el agarrotado (Goya, 1780)

Esta estampa muestra con virulencia la pena de muerte, un tema abordado por Goya en repetidas ocasiones.

Plasma una imagen de gran dramatismo: un reo recién ajusticiado a garrote vil, con una cruda expresión de dolor en el rostro, sosteniendo entre sus manos un crucifijo y con los pies violentamente contraídos y rígidos ya tras la muerte del condenado. A la derecha del agarrotado ubica Goya un cirio, que permite el juego de luces y sombras y crea una atmósfera lúgubre.

En medio de un espacio iluminado por una vela de grandes dimensiones colocada sobre un candelabro se puede ver a un reo que acaba de ser ajusticiado con el garrote. Los ojos están cerrados, la expresión del rostro es más bien adusta y no manifiesta dolor. Los cabellos largos caen por la espada, los brazos están extendidos y las manos se unen con los dedos entrelazados sujetando una pequeña cruz que pende hacia un lado. Las piernas están extendidas y los dedos de uno de los pies están rígidos. Goya se concentra en el cadáver del hombre que acaba de ser ajusticiado, subraya su protagonismo y la brutalidad del acto al que ha sido sometido, mientras que la claridad de su túnica podría estar haciendo referencia a su inocencia.

El agarrotado es un hombre de carne y hueso, indudablemente un villano, pues el método de ejecución así lo acredita, pero su rostro no es una caricatura ni un apunte, sino un retrato que humaniza su sufrimiento. El reo sostiene un crucifijo entre las manos y lleva un escapulario con la imagen de Cristo en el Gólgota. Todo indica que es un hereje condenado por el Santo Oficio. Es probable que Goya haya realizado el grabado basándose en una ejecución real, pues la composición delata un intenso realismo, especialmente en los pies. Uno aparece con los dedos crispados, reflejando la angustia de la agonía; el otro está relajado, mostrando claramente el abandono de la muerte. Una vela desprende algo de claridad, apenas un globo de luz, pero las sombras ocupan el fondo. No hay público ni autoridades. No es aventurado afirmar que se cierne la noche, con su manto negro, que imprimirá a las ropas blancas del reo un aspecto fantasmal.

En el famoso óleo que recrea la represión de las tropas napoleónicas contra el pueblo de Madrid se escamotea el rostro de los verdugos, asimilados a una impersonal máquina de matar alumbrada por un enorme fanal. En El agarrotado, el reo conserva las facciones que preservan su identidad individual, algo que no sucede con tanta claridad en el grabado núm. 34 de la serie Los desastres de la guerra. En esta ocasión, sólo sabemos que el garrote vil ha ejecutado la sentencia de muerte Por una navaja, de acuerdo con la leyenda anotada por el pintor al pie de la imagen. Durante la Guerra de Independencia, ser portador de un arma blanca era motivo suficiente para ser ajusticiado. Se trataba de un castigo desproporcionado, ya que las navajas era un utensilio habitual entre las clases populares, que casi siempre las empleaban en actividades inofensivas. En El agarrotado, se aprecia una vela y una línea que representa al patíbulo. En Por una navaja, no hay ningún objeto, salvo el garrote, pues el patíbulo se ha difuminado con unas líneas de aguafuerte. En ambos casos, el reo ya ha expirado, pero en la estampa de 1815 la agonía ha adquirido mayor crudeza: los ojos cerrados por la asfixia, la lengua fuera, la cara deformada e irreconocible. Las manos se aferran a un crucifijo, pero del cuello no cuelga un escapulario, sino la navaja –insignificante– que le ha costado la vida. Detrás, hay una multitud indiferenciada, donde se esbozan gestos de espanto y estupor. En una esquina, una mujer se tapa el rostro, tal vez para distanciarse del horror que acontece ante sus ojos. Parece que Goya haya adoptado la perspectiva del esperpento valleinclanesco, que contempla a sus creaciones desde arriba, con la lejanía de un demiurgo, pero se trata de una falsa impresión. Es cierto que los personajes parecen seres grotescos, casi caricaturas, pero Goya no los considera simple materia estética, sino las víctimas olvidadas de la historia, pisoteadas y humilladas por el poder temporal. De todas formas, los ajusticiados tienen un rostro que les identifica, si bien se desdibuja en proporción a su sufrimiento. En cambio, los verdugos son invisibles, seres perfectamente anónimos que giran el torniquete, sin inmutarse por el espectáculo de una muerte cruenta. Curiosamente, el garrote se consideraba más humano que la horca. De hecho, Fernando VII estableció por decreto en 1832 que se convirtiera en el método habitual de ejecución, pues permitía aplicar la máxima pena con «humanidad y decencia». Este supuesto avance moral pone de manifiesto que realmente el sueño de la razón produce monstruos, pues un mecanismo complejo sustituye a una simple cuerda, sin restar un ápice de barbarie a la ignominia de la pena capital.

El agarrotado no es un simple grabado. Al igual que cualquier obra de arte, con independencia de su género, debe interpretarse como un texto, lo cual implica que su significado no puede enunciarse de forma definitiva, pues cambia con el tiempo, enriqueciéndose, ramificándose o degradándose. A pesar de que en 1799 su personalidad artística aún se hallaba lejos de la madurez, Goya ya muestra un enorme talento para la representación de la luz, el espacio, la composición y la psicología de los personajes. Su mirada no es sentimental ni morbosa. No pretende ser grandilocuente, sino exacto, profundo, creíble. No conocemos la identidad del reo, pero sí su dolor, su impotencia, su soledad, su terrible indefensión. Han pasado más de dos siglos y los ingenios letales se han sofisticado, introduciendo la posibilidad de matar a enormes distancias, sin contemplar los estragos causados. En El agarrotado, Goya nos recuerda que detrás de una muerte violenta siempre hay un rostro, suplicando que reconozcamos su humanidad, y un brazo ejecutor, que intenta intimidarnos con su poder abrumador.

Por una nabaja es estampa 34 de 82 de la serie Los desastres de la guerra, En diciembre de 1808 se determinó que todos aquellos habitantes de Madrid que fuesen sorprendidos en posesión de un arma habrían de ser arrestados y posteriormente condenados a muerte.

Esto es precisamente lo que Goya refleja en este grabado, el momento en que un hombre que ha sido descubierto en posesión de una navaja está siendo sometido al garrote. En su pecho lleva una cuerda de la que pende el arma y bajo ésta un texto en el que se señalan las vicisitudes que motivaron su detención. Las manos están cruzadas y en ellas sujeta un crucifijo. Todo ello tiene lugar en un espacio público ante una muchedumbre que asiste a la muerte del reo y que manifiesta expresiones de desagrado y dolor.

Goya se detiene en el rostro del ajusticiado con la mirada perdida y la boca abierta. Los cabellos están erizados, lo que delata el dolor por el que este hombre ha pasado antes de morir. Se trata de una visión realista y dura del tema de la pena de muerte que no deja duda de la repulsa y el rechazo que ésta suscita en el artista. Mediante un título breve como Por una navaja, Goya expresa la desmesura del castigo.

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