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Beneficia el abstencionismo a los poderes fácticos


AlonsoTamez

En los seis estados en juego el pasado 5 de junio, el abstencionismo promedio fue del 54%, cifra que suena las alarmas de la democracia. En Oaxaca, 62% de quienes podían votar no lo hicieron; en Quintana Roo, 59%, incluso con dos elecciones—gobernador y diputaciones locales—; en Aguascalientes, 54%; en Hidalgo, 52%; Durango, 49%—con elección a gobernador y alcaldes—; en Tamaulipas, 46%.

Hay varios factores posibles detrás del abstencionismo. Uno probable, dada la crisis nacional de inseguridad, podría ser el miedo de una parte de los votantes ante conflictos pre y postelectorales entre grupos políticos, eventos comunes en estados como Oaxaca*, y la presencia e influencia del crimen organizado, especialmente en zonas rurales. 

Otra razón podría estar en el hartazgo hacia la clase política o con la política misma. La primera es una crisis recurrente en México—que, sin embargo, revela una ciudadanía exigente, lo cual es positivo—, pero la segunda podría ser producto de la marcada polarización del país en, esencialmente, dos bandos: pro y anti Morena. 

Incluso, el abstencionismo puede estar ligado a cuánto dinero o beneficios en especie distribuyen ilícitamente algunos partidos políticos para movilizar votantes. Cuando son años de “vacas flacas” para los partidos en términos presupuestales, ciertos votantes no salen a las casillas si no reciben algo a cambio. Esta conducta de votantes y partidos es preocupante y debe erradicarse, pero está fuertemente arraigada en varias regiones del país. 

Las razones más preocupantes detrás del abstencionismo serían que los ciudadanos no participan porque no creen en la democracia electoral como el mecanismo eficaz para resolver problemas públicos, o porque no creen en el sistema político pluralista creado con la transición democrática de México, a finales del s. XX. 

Digo que son las razones más preocupantes porque son situaciones que tardaríamos en arreglar, ya que se trata de un problema cultural e ideológico que tomaría generaciones modificar. 

Si bien debemos descubrir las razones de fondo detrás del abstencionismo en las elecciones del 5 de junio, no debemos olvidar la conocida frase del profesor de Ciencia Política en la Universidad de Virginia, Larry Sabato: “Cada elección está determinada por las personas que se presentan”. Y es que, en el contexto mexicano, el abstencionismo de los ciudadanos de a pie aumenta la influencia y el peso proporcional que tienen los votantes movilizados por partidos, gobernantes, exgobernantes, empresarios, sindicatos y el crimen organizado. Es decir, los poderes fácticos locales y nacionales. 

Pongo un ejemplo: en el municipio ficticio de San Juan del Abstencionismo, normalmente votan 60 de las 100 personas que tienen credencial de elector vigente. De esos 60, que son el total de los votos válidos, 20 son votantes movilizados por grupos fácticos—es decir, el 33.3% de la votación válida—y 40 son ciudadanos comunes—el 66.6%—. Si asumimos que el voto movilizado por grupos fácticos se da siempre que haya dinero y estructura, es probable que se active cada elección; puede que no sea el mismo grupo fáctico cada contienda, pero el interés por influir siempre está ahí. 

Bajo esa premisa, si solo votaran 40 de 100, en lugar del promedio histórico de 60, esto sube el grado de influencia de estos grupos en el resultado de la elección. Los números no mienten: si de esos 40 votos válidos totales, 20—es decir, el 50%—son votos movilizados por grupos fácticos y los otros 20—el 50% restante—son de ciudadanos comunes, la mitad de los votos decisivos en una elección vendrían de uno o varios poderes fácticos que podrían no tener las mejores intenciones para San Juan del Abstencionismo. 

En resumen, el no votar en elecciones para representantes y gobernantes municipales, estatales o federales, aumenta el valor de los votos movilizados con dinero, miedo o presiones—por ejemplo, laborales—. Por obvias razones, esto puede distorsionar la voluntad popular y producir gobernantes sujetos a intereses no necesariamente democráticos o benéficos para el grueso de la población. Por ello, el abstencionismo tiende a producir gobernantes poco comprometidos con las necesidades de las mayorías, lo que detona un círculo vicioso que daña a comunidades y estados enteros, ya que un gobernante negligente suele fomentar la radicalización del electorado. Y ejemplos históricos sobran. 


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