Mitos sobre la creación del vocablo «cácaro». La Calle de septiembre 3, 2012

Para todos aquellos que disfrutamos de ese gran homenaje que le hace al cine Guiseppe Tornatore con su filme Cinema Paradiso (Nuovo cinema Paradiso, 1988), nunca olvidaremos al maravilloso personaje Alfredo, el proyeccionista o cácaro, quien es interpretado por el gran actor francés Philippe Noiret.

Philippe Noiret (Alfredo) y Salvatore Cascio (Toto) en Cinema Paradiso de Guisseppe Tornatore

Respecto al término cácaro, existen varias versiones respecto a su origen. Hablaré a continuación de tres de ellas sobre el susodicho vocablo. Sin poder darles validez histórica, al menos podemos escoger cualquiera de ellas, entre varias existentes, para creerlas o no. Todo depende del lector, de su imaginación y lo que cada uno quiera aceptar.

Resulta que, según Armando Jiménez en su Picardía Mexicana, en el capítulo titulado Idiotismos, la palabrita de marras fue acuñada en el cine Universal de la colonia San Rafael. Según este autor, el cácaro era:

el manipulante, o manipulador, como se dice por estos lares, que trabajaba hace unos treinta años (la primera edición del libro es de 1960) en la sala de cine llamada Universal, situada en San Rafael, en ese entonces una elegante colonia de la ciudad de México. Un individuo muy popular y por estar picado de viruela se le conocía con el apodo de cácaro (metaplasmo de cacarizo), del mismo modo que a otros que padecen ese defecto se les nombra kity de hoyos, etc.; el caso es, señores, que cuando por un descuido suyo, por desperfecto de los aparatos o por intermitencia de la luz se suspendía la función, sus amigos y conocidos protestaban a voz en cuello con toda clase de lindezas dirigidas al tal cácaro.

Encontré en Sin querer queriendo, una autobiografía de Roberto Gómez Bolaños, mejor conocido como Chespirito, la siguiente variante del mito del cácaro, que como se puede constatar es más un cuento para considerarse parte del iniciático mito del ahora impersonal personaje:

Pero ya que hablo del cine Moderno, me resulta necesario hacer una aclaración pertinente: he oído y he leído a un buen número de narradores que se equivocan totalmente (o mienten con singular descaro) cuando atribuyen a otros cines el origen de la exclamación ¡Cácaro! que ahora se escucha en todas las salas de cine de la República Mexicana. (Me cuentan que, inclusive, el término ya ha trascendido fronteras.) Y toda atribución es falsa cuando no se refiere al cine Moderno de la colonia Del Valle, pues ahí fue acuñado el singular vocablo. Su autor fue Ángel Ruiz Elizondo, apodado Kelo. Y su creación fue consecuencia de la amistad que tenía con uno de los proyeccionistas del cine Moderno que era extremadamente cacarizo, lo que propició el apodo de cácaro con el que todos lo identificábamos. Ahora bien: yo no sé si el cácaro no era muy buen proyeccionista que digamos o si las cintas le llegaban más que estropeadas, pero el caso es que la proyección de las películas se veía interrumpida con no poca frecuencia. (Digamos que a tiro por viaje; pero identificando la palabra «viaje» con «rollo de cinta»; y como cada cinta se componía de 9 ó 10 rollos…) Entonces, cada vez que se interrumpía, Kelo le reclamaba a su amigo gritando a voz en cuello cosas como: «¡Cácaro, ya despierta!» O bien: «¡Cácaro, pásame el pomo!», «¿Cácaro, de cuál fumaste?», etcétera. Luego se fue haciendo eco todo el público (sobre todo los que teníamos derecho de exclusividad en el segundo piso o «gayola»), hasta finalmente acortar las frases dejando fuera el reclamo y conservando únicamente el nombre del interfecto: ¡Cáaaacaro!

Del cine Moderno se podrían contar muchísimas anécdotas más, pero temo que en estos tiempos ya no sea muy interesante leer que había peleas en medio de la butaquería (en singles y en montón); que desde la gayola arrojábamos gatos cuya silueta se proyectaba en la pantalla y que luego aterrizaban prendiéndose con las uñas en la cabeza de algún espectador de luneta; que el silencio más expectante de la película era interrumpido por el sonoro rugir de un cañón emplazado en la retaguardia de algún espectador, mas no creo que sea adecuado relatar todo eso.

José Silva, legendario «cácaro» de Sonora, México

Una tercera variante y la cual tiene mucha más veracidad proviene de Guillermo Vaidovits, autor de Reseña de la producción de cine en Jalisco durante la epoca muda:

Don José A. Castañeda era un popular empresario de cine en esta ciudad [Guadalajara], en 1909 abrió un cine llamado Salón Azul y para ese entonces, era muy común que los asistentes a la sala pidieran a gritos: «Explíquenosla don José; explíquenosla don José». Estribillo que después se transformó en un silbido con la misma tonada. Castañeda se hizo muy popular, porque el mismo inventaba los sonidos y los diálogos, de las películas que proyectaba, se situaba a un lado de la pantalla y ahí comenzaba su show de sonidos y palabras. Este señor tenía un empleado de nombre Rafael González, quien era el encargado de la proyección en la carpa Cosmopolita, que estaba ubicada en la calzada Porfirio Díaz (hoy Calzada Independencia).

Resulta que la Sociedad de Manipuladores y Ayudantes de Cinematógrafo demandó a Castañeda, “a causa del deficiente desempeño de su empleado Rafael González”, y se pedía que se empleara a una persona competente para encargarse del proyector, pues decían que el muchacho que lo manejaba lo hacía sin ningún “conocimiento en el ramo” y esto era muy malo para la concurrencia.

Después que los inspectores vieron que no había faltas, declararon improcedente dicha demanda, el muchacho, Rafael González, estaba picado de viruela y su patrón (Castañeda), se refería a él con el sobrenombre de cácaro.

Según Ignacio Villaseñor, nos cuenta: Al tiempo en que don José se ponía al frente de la pantalla para explicar la película, Rafael se encargaba del proyector. La manipulación en aquellos tiempos se hacía con una manivela, a la cual el proyeccionista tenía que dar vueltas con cierto ritmo para que el movimiento de la imagen no se viera muy rápido o demasiado corto. Así que Rafael, al ponerse a proyectar, fue presa del nerviosismo en las primeras ocasiones y después, ya que se creyó con práctica en el oficio, era su costumbre quedarse dormido. Entonces, don José le gritaba: ¡Cácaro!

Con el tiempo, la concurrencia le ganaba el grito de ¡Cácaro! a don José, ante cualquier falla en la proyección. Y así, el público asistía más con el ánimo de divertirse con las explicaciones de don José y gritándole al ¡Cácaro!, que por las películas que se proyectaban. De aquí se difundió la expresión para nombrar en general a todos los proyeccionistas en México.

Sea cualquiera de las anteriores o alguna otra versión que todavía no conocemos o se perdió en el tiempo, lo que sí es cierto es que el cácaro se convirtió al paso de los años en un personaje popular de la cultura mexicana.

Un comentario en “Mitos sobre la creación del vocablo «cácaro». La Calle de septiembre 3, 2012”

  1. Otra historia; mi abuelo fue sargento en la 7a zona militar de Monterrey, en el espacio que ahora ocupa el parque Niños Héroes. Dentro de la zona vivían las familias de los militares y además de las casas tenían un cine que consistía en una pared blanca, donde el encargado estaba cacarizo de la cara, y al igual, cuando fallaba, le gritaban cácaro.

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