Día Sábado, 27 de Abril de 2024
Avileses. Tipos populares de Ávila
'Avileses' es un escaparate expositivo donde se muestran infinidad de tipos y personajes abulenses identificados como tales por su indumentaria y por el ambiente escénico en el que se retratan, principalmente.
Y “Avileses” es el título de una conferencia que se desarrolla siguiendo el guión de centenares de estampas con la pretensión de recrear y representar una parte de la identidad de cultural de los abulenses, tal y como la percibieron infinidad de artistas, dibujantes, pintores y fotógrafos. VER PUBLICACIÓN.
Avileses y avilesas son los hombres y mujeres nacidos en Ávila, a los que comúnmente se les denomina con el gentilicio de abulenses.
En esta ocasión, llamamos avileses a los personajes anónimos que la historiografía ha caracterizado como personas o tipos representativos de lo que son o aparentan ser las gentes de Ávila.
La representación gráfica o artística de los hombres y mujeres de una comunidad, de un pueblo o de una región, es una forma más de significar su identidad, y sobre ello nos ocupamos ahora a propósito de la conferencia del jueves 22 de mayo de 2014 (Palacio de los Serrano, 19 horas).
Efectivamente, desde el momento en el que se busca resumir en una imagen toda la singularidad de una persona, su rostro, su forma de estar, su vestimenta y su entorno, ésta queda reflejada en la tierra donde vive, donde disfruta y donde sufre en una lucha diaria por subsistir.
Las imágenes, estampas, grabados, dibujos, litografías, pinturas y fotografías a través de las cuales se muestra la personalidad de los abulenses, y con ello de una particular identidad cultural común, ofrecen una cercanía y complicidad entre los habitantes de Ávila que se identifican con escenas costumbristas o folclóricas propias de su devenir histórico.
Tal coincidencia de personalidad tiene un marcado carácter sentimental, pues se produce en la comunión de tradiciones de antepasados con iguales orígenes en el tronco familiar de la historia.
Más allá de los retratos humanos y de la simpleza o retorcimiento de las posturas que adoptan en sus poses, los tipos populares muestran peculiares atuendos, trajes y ropajes que antaño lucían nuestros antepasados, a la vez que exhiben la belleza plástica de la fisonomía humana que se luce en formas y redondeces de cuerpos.
Los tipos de Ávila cautivados por la pintura se ven engrandecidos por la visión personal del artista que aporta creatividad compositiva y riqueza cromática de sentimientos profundos.
Los tipos humanos encontraron en la llamada pintura de género o costumbrista una extraordinaria forma de recreación plástica, y en ello se afanaron un significativo elenco de pintores, cuyas obras son importantes exponentes de la historia de la pintura.
Más aún, la sencillez de los dibujos coloreados y reproducidos en cromos y tarjetas postales, los cuales adornan campañas publicitaras y programas festivos son el resumen gráfico de la representación popular de lo abulense.
Por su parte, la fotografía es uno de los soportes gráficos más agradecidos para explicar la historia y mostrar la realidad física y material de las cosas.
Por ello, aún sin explicar la extraña y poderosa atracción que ejerce Ávila sobre las miradas que se fijan en ella, fotógrafos, retratistas, pintores y viajeros aficionados han querido inmortalizarla con vocación de transmitir la idea de su belleza espiritual y material a la humanidad.
Los avileses y avilesas son la imagen gráfica a la que numerosos viajeros y literatos se refieren en sus escritos de forma descriptiva y poética.
El álbum de retratos de Ávila es un recorrido por la historia visual de la representación artística de los rasgos más peculiares de las gentes de esta tierra, los cuales se han significado como iconos típicos una identidad propia, tanto que incluso fueron divulgadas y comercializadas con el subtítulo de “tipos de Ávila” o el genérico de “abulenses”, “avileses” e incluso “avilenses”, sin más añadido.
Los hombres y mujeres que se retratan son la expresión de una arraigada tradición cultural que todavía hoy puede apreciarse en la distancia, engrandecidos por la luz y color que sabiamente combinan los creadores artísticos.
En otros casos, son los detalles monumentales de la escena, o los atuendos de los personajes, los que concluyen sobre su abulensismo.
Los lugares de exhibición en los que se retratan los tipos de Ávila semejan aquellos que los novios recién casados eligen para su álbum de boda.
Los escenarios monumentales son la catedral de Ávila y la basílica de San Vicente, donde las feligresas y beatas posan recogidas y ceremoniosas; el atrio del convento de San Antonio, en el que las mujeres destacan por el característico gorro de paja de centeno de sus cabezas; en el humilladero de Santa Ana, donde las mujeres se apoyan en la cruz granítica que anuncia el lugar santo.
Pero Ávila no era sólo una ciudad monumental, también era un hervidero de mercaderes y feriantes, de aldeanos y arrieros que llenaban las posadas, de lecheros y panaderos que acudían diariamente ofreciendo sus productos, de lugareños en traje de fiesta, de militares y soldados de la Academia, de curas y seminaristas de la diócesis, de aguadores y criadas que amenizan las fuentes de la ciudad con bullicio y jolgorio entre animales y la muchachería.
La muralla vista desde los Cuatro Postes es el decorado elegido para numerosas vistas y los muros y tapiales del viejo caserío sirven a José Mayoral Encinar y otros editores de postales para retratar los denominados “tipos del país” de Ávila.
Con tan variados telones de fondo se retratan los aldeanos con sus trajes de diario y también de fiesta, al mismo tiempo que la miseria se apodera de los pobres que acuden a recibir “la sopa boba” que reparten los frailes dominicos de Santo Tomás.
Este último es un capítulo de gran belleza plástica, y al mismo tiempo temeroso por la injusticia social. La mendicidad resulta fotogénica.
Y las escenas abrumadoras del gentío que espera la comida asistencial hicieron famosas su representación en estampas, las cuales propiciaron un gran éxito en la difusión de postales con estas escenas retratadas por Isidro Benito Domínguez, Ángel Redondo de Zúñiga y Hauser y Menet.
Igualmente, la literatura de viajes nos dejó en 1912 tristes testimonios de este singular espectáculo como cuenta el escritor León Roch en 'Por tierras de Ávila', y el pintor José Gutiérrez Solana en su obra 'La España negra'.
Coincidiendo con la celebración de la feria de septiembre, la Cámara de Comercio de Ávila organizó en 1931 un programa de festejos “dignos de atraer un contingente de forasteros y proporcionar esparcimiento a la colonia veraniega y al vecindario”.
El programa incluía un concierto de la Banda Municipal, una tómbola benéfica, corridas de toros, una charlotada taurina, música de dulzaina, funciones de teatro, concursos de trajes regionales carreras de bicicletas y partidos de fútbol.
Y con motivo de las fiestas se distribuirán limosnas a los pobres.
Como vemos, el programa festivo responde a imágenes que se repiten desde hace décadas: música, trajes y caridad, las mismas que representan el imaginario popular del tipismo abulense.
Las ferias de San Juan y San Gil y los mercados semanales forman un decorado viviente de la larga tradición histórica del comercio abulense que toman las afueras de la ciudad a la sombra de las murallas y las plazas del Mercado Grande y el Mercado Chico, en sustitución de los legendarios campos de batalla, el mismo ambiente que también se respira en las plazas de Piedrahita y El Barco de Ávila.
Las posadas abulenses, como las de la Feria, el Rastro, el Puente, las Vulpes, o la Estrella, son lugares de acogimiento de viajeros, feriantes, arrieros y trajinantes, ofrecen la cara doméstica de formas tradicionales de vida.
Las eras y los campos abulenses acogen al campesino como imagen imperecedera de una identidad rural característica.
Las numerosas fuentes con que cuenta la ciudad, como las del Mercado Chico, el Mercado Grande, la Plazuela de la Fruta, las Vacas, la Sierpe y el Pradillo, concentran en su entorno a la muchachería y el bullicio de una sociedad que lucha por la subsistencia, y es que “ir a la fuente era una de las principales ocupaciones de Ávila” escribió Jorge Santayana.
La pintura nos ha dejado buena muestra de composiciones atractivas de alegorías costumbristas decoradas con la muralla al fondo, la fuente del Pradillo, la ermita de San Segundo, la ermita del Resucitado, y la ermita de las Vacas, entre otros motivos.
Y también expresivos retratos de hombres tocados con sombrero de paño y de mujeres que se cubren la cabeza con pañuelos y gorros de paja.
Ahí están las pinturas de Zuloaga, Sorolla, López Mezquita, Chicharro, Caprotti, Soria Aedo y Martínez Vázquez, así como los amables dibujos de Antonio Veredas y de Sánchez Merino, entre otros, con los que completamos nuestro imaginario de tiempos pasados que ya son parte del ideario de la cultura popular.
¿Quiénes son esos tipos anónimos y sin personalidad conocida para el gran público que prestan su imagen al artista para su inmortalización como referente general de los hombres y mujeres avileses?
No estamos aquí ante el retrato de personajes famosos, ni de ricos comerciantes o hacendado, ni de clérigos o religiosos, ni de señores relevantes de la sociedad abulense, ni de regidores o munícipes, ni de nobles o aristócratas, ni de artistas o toreros, tampoco ante retratos de familia.
Por el contrario, son gentes del pueblo llano que un día posaron para la ocasión sin saber que con ello iban a representar a la generalidad de sus convecinos.
De la observación de los tipos avileses extraemos su alma para hacerla nuestra.
Poco se sabe de las condiciones de vida en las que se desenvuelven o de las penurias que arrastran, tampoco de la verdadera religiosidad de su vida interior.
Es como si todo fuera apariencia, solo se transmiten y exteriorizan viejas formas de vida provinciana y del medio rural que desbordan alegría y colorido, también situaciones de pobreza, donde la indumentaria, la frenética actividad mercantil de ferias y mercados, el paisaje urbano de fuentes y posadas, y la monumentalidad de la ciudad medieval constituyen una rica escenografía que configura la típica fisonomía de Ávila.
Con todo, se construye la identidad de un pueblo que se mantiene vivo, a la vez que se descubren aspectos que son o quieren ser familiares a todos los abulenses, de ahí que los modelos o tipos elegidos se pierdan en el anonimato, a la vez que de su representación comulgan la generalidad de las gentes de Ávila.
Su imagen responde a retratos de aldeanos, campesinos, aguadores, mercaderes, comerciantes, feriantes, feligreses caritativos, lecheros, arrieros, pastores, sacristanes, romeros, monaguillos, posaderos, huertanos, músicos populares de dulzaina y tamboril, serenos, alguaciles, lavanderas, danzantes, hombres y mujeres trajeados a la antigua usanza, gitanos, mendigos y pobres de solemnidad.
Unas veces los tipos aparecen posando para la ocasión adoptando posturas y modales educados, mientras que en otras vistas es la espontaneidad de gestos en el quehacer diario la nota definitoria de la compostura de los grupos que llenan el mercado, se alojan en viejas posadas o se arremolinan en las fuentes.
Los posados representados son más bien formas de estar, porque no hay fuerza en ellos, ni apariencia artificiosa más allá de una intención de lucimiento orgulloso de lo que se tiene.
Efectivamente, los lugares son reales, al igual que los son los ropajes, las faenas y ocupaciones, los animales de carga y transporte, la alegría y la miseria, el bullicio festivo y la piadosidad.
No restan autenticidad a lo abulense los modelos que posan en los arrabales, patios, pórticos y otros lugares del callejero con la idea del artista puesta en significar los tipos clásicos de Ávila.
Como puede observarse, son fotos tomadas en sus escenarios y ambientes naturales y no en el estudio o galería del fotógrafo como ya henos dicho. Son imágenes realizadas por viajeros y reporteros que testimonian un singular zoológico humano con vocación documentalista.
En las pinturas de Bécquer, Zuloaga, Sorolla, Echevarría, López Mezquita, Eduardo Chicharro, Soria Aedo, Caprotti, y Martínez Vázquez la realidad se adentra en el interior de los personajes con una fuerza desgarradora tal que los despoja de cualquier localismo para profundizar en el ser humano.
Los ojos llameantes, los rostros surcados, la sonrisa natural y alegre, la quietud de ánimo y del tiempo, los semblantes expresivos, la necesidad y la virtud, el sentimiento religioso, el paso de los años, el bronco y austero espíritu castellano, y los contrastes festivos y melancólicos son notas sobresalientes de los tipos retratados en la obra abulense de dichos pintores.
Para ello utilizan modelos y paisanos de Ávila y sus pueblos que posan orgullosos de representar a una “raza” de hombres y mujeres valientes, como fue el caso de Gregorio 'El Botero' que inmortalizó Zuloaga, los tipos que pintó Chicharro llamados 'El jorobado de Burgohondo', 'Angelillo el tonto', 'El Tío Carromato' y 'El Alguacil Araujo', o las mozas y serenos que retrató Caprotti.
También nos sobrecoge el último retrato fotográfico del 'Tío Colorado', el sereno y pregonero más famoso de Ávila y España, igual que la imagen del limpiabotas Merejo que inmortalizó Camilo José Cela.
Poco importan las circunstancias sociales del momento, aunque sí el escenario del paisaje rural y urbano que delata el contexto histórico del lugar retratado, y con el que se quieren establecer complicidades de paisanaje en su contemplación.
No es el momento de construir la historia antropológica o artística en la que se integra el objeto fotografiado o la obra pictórica.
Lo que interesa ahora es la imagen abstraída de su entorno, a veces hostil, en la medida en que a través de ella puede admirarse en los abulenses la laboriosidad, el ánimo festivo, la soledad, la sobriedad y hasta la elegancia y el espíritu hidalgo en situaciones contradictorias de miseria donde sobresale la belleza artística.
No figuran entre los personajes de nuestra memoria colectiva antiguos guerreros o caballeros legendarios de la historia de Ávila, tampoco hay santos o literatos ilustres, ni otras grandezas, pues en esta ocasión se huye de protagonismos y se predica el anonimato y la sencillez que tanto une.
Y los tipos de Ávila constituyen la herencia de nuestro patrimonio histórico, social y etnográfico que tradicionalmente ha formado parte del imaginario del gran público, lo cual ha sido propiciado, en gran medida, por la difusión y divulgación realizada de las imágenes seleccionadas.
Coinciden los modelos o personajes retratados en posar para fotógrafos y pintores y desprenderse de una parte de su intimidad sin tener conciencia de ello.
La imagen que se retransmite entonces carece de personalidad propia porque ésta quiere ser común al pueblo abulense y universal en su percepción, de ahí que se conciba para ser proyectada más allá de nuestras fronteras y no para un álbum familiar.
Su atractivo radica en cierto sentimentalismo que se despierta ahora en la distancia temporal y espacial.
El gusto por estas imágenes mezcla el puro amor romántico con el apego a las tradiciones y costumbres de nuestros antepasados, lo cual se acrecienta en el caso de la pintura al gozarse de nuevas sensaciones por su riqueza compositiva y cromática.
La representación idealizada de las gentes abulenses pasa también por su plasmación en estampas, cromos, postales publicitarias y otros coleccionables, utilizando para ello las técnicas del dibujo y la litografía.
Aquí no hay modelos, pero sí gestos, miradas, atuendos y ropajes que fácilmente empatizan con las gentes de Ávila.
Los libros de viajes son una fuente extraordinaria para conocer de primera mano las viejas costumbres y el tipismo desbordante que tanto llama la atención de los viajeros, como se recoge en 'Ávila en los viajeros extranjeros del siglo XIX' (2006), donde observamos con ingenuidad:
“En Ávila todo el mundo iba en burro; los habitantes de la ciudad con frecuencia tenían pájaros en jaulas; el viejo tipo popular luce peculiares sombreros, elegantes chaquetas, pantalones cortos y ceñidos, de extrañas “perneras” de cuero y amplios abrigos”.
“Los hombres van envueltos en voluminosas capas y redondos sombreros o gorras de colores subidos, las mujeres son las más elegantes y llevan vestidos de color discreto forrado de franela de color rojo intenso o verde, enaguas de gutapamba y medias azules o moradas”.
“Los hombres visten con grueso tejido azul, anchas fajas, sombreros puntiagudos, zahones de piel, pantalón corto, zuecos y polainas; finalmente comprobamos que en las calles vagan curas, mendigos y funcionarios públicos, en los conventos pululan los monjes, y al mercado local afluyen campesinos, con vestidos de vivo color”.
Sobre los ropajes y atuendos que tradicionalmente han vestido los abulenses, los testimonios gráficos que se conservan nos enseñan las gorras o sombreros de paja que utilizaban las mujeres campesinas, la vestimenta y el equipo de los pastores, las manufacturas textiles tradicionales que producían paños y géneros afines, y especialmente la indumentaria tradicional que lucen hombres y mujeres en la vida diaria, en el trabajo, en el lucimiento y en fiestas.
Observando detalladamente nuestros personajes podemos decir que la indumentaria femenina se componía de prendas como la camisa, el refajo o manteo, el jubón o corpiño, el mandil, la faltriquera o bolsillo que se ata a la cintura; el dengue o prenda colocada sobre el jubón; el mantón, el pañuelo de busto, las medias y zapatos, el pañuelo de cabeza, la mantellina usada para cubrirse la cabeza al entrar a la iglesia, la montera y sombrero de paño, la gorra o sombrero de paja, los adornos de peinado, los pendientes y los aderezos o joyas como filigranas, gargantillas y collares.
En cuanto a la indumentaria masculina cabe distinguir la utilizada en ocasiones festivas de la empleada durante el trabajo.
Durante las fiestas el hombre viste camisa o camisón, calzoncillo, calzón, sayo, chaleco, chaqueta, faja, bolsillo, cinturón, medias, zapatos, polainas, sombrero, y capa.
En el trabajo, varía según se trate de pastores, labriegos o artesanos, el hombre emplea la zamarra, el coleto, los zahones, el mandil, las medias, los peales, las abarcas, la montera, el sombrero, la boina, la manta, y el capote o anguarina.
Las formas de vestir de la gente pueblerina, los pobres de Santo Tomás, los campesinos afanados en tareas agrícolas, los paisanos en general que trasiegan por la ciudad o aguardan en posadas, y la multiplicidad de retratos y tipos que humanizan iglesias y monumentos, también enriquecen nuestra visión cultural de los hacedores anónimos de la historia de Ávila.
La mayoría de los autores nos hablan de tipos abulenses ataviados con llamativos trajes, de días de mercado, de ferias y fiestas, de costumbres ancestrales, de escenas pintorescas, del triste espectáculo de la “sopa boba”, y de antiguas formas de vida que son un fuerte atractivo para turistas y visitantes.
Y ahí están los testimonios de los viajeros ingleses y de autores como Gustavo Adolfo Bécquer, Valeriano Garcés, Manuel Valcarcel, Jorge Santayana, José Gutiérrez Solana, León Roch, José Gutiérrez Solana, Albert Klemm, José Mayoral, Antonio Veredas, José Francés, José Montero Alonso, Nicasio Hernández Luquero, Luis Belmonte, Camilo José Cela y José Jiménez Lozano, entre otros.
La ciudad monumental le pareció a Lorca en 1916 la edad media levantada del suelo, y qué asombro le produjo el colorido de los trajes de hombres y mujeres que son el tipismo del campo, los cuales llenaban la ciudad para honrar a Santa Teresa en su fiesta.
Siguiendo las palabras de Azorín, pronunciadas en 1924 con motivo de su ingreso en la Real Academia, diremos que Ávila es una Atenas gótica que señorea los graneros, las eras y los mercados de toda Castilla. Y toda la espaciosidad de una plaza (la del Mercado Grande), en la que sólo se ven un caballero con sombrero de copa y una dama con miriñaque y una sombrilla, es la representación de Ávila en las viejas estampas.
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