Reglas para ordenarse en el comer…

Z248. Comida

 

En Los ejercicios espirituales de san Ignacio hay unas anotaciones que, al menos, podríamos llamar curiosas, teniendo en cuenta el contexto dentro del cual están insertas, que es una guía para realizar ejercicios espirituales. Son ocho reglas que abarcan los apartados 210 al 217, del libro, que parecerían, más bien, propias de un gourmet o de una guía gastronómica. San Ignacio las llama: Reglas para ordenarse en el comer para adelante. Sin embargo, estamos de acuerdo con él, son una ayuda imprescindible para quien busque forjarse como buen seguidor de Cristo.

La primera regla se refiere al consumo de pan. Dice así: «La primera regla es que del pan conviene menos abstenerse, porque no es manjar sobre el qual el apetito se suele tanto desordenar, o a que la tentación insista como a los otros manjares». Parece como si el pan, en aquellos tiempos, no fuera bueno; que no era objeto gastronómico, sobre el que nadie podía centrarse para “empapuzarse”. Pero lo que Ignacio nos dice es que nos centremos en las cosas importantes, no en las banales, superfluas o marginales; que hemos de centrar nuestra atención en aquello que verdaderamente sea importante, en aquello que comprometa nuestro crecimiento humano y espiritual.

La segunda regla se refiere a la bebida. Dice: «La segunda, acerca del beber paresce más cómoda la abstinencia, que no acerca el comer del pan; por tanto, se debe mucho mirar lo que hace provecho, para admitir y lo que hace daño, para lanzallo». Cuando Ignacio habla del beber no se refiere precisamente al agua, sino al vino y otras bebidas alcohólicas o “espirituosas”. Que no dice que no se beba, sino que es preferible abstenerse, porque empezar a beber puede derivar en un consumo abusivo. Lo que dice realmente es que aprendamos a discernir entre lo provechoso y lo dañino; es decir, entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal. Imprescindible para la purificación de nuestro cuerpo y espíritu. Acercarnos al bien lleva a la santidad, dejarnos arrastrar por el mal a la condena.

La tercera regla se refiere a la comida. Dice: «La tercera, acerca de los manjares se debe tener la mayor y más entera abstinencia; porque así el apetito en desordenarse como la tentación en investigar son más promptos en esta parte, y así la abstinencia en los manjares para evitar dessorden, se puede tener en dos maneras: la una en habituarse a comer manjares gruesos, la otra, si delicados, en poca quantidad». No dice que no podamos comer manjares, sino que estemos prevenidos si los comemos; porque podemos estar abocados al desorden. El concepto “desorden” aparece dos veces en esta regla. Esta es la preocupación de Ignacio, que el comer lo apetitoso nos lleve al desorden, que nos provoque desequilibrios y altere nuestra serenidad. ¡Cuántas veces comemos, comemos y comemos sin tasa ni medida, sencillamente porque nos gusta, y cuanto mal nos sentimos después! No tanto por el empacho, sino por nuestra incontinencia con la comida. Este es el riesgo, si cedemos a la incontinencia con la comida, ¿estamos seguros de no ceder a otras incontinencias más importantes, a ir cediendo terreno al mal e ir perdiendo el bien que habíamos alcanzado?

La cuarta regla se refiere a la abstinencia excesiva en el comer. Dice así: «La quarta: guardándose que no caiga en enfermedad, cuanto más el hombre quitare de lo conveniente, alcanzará más presto el medio que debe tener en su comer y beber, por dos razones: la primera, porque así ayudándose y disponiéndose, muchas veces sentirá más las internas noticias, consolaciones y divinas inspiraciones para mostrársele el medio que le conviene; la segunda, si la persona se vee en la tal abstinencia, y no con tanta fuerza corporal ni disposición para los ejercicios espirituales fácilmente vendrá a juzgar lo que conviene más a su sustentación corporal». Él mismo sufrió durante el resto de su vida los excesivos ayunos que se impuso, que condicionaron y mermaron su salud. Ignacio llama a abstenerse del mal, no de comer, porque no comer lleva a la enfermedad, no a la santidad. No obstante, san Ignacio elogia la moderación en la comida, pues siendo moderado, incluso austero con la comida, «sentirá más las internas noticias, consolaciones y divinas inspiraciones para mostrársele el medio que le conviene»; es decir, se estará más perceptivo a las mociones del Señor. El bienestar del cuerpo es necesario, pero siendo austero, se promueve alcanzar más fácilmente el bienestar espiritual.

La quinta regla se centra en nuestra actitud durante la comida, no tanto en lo que comemos. Dice: «La quinta, mientras la persona come, considere como que vee a Cristo nuestro Señor comer con sus apóstoles, y cómo bebe, y cómo mira, y cómo habla; y procure de imitarle. De manera que la principal parte del entendimiento se occupe en la consideración de nuestro Señor, y la menor en la sustentación corporal, porque assí tome mayor concierto y orden de cómo se debe haber y gobernar». ¿Nos imaginamos cómo comeríamos y nos comportaríamos si compartiéramos mesa con personas importantes o con el mismo Cristo? Pues así hemos de comer, pues nunca comemos solos, siempre lo hacemos en comunidad. Un cristiano nunca está solo, ni siquiera comiendo; todo lo que hace, lo hace en comunidad, en Iglesia, Pueblo de Dios, en servicio a los demás. Nuestro alimentarnos no es un fin para nuestra satisfacción, sino un medio para mantenernos en servicio a los demás.

La sexta regla compara y relaciona las necesidades corporales y las espirituales. Dice: «La sexta, otra vez mientras come, puede tomar otra consideración o de vida de sanctos o de alguna pía contemplación o de algún negocio spiritual que haya de hacer; porque estando en la tal cosa attento, tomará menos delectación y sentimiento en el manjar corporal». El santo pide que no nos centremos en la comida, como fin, sino en los “negocios spirituales” que hemos de atender. Siendo necesaria la vida corporal, lo importante es la vida espiritual. Siendo el ser humano solo uno, sin separación entre cuerpo y espíritu, somos, sin mezcla, más espíritu que cuerpo. De nada vale un cuerpo sin espíritu. Aunque el espíritu precise del cuerpo, este debe estar subordinado a aquel.

La séptima regla se refiere al centro de atención que hemos de dar a la comida. Dice: «La séptima, sobre todo se guarde que no esté todo su ánimo intento en lo que come, ni en el comer vaya apresurado por el apetito; sino que sea Señor de sí, ansí en la manera del comer, como en la quantidad que come». Afirma que nuestro centro de vida debe ser el Señor, no el comer, y que en todo hemos de ser equilibrados. Por eso subordina el comer, o el no comer, a la atención de lo espiritual, a la vida que hemos de vivir en el Señor. Porque, según sea o no el centro de nuestra vida Dios o la comida (u otros goces mundanos), el cuerpo será moldeado conforme el espíritu o al cuerpo, a la carne.

La octava y última regla que nos regala san Ignacio nos insta a adelantarnos a nuestras tentaciones. Dice: «La octava, para quitar dessorden mucho aprovecha que después de comer o después de cenar o en otra hora que no sienta apetito de comer, determine consigo para la comida o cena por venir, y ansí consequenter cada día, la cantidad que conviene que coma; de la qual por ningún apetito ni tentación pase adelante, sino antes por más vencer todo apetito desordenado y tentación del enemigo, si es tentado a comer más, coma menos». La preocupación de Ignacio es que caigamos en desorden. Para él desorden es equivalente a tentación consumada, a pecado. Ignacio nos insta que nos anticipemos, a que preveamos, a que nos anticipemos a las tentaciones que nos puedan surgir comiendo –y, por extensión, en todos los demás aspectos–. Anticipándonos a ellas seremos capaces que aportar recursos, interponer medidas y solicitar las ayudas necesarias para no caer en aquello que nuestra inteligencia y experiencia nos dice que puede suceder. Para que el “castillo interior”, que decía santa Teresa, sea capaz de resistir las embestidas de los vendavales que hemos de atravesar. Para que actuemos como el capitán, que apresta su navío cuando se acerca la tormenta, para que no sucumba a ella.

Está claro que a san Ignacio lo que menos le importa es la comida y lo que comemos. Lo que le preocupa que es a través de la comida y sus costumbres, hábitos y excesos, entremos en desorden y perdamos el rumbo que nos lleve a Dios. Porque Dios ha de ser, debe ser, el centro de quien desee de corazón ser verdadero discípulo de Cristo.

(Agustín Bulet, Abandonos)

 

 

 

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