El federalismo como coartada

Vaya por delante, en mi descargo, una confesión: yo también era federalista. Pero no de alma o de espíritu, de los que se ven tantos estos días. Hordas de federalistas han tomado las calles últimamente. No, yo era federalista de los de verdad. De los que no lo son retóricamente, o como los que lo proclaman más por fe o por conveniencia que por convencimiento. Algunos parece que incluso lo son con resignación…

Yo era un federalista de los que creía que la mejor manera de convivir juntos debía estar basada ineludiblemente en el respeto, la igualdad y la libertad. No me conformaba con las ruinas del fracasado estado español, iba más allá de unas fronteras absurdas, y en las que no creo. Un federalismo de vocación iberista, como el de aquellos locos utópicos del siglo XIX y principios del XX, aquellos soñadores que imaginaban una península ibérica de pueblos y naciones unidos en la diversidad y el respeto. Respeto a las diferentes lenguas y culturas, con una historia y un proyecto comunes, sin relaciones de sumisión y desde la voluntad y la libre unión de las naciones que la conformasen, desde el Atlántico al Mediterráneo. Pero, como siempre, el estado español se encarga de devolver a los soñadores a la realidad.

En 2005 vivimos de nuevo aquel sueño, el de reformar España y cambiar la relación con Cataluña, en un encaje más justo para las partes. Se hizo un enorme esfuerzo, se hicieron muchas renuncias, se hicieron muchas promesas (“Apoyaré…”) y, al final, el estado español volvió a despertarnos… no sin antes pasarnos diligentemente “el cepillo”.

Al sueño rebajado que nos devolvieron se sumó, tras cuatro años de incertidumbre y tras haber sido refrendado por el pueblo, la infame sentencia del infame Tribunal Constitucional de 2010. Se hizo patente hasta qué punto España quería reformarse, hasta qué punto estaba dispuesta a “federalizarse” (ni que fuera tímidamente). Se certificó el fin del sueño, y entonces nos tocó despertar.

Ha quedado claro que “la España federal” es una quimera. Ese federalismo del que muchos se llenan la boca, las terceras vías, la moderación, no son más que palabras vacías, excusas. Ya se ha intentado todo. Es seguir con el engaño, seguir perdiendo el tiempo, dilatando que los catalanes, vengamos de donde vengamos o hablemos la lengua que hablemos, podamos decidir nuestro futuro. Es una solución amortizada, que ha demostrado ser un fracaso. A veces incluso una pesadilla. Diálogo, le llaman…

Lo inteligente, lo racional, lo sensato, no es continuar repitiendo el mismo error. Lo hemos intentado, no ha funcionado, no pasa nada. Sigamos soñando. Dejemos atrás ese federalismo obsoleto, y pongamos en práctica un federalismo práctico, real, del siglo XXI. Un federalismo que nos permita relacionarnos con España desde el respeto, la igualdad y la libertad, sin reproches ni odios, sin sumisiones ni imposiciones. Porque estamos condenados a entendernos, por todo aquello que compartimos, y podemos seguir compartiendo. Pero para federar dos cosas hace falta precisamente eso: dos cosas.

El único federalismo útil pasa por constituirnos, primero, en Estado. El resto es perder el tiempo, mantener los intereses de unos pocos, y seguir engañando a otros muchos. Que se dejen de cuentos, y que nos dejen hacer el sueño realidad. ¡Sea por Cataluña libre, Iberia y la Humanidad!*


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Parafraseando la letra original del himno nacional andaluz, aprobada por la Asamblea de Ronda de 1918: “¡Sea por Andalucía libre, Iberia y la Humanidad”