El alguacil, alguacilado

Barcelona

El alguacil, alguacilado. Este refrán explica como quien intenta abusar de los demás, queda en ridículo cuando los demás abusan de él. Y revienta. Quevedo lo consagró en una obra en la que acusaba al diablo de mentir; y luego perdía.

En la historia de las guerras tan importante fue disponer de buena artillería (el aspecto material de la cosa) como no hacer el ridículo (el aspecto moral o de prestigio personal). Al grano. El alguacil Vladímir Putin está siendo alguacilado. Sus rivales le responden con sus mismas armas, tretas y estrategias, pero con más ingenio. Queda desprestigiado ante la parte de la sociedad rusa que tiene acceso a la información.

Quizá no ha empezado todavía la gran contraofensiva de Ucrania frente a la invasión iniciada hace un año. Pero todo indica que la cosa se mueve. Y también con tretas de alguacil. Primero fueron unas maniobras de distracción, para despistar sobre el lugar exacto donde se produciría el ataque. Después, unos drones con explosiones luminosas junto a la cúpula del Kremlin, que demostraron hasta qué punto la fuerza del dictador es vulnerable. Enseguida, las incursiones de rusos disidentes en la zona fronteriza de Belgórod, con toma de poblaciones, muertes, desconcierto y pavor. Putin bebe el amargo caldo que rechazaba en dos tazas sucesivas.

El pobrecito dictador predica en el desierto. Sigue proclamando que su invasión de Ucrania es solo una “operación militar especial”. Mientras los ciudadanos rusos la viven en propia carne como una verdadera guerra. La distancia entre la palabra y la realidad, entre el deseo y los hechos, es lo que desarbola a las dictaduras. Porque demuestra el engaño. Y a la muerte quizá la gente se resigne. Pero acostumbrarse a las falsedades, eso es distinto.