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ArteArte y culturaArtistas en verde

James Lambourne, el guardián de los paisajes escondidos

Hoy nos detenemos en un tipo extraordinario y un excelente artista que vive y crea en alianza con la naturaleza, de donde extrae inspiración y materiales. Hoy hablamos con James Lambourne en la serie ‘Artistas en Verde’. Entramos en su microcosmos/macrocosmos, en su aprendizaje/aprehensión del Universo a través del pequeño detalle de una piedra, un camino de arena, una rama, una sensación de estar, dentro del ciclo de la vida, en el momento adecuado en el sitio adecuado. En equilibrio. 

Creadores de land art

En el mismo camino, entre piedras y pinos, de otros grandes creadores de land art como Richard Long o de quienes tienen la natura como maestra de Bellas Artes, como herman de vries  y Adolfo Schlosser –ambos han pasado por aquí–, James Lambourne, que nació en Londres en 1956, pero vive en Mallorca desde que tenía 6 años, nos sorprende por su armonía creativa con el entorno, hasta hacerse uno con él; el medio ambiente hecho todo; el Todo, uno; uno, el Todo. Sentir la Naturaleza como principio, fin, causa, consecuencia y razón de Todo. Hasta el punto de confesar: “No me da miedo el paso del tiempo. Somos parte de un ciclo. La vida es un ciclo. Nada permanece. Todo está en permanente cambio”.

Le pillo en plena mudanza, con todo lo que eso supone de alteración en la vida de un hombre tranquilo como él, pero me atiende con el respeto a los tiempos y la parsimonia que marcan los ritmos de la naturaleza. Son lo que son. Ni rápidos ni lentos. Son.

Probablemente la raíz a su forma de sentir y vivir y expresarlo artísticamente haya que buscarla en su niñez. “Padezco asma desde pequeño. Cuando tenía 5 años, por recomendación médica, mis padres me trajeron un verano a Mallorca, y mejoré tanto, que decidieron trasladarse a vivir aquí”. Y ahí se quedó la familia. Y ahí ha crecido y madurado James. “Me crié en Valldemosa. Luego hemos vivido en Alaró. Y ahora nos hemos trasladado a Pòrtol”.

«He crecido con la naturaleza»

Su pasión por la naturaleza, su acercamiento ecológico al arte, no es fruto de ninguna corriente ni oportunismo. Lo ha practicado desde siempre, y le ha surgido del modo más natural. “Porque he crecido con la naturaleza. Todo me ha salido de una forma natural, fluida”. Sin pensarlo, sin planearlo, sin premeditarlo. Sin decirse ‘voy a hacer esto y esto’. Le salía y ya. “No fue una elección. Por el asma, pasaba en casa la mitad del curso, y crecí dibujando árboles”. Pinos y encinas.

Y cuando el asma le ahogaba, en los episodios más críticos, su padre le llevaba a la orilla del mar, y respiraba. La naturaleza le daba aliento y vida.

Esa naturaleza a la que ve atropellar tan a menudo en su querida isla, como tanto en tantos lugares. “Siempre están ocurriendo cosas. Falta sensibilidad y sobra cultura de la demanda, del consumo, necesidad de más y más infraestructuras para atender tanta demanda”. “Somos animales, pero nos falta empatía con los demás animales. Y sapiencia. Dicen que somos sapiens. Pero lo dudo. Queremos imponernos de forma bárbara a los demás animales y a la naturaleza”.

Y en esa línea de los grandes paseos inspiradores, como Miró como Richard Long, James halla inspiración y “materiales encontrados”, donde plasma sus micromundos que son macromundos. Su alma interior y su cosmos. Por eso, su forma favorita es plena simbología: El Círculo. Y circulares y ovaladas y elipses son muchas de sus obras en piedra y madera. Y de ahí también sus círculos de piedras. Piedras a menudo erguidas, en vertical, como guiño y desafío a otro de los conceptos que marcan su obra: la fuerza de gravedad, ese fuerza que, a fin de cuentas, lo rige todo.

Todo fluye

Naturaleza, gravedad y paso del tiempo, evolución. Nada permanece nunca igual, todo está siempre cambiando. Todo fluye. Nada permanece, que ya dijo Heráclito de Éfeso, hace 2.500 años. Nada es inerte. Tampoco ellas, las piedras. Tampoco el mundo mineral. A James Lambourne le atraen y atrapan las piedras estampadas con musgos y líquenes –siente fascinación por los dibujos que tallan los líquenes, que son el origen de toda vida–, y las piedras rotas por el paso del tiempo y las pisadas de los animales. Esas piedras partidas y luego vueltas a unir son eje de algunas de sus mejores y últimas series artísticas, que muestran el todo que se disgrega, pero se mantiene unido, como, dice él, las familias, y también nosotros mismos, partidos, rotos en pedazos, disgregados, pero unidos por fuerzas, como la gravedad, que lo deciden todo. Lo que está unido y se separa. Lo que se ha separado, pero permanece unido.

Precisamente varias piezas en madera, inspiradas por esas piedras rotas, son las que trajo a la última edición de la Feria Art Madrid, a finales de febrero, con la galería MA Arte Contemporáneo, de Palma de Mallorca, que le presentaba así: “James Lambournese funde directamente con la naturaleza. Su ojo está puesto siempre en aquello que nos pasa desapercibido, un liquen sobre una piedra, una roca que evoca una cara, una rama… Artista que ha centrado su obra en el Land Art, presenta aquí escenas que reproduce también en jardines y grandes espacios naturales. Las piedras son el origen o punto de partida de sus obras y, a partir de ahí, se desarrolla y expande hacia los mundos que sólo el nos permite observar. Un incansable observador de lo aparentemente nimio que nos descubre y abre ante paisajes nuevos que sólo él nos revela. Un guardián de paisajes escondidos”.

La simbología de lo ancestral

Y esas piedras en vertical, que son hitos, al igual que los líquenes nos llevan al principio de la vida, nos trasladan al origen de la Historia, a la Prehistoria, a los monumentos megalíticos, dólmenes y menhires, piedras que marcan territorio. La simbología de lo ancestral. Que marcan el umbral. El microcosmos y el macrocosmos, que son lo mismo.

Cuando expuso en el espacio Rialto Living, también en Palma de Mallorca, escribieron de él así: “La obra de James Lambourne conecta estrechamente con la naturaleza y con el Mediterráneo. Además de utilizar técnicas y soportes clásicos, como la pintura, la escultura, el grabado o el dibujo, incorpora en sus instalaciones e intervenciones efímeras, afines al Land Art, elementos naturales, recogidos y coleccionados como tesoros. No obstante, las fronteras de su quehacer artístico son mucho más amplias y difíciles de catalogar. Lambourne interioriza las formas, texturas y colores de su entorno para desarrollar su inconfundible iconografía personal: territorios, hitos, círculos de piedras –que él considera “umbrales”–, elementos simbólicos que atraviesan toda su obra. Su observación de la naturaleza le lleva a tomar conciencia de que nada, ni siquiera lo inerte, permanece igual; que el tiempo comporta siempre evolución, movimiento, cambio y transformación. Esa misma observación es la que ha capturado el interés de Lambourne por la armonía entre el microcosmos y el macrocosmos. Esta visión le lleva a sus descubrimientos cotidianos, piedras y otros objetos en los cuales encuentra universos enteros grabados y creciendo en su superficie”. Lo pequeño hecho Universo. 

La armonía entre lo microcósmico y lo macrocósmico

En 2006, Lambourne expuso en la Fundació Pilar i Joan Miró en Mallorca; la comisaria, Pilar Ribal, escribió de James así: “Pintor, grabador, dibujante y escultor, la proximidad de James Lambourne a la naturaleza es prácticamente consustancial a su personalidad. Sus paseos de recolección fueron acumulando en su estudio numerosos objetos, como piedras, maderas, hierros, ramas, corchos, algas secas, vidrios, frutas, etc… Todas estas formas caprichosas, naturales y artificiales, se convirtieron en el más constante estímulo de sus investigaciones plásticas, desarrollando una vertiente creativa próxima al Land Art. Sus intervenciones efímeras, la composición de esculturas-collage, las combinaciones azarosas con piedras y arenas o los dibujos sobre piedras le acercan sin duda a la obra de Joan Miró y a la de artistas tan reconocidos como Richard Long, Michael Heizer, James Pierce o Robert Smithson”.

“En sus creaciones escultóricas y ambientales podemos observar cómo Lambourne ha articulado una poética que pretende armonizar lo singular y lo universal, o el azar y lo filosóficamente complejo. Las formas más frecuentes que utiliza el artista (el círculo, el esfera, la elipse o la proyección en vertical de la piedra) manifiestan que su observación de la naturaleza guarda una estrecha relación con el deseo de aproximarse a enigmas que incumben al orden de lo real. De aquí, por ejemplo, su interés por las series de formas y marcas impresas en los campos del sur de Inglaterra y otros lugares del mundo que son sólo visibles a una cierta distancia de la Tierra (como los famosos crop circles), o esas formas pétreas primitivas que erigieron los hombres prehistóricos apuntando al sol y a las estrellas, y de los cuales las Islas Baleares poseen tantas evidencias”. “La visión de James Lambourne sobre la armonía entre lo microcósmico y lo macrocósmico se sintetiza ejemplarmente en un excepcional conjunto de piedras rotas que el artista asocia a la propia unidad en la diversidad de la humanidad. (…) Son la mejor metáfora de una belleza infinita…”.

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