Grandes ideas pueden aparecer en cualquier sitio. Puede ser en la hora de salida de la escuela de mi hija, justo dónde se estacionan los buses colegiales. Mi hija no tiene bus colegial. En casa nos turnamos para ir a buscarla. De no ser así me habría perdido esta lección que les voy a compartir.

Ese día los busitos colegiales estaban estacionados frente a la salida de la escuela. Niños y niñas de diferentes edades subían a cuentagotas en completa calma. Lo hacían sin dudar. Entraban y se sentaban. No había cerca maestros, ni coordinadores. Tampoco vi al conductor que seguro andaba por allí cerca. Nadie estaba demasiado pendiente del embarque de los muchachos que podía tener entre 8 años y 17 años de edad.

Insisto. Lo hacían de manera tan natural como si lo hubieran hecho toda la vida. Si usted ha aguantado leerme hasta aquí pensará qué me ocurre ¿qué hay de raro en unos estudiantes subiendo al colegial que los lleva y trae todos los días? ¿Qué acaso nunca he visto niños subirse a un bus colegial?

Sí lo he visto y lo vi la primera semana de clases. En ese mismo estacionamiento, con esos mismos buses colegiales y esos mismos niños.

El primer día nada era así de fluido. Los conductores llevaban listas de los estudiantes y las miraban y repasaban. Uno de los conductores era nuevo, se notaba un poquito nervioso. Las maestras que ayudaban a embarcar a los alumnos estaban en alerta máxima. Y no es para menos. Cuánta responsabilidad hay en cuidar de hijos ajenos.

Los niños iban inseguros ¿sería ese su busito? Bueno, no todos porque entre los niños, como pasa con los adultos, siempre hay unos que andan por la vida más frescos que una lechuga sin importar las circunstancias. Si ese no era su busito, cero estrés, de alguna forma llegarían a casa. De vez en cuando se bajaba un niño de un colegial porque se había subido en el que no le tocada.

Ese primer día todo era un caos. Y yo pensé que si todos los niños llegaban bien a sus casas quedaría demostrada, otra vez, la gracia de la divina providencia.

Pero meses después esa ansiedad estaba superada. Los alumnos conocían sus busitos. Las maestras estaban bastante relajadas y sabían que cada quien se iría en el transporte que le correspondía y en caso de intentar otra cosa los choferes ya sabían quiénes eran sus pasajeros.

Igualita es la vida. Cuando empezamos algo nuevo, lo que sea, siempre hay dudas y tembladeras. Revisas una y otra vez. No tienes la ruta ni el mapa. O si los tienes nunca los usaste y no sabes si funcionarán.

Solo el tiempo y la repetición de hacer las cosas regala la experiencia y con ella la seguridad sobre lo que hay que hacer.

Cuando manejas por primera vez, según me han dicho, tienes tanto miedo que vas pegada al volante. Luego ya casi que puedes conducir sin manos. Estoy exagerando.

Esta anécdota del busito sirve para cualquiera que ahora mismo se sienta en un completo caos. Ya sea por un trabajo nuevo, una casa nueva, un recién nacido en casa. Todo parece difícil, confuso y los involucrados se sienten en alerta máxima. Pero un día será tan fácil como esos pelaítos subiéndose al bus casi sin mirar el número del transporte. Ya lo saben. Ya lo conocen. Todo irá bien.

Y si no, en la vida siempre puede una ir en busca del busito que sí le lleve a su destino.