era más o menos, así como se muestra en la historia: un navegante de ríos. Quizá solo era Cubide y yo le puse lo de “capitán”, el caso es que esa indefinición que tiene en mi cabeza el personaje real, la trasladé al relato. De todos los personajes, El Capitán Cubide no se describe físicamente. Algo curioso, cuando acabo la historia, me doy cuenta que el personaje más liviano, descriptivamente, era él; aún así, eso no le quitaba que fuera uno de los personajes con más determinación del cuento y me dije, «sigue la historia. Cuenta qué pasa entre el inspector y él luego que llega de Brasil». Pero al mismo tiempo resolví eso con un ¡No me importa!

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Es un cuento de muchas posibilidades, dividido en dos días, hay mujeres, infidelidades, vida de mujeres, ¿cómo lograste darle unidad a una historia con elementos que parecen disociados?

 No es la historia de un personaje o de una familia o de un pueblo. Aunque no lo parezca, es la historia de un hecho: la llegada del cura. Así que lo que quise hacer fue contar ese hecho y cómo repercutía de distintas maneras en las personas del pueblo. En cada capítulo (en realidad son escenas), hay una referencia a ese hecho. Es algo como cada quien en sus propios dilemas, lidiando con un dilema común. Nadie se escapa de algo así, debe repercutir y eso fue lo que quise ver, cómo distintas historias eran afectadas, para bien o para mal, con la llegada del sacerdote al pueblo.

¿Los sacerdotes de que hablas tienen algún origen real? ¿cómo mezclas esas ideas de tu realidad para llevarlos a la ficción? 

El padre Sofanor, que es un personaje más completo que “El sacerdote”, o “El cura”, como llamo a quien lo reemplaza, es un personaje inspirado en un cura del pueblo a quien relegaron del cargo porque, accidentalmente ocasionó la muerte de un motociclista al chocar su Jeep contra un poste de luz, y este al caer, le cayó encima al señor de la moto. En su reemplazo, llegó un nuevo cura con unos procedimientos religiosos, y una filosofía muy cuestionable. Este cura que reemplazó al padre del accidente, un día empezó a vender velas para un apagón que iba a haber en el mundo y predicaba que solo esas velas, encenderían en la oscuridad, ninguna otra lo haría. Esto me llamó la atención y de hecho, el título de la historia es, en parte, una ironía a ese respecto. Lo que hice fue tomar la idea de un cura que reemplaza a otro y darle peso literario.

Eres un excelente guitarrista también, ¿qué valor le das a la música en tus relatos? esa música que escuchabas desde niño ¿cómo crees que esa integración música- literatura se da en tu obra? 

En un principio, me puse a escuchar una carpeta de porros y fandangos que tengo en mi playlist para escribir todos los adagios populares que se cuentan en estas canciones. Comencé esa ardua tarea, pero al cabo de cincuenta porros desistí. Lo que quería era introducir en los diálogos los refranes populares de la Sabana. Si Cien años de soledad es un vallenato largo, como diría alguna vez Gabo, “Los oficios de Dios”, es un porro. Los porros cuentan una historia, una historia que hoy es un performance, y esa historia es un hecho ordinario, como una muchachita embarazada a escondida o el dilema de una viuda y su muerto, etc. Si la música está hasta en la naturaleza, ¿cómo no va a estar en la literatura?

Eres un aficionado a los cómics y a la cultura pop que la promueve, pero vemos poco de eso en los que hemos leído, porque siempre estás en tu tierra, en esas visiones de las que has hablado. ¿Podrías desenmarañar cómo es esa conexión, esa relación? 

Son formatos distintos que se valen de sus propios lenguajes. En el cómic igual se cuenta una historia. Estas historias se apoyan en dibujos y otros recursos propios de este lenguaje. Pero en definitiva es un relato que se puede estudiar con el rigor de un texto literario, y a grandes rasgos, tendrá, categorías de análisis muy similares a las que tiene la literatura. Pero creo que hay algo fundamental en el cómic, que quizá es lo que busco al escribir cuentos: sea lo que sea que esté escribiendo, siempre miro mentalmente una escena, un hecho, un rasgo o lo que sea, antes de escribirlo lo visualizo, sí, así como unas viñetas mentales. Y estas visualizaciones parten de tu experiencia directa con la realidad. La escena final del padre Sofanor tirando piedrecitas en el río, la vi cuadro a cuadro, viñeta a viñeta, proyectada en alguna página de la imaginación o donde sea que se proyecten las imágenes literarias.

Entiendo que tienes un canal en Youtube, que eres youtuber, podrías decirme ¿qué buscas, que intentas, con esta plataforma?

Tengo un canal de Youtube que se llama Rubik Mareim. Es un canal que apenas está en  construcción de su identidad. Aún me sigo buscando. El canal es otra forma de reflexionar sobre contenidos que me gustan y que me llaman la atención. Allí hago reflexiones literarias, me pronuncio sobre ciertos aspectos sociales y temas de opinión general. Pero fundamentalmente gira en torno al contenido geek: series, ánime, manga, cómic, cine súper heroico y demás. Para mí es un hobby, uno que me tomo muy enserio, desde la escritura del guion, hasta las largas horas de edición. La iniciativa la tomé al enfrentarme a las largas horas de tedio que me dejaba la tarde, esos espacios muertos entre las tres y las cinco, quise llenarlos con algo que me generara un goce. Esta práctica no afecta con mi tiempo de escritura, porque he tenido la costumbre ceremonial, el rito infalible, de escribir con las primeras luces de la mañana.