Un argumento nunca se gana por solo pensar que uno es experto en un tema. Recuerdo mi primer gran error como joven antropólogo: hice mi entrada en una comunidad originaria de la Amazonía peruana y expliqué a los antiguos líderes cada motivo que tenía para hacer mi investigación en su aldea. Obviamente, ellos estaban menos que impresionados por mi argumento y decidieron rechazar mi petición inicial para hacer la investigación en su comunidad. A través de los años aprendí que lo importante no es cuánto conocimiento uno tenga, sino el proceso de aprendizaje por mantenerse comprometido con nuestros sentimientos y hacer las cosas relevantes para las audiencias. Como Winston Churchill dijo una vez: “Debemos observar que el poder retórico no es ni totalmente otorgado ni totalmente adquirido, sino cultivado” (Churchill, 1897, p. 2).

Como profesores en el mundo académico, tratamos de cultivar ese poder retórico. Existen muchos ejemplos sobre ese tipo de compromiso: el uso correcto de palabras, el estilo o la asertividad en lo que decimos en público, entre otros elementos. Sin embargo, cuando se necesita probar un punto en particular o convencer a una audiencia, no hay mejor manera que mostrándonos como somos y siendo los seres humanos comunes, a quienes nos importa mucho lo que decimos. A propósito, comparto ocho consejos sencillos para argumentar correctamente:

  1. Investiga tu tema con ojo crítico. No es solo buscar en la literatura, sino hacerlo de una manera suficientemente exhaustiva para poder aprender sobre los pros y los contras de un tema.
  2. Empieza con una historia. No es solo hacer bromas arbitrariamente para hacer reír a una audiencia, como lanzando el espagueti a la pared a ver si se pega. Es más acerca de contar una historia inicial, simple, pero bien pensada que relaciona el tema contigo y tu audiencia.
  3. Cuerpo y movimiento. Lo que haces mientras estás hablando es tan importante como lo que estás diciendo. Hay que moverse, despegar del pódium, pasear, mirar a tu audiencia y utilizar las manos y los gestos apropiadamente. No hay nada más desmotivador que un orador estático.
  4. Entonación y ritmo. No existe mejor manera de desmotivar a una audiencia que tratando de hacer un argumento con un tono inerte y sin ninguna entonación; es decir, haciendo el discurso plano y monótono. Como Churchill (1897) dijo: “La gran influencia del sonido en el cerebro humano es bien conocida” (p. 3).
  5. El factor diversidad. Parte de hacer los argumentos relevantes a la audiencia es el tener en mente que este es un mundo diverso y las audiencias reflejan ese hecho de la vida moderna. Nada peor que ser desaprobado por una audiencia al hablar sobre grupos minoritarios con adjetivos despectivos sobre ellos (Davidson, 2002); o al fallar, incluir miembros de un grupo minoritario en un argumento sobre justicia social.
  6. Pausas y silencios. No es apropiado simplemente soltar el conocimiento sin pausas porque la audiencia se saturará, ni es una buena práctica el evitar silencios. Estos le permiten a la audiencia pensar sobre lo que se acaba de decir y, tal vez, que algún miembro de esta pueda hacer una pregunta. Un antiguo líder de la comunidad originaria, luego de mi desastroso discurso de ese día, se paró lentamente y dijo en voz alta: “Hablas mucho y no dices nada”.
  7. Involucra a la audiencia. En la reservación de los Lakota Sioux de Standing Rock en Dakota del Norte (Estados Unidos), durante las protestas en contra del Dakota Access Pipeline (un oleoducto que se construyó en un cementerio de Lakota), a principios de 2017, me uní a la tribu por tres días y tres noches. Fui amablemente recibido y asistí a un concierto benéfico en el cual la ceremonia de oración inicial fue hecha por una líder Lakota muy respetada, quien se dirigió a más de mil personas y dijo: “¡Bienvenidos, parientes!”. Nada más inclusivo que una frase como tal. Analogías donde incluyes a miembros de la audiencia o la población local funcionan muy bien también.
  8. Emociones y humildad. Aprendí mi lección a través de los años acerca de sentir lo que hago y lo que digo. Palabras huecas nunca serán bienvenidas. Del mismo modo, si uno cree que sabe todo por los libros que lee y si cree que tiene más que ofrecer que aprender, en lo referente a conocimiento, se ha perdido el propósito de nuestra educación completa y vida en el mundo académico.

Aquel antropólogo joven que pensó que había hecho un gran argumento para empezar su investigación, por todo lo que había leído y por todo lo que creyó que sabía, también empezó en ese momento su proceso de aprendizaje. Los antiguos líderes de la comunidad originaria nunca me expulsaron de la aldea. Permitieron que me quedara por semanas sin hacer mi investigación, y creo que lo hicieron deliberadamente.

En esos días interminables, caminaba en círculos alrededor de la aldea, escuchaba a aquellos que querían hablarme, pero sin imponerme, y tomaba fotos de las familias solo cuando me lo pedían. Las desarrollaba y se las presentaba a las familias como regalo. Algunas semanas después, los líderes de esta comunidad originaria me citaron y preguntaron por qué estaba ahí. En esta ocasión, humildemente se los expliqué, me mantuve en silencio en momentos, escuché lo que tenían que decirme y hablé de cómo me sentía. Ese mismo día, estos líderes me dieron la bienvenida a la aldea y me otorgaron el permiso para hacer mi trabajo etnográfico.

Fuentes de investigación:

Versión en inglés:

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Escrito por:

Ph. D. Roger M. Villamar

Doctor en Antropología Aplicada por University of South Florida. Enseñó Antropología en University of South Florida.