Me gusta la gente valiente que mira dentro. La gente que, a pesar del miedo, bucea en su malestar. La gente que se permite sentir. La gente que se siente libre para ser. Y es que, aunque esto parece muy obvio, es muy difícil.

Todos nacemos con un tesoro dentro. Un tesoro particular, propio, incomparable al del resto de personas que nos hace únicos y especiales. Nos hace valiosos e importantes. Nos hace perfectos y libres.

Pero desde bien pequeños, los mensajes explícitos e implícitos que recibimos de los mayores y de la sociedad nos hacen sentir que ese tesoro no es tan especial ni valioso. Sentimos que lo importante son otras cosas, e intentamos dar forma a nuestro tesoro para parecernos más a lo que creemos que esperan de nosotros; y si esto no es suficiente para que nos valoren y sentirnos queridos, llegamos incluso a ocultar ese gran tesoro para vivir en una (falsa) sensación de seguridad.

Sin embargo, ese tesoro siempre está atento al más mínimo resquicio que pueda encontrar para hacernos recordar que está ahí. Siempre lo sentimos en forma de malestar, ya que su fuerza puede tambalear la imagen que nos hemos construido para sentirnos valorados por los demás y que puede que nos hayamos llegado a creer. Ese malestar nos hace conscientes de que recuperar nuestro tesoro y sacarlo a la luz supondrá cambios importantes. Muy importantes.

Por eso me gusta la gente valiente. Porque sólo buceando en su malestar puede redescubrir el tesoro que lleva dentro. Porque sólo redescubriendo su tesoro interior puede quererse realmente y ser fiel a sí mismo. Porque sólo queriéndose y siendo fiel a sí mismo podrá sentirse libre. Y sólo sintiéndose libre, podrá ser.