Emile Cioran: El aciago demiurgo

Emile Cioran: El aciago demiurgo. Madrid: Grupo Santillana, 2000.

Querría hacer algunas breves observaciones antes de empezar a comentar el cuarto libro de Cioran del que hablamos en este blog:

  1. En primer lugar, no es una novedad editorial. Cioran publicó este libro de espléndido título, título suficiente para despertar una envidia venenosísima entre los purísimos teólogos y creyentes, en 1969, fecha de mi nacimiento, por cierto, en la editorial Gallimard.
  2. La traducción española de Fernando Savater en la editorial Taurus es de 1973. Todos los que estudiamos Filosofía en su momento tenemos algún libro de Taurus de los setenta u ochenta: Discursos Interrumpidos I de Benjamin (1973), Dialéctica negativa de Adorno (1975), La Viena de Wittgenstein de Janik y Toulmin (1974), La tarea del héroe de Fernando Savater (1981), o La miseria de la razón -El primer Wittgenstein- de Isidoro Reguera (1980). En los setenta y ochenta si comprabas algo de Taurus era bastante probable que terminases leyéndote el libro. Desgraciadamente, aunque la marca Taurus permaneció la idea editorial desapareció en los noventa y fue engullida por por el Grupo Editorial Santillana que incluye a Taurus, Alfaguara, Aguilar, Altea, Punto de lectura, Salamandra (literatura juvenil), etc. Y todo esto dentro del gigantescto entramado de intereses del Grupo PRISA. Desde entonces, he comprado muy poco de Taurus, un libro que desmentía la presencia de hierro en las espinacas y otro de filosofía política de Giovanni Sartori recomendado por una amiga. Nada más. Creo que, en principio y con mucho camino por recorrer todavía, la idea que inspiraba a Taurus en los ochenta es la que ampara el proyecto editorial de la recientemente creada sextopiso.

Vamos con El aciago demiurgo. Demiurgo fue el nombre que Platón dio al creador. En una de sus entrevistas Cioran comenta que «Me he interesado mucho por la Gnosis, eso desde luego. El resultado fue un librito, El aciago demiurgo, cuyo título alemán, Die verfehlte SchöpfungLa creación errada«) me gusta. Al Creador sólo podemos imaginarlo maligno o, como máximo chapucero.» (Cioran: Conversaciones. Tusquets, p. 120) Los gnósticos, o filósofos de la Gnosis vivieron en los siglos II y III y se enfrentaron al problema de la existencia conjunta del Mal en el Mundo y un Creador Bueno y Omnipotente en el Cielo con mucha mayor honradez que el cristianismo. Tanto para los gnósticos como para Cioran el cristianismo se envileció al mentir culpando del Mal en el Mundo al hombre, al pecado original. Cioran y los Gnósticos creen que el problema está más arriba: o bien Dios es omnipotente y malvado o bien es bueno pero algo chapucero. En ocasiones Cioran se inclina por la hipótesis de un Dios malvado de instintos malignos. Las conclusiones éticas de los Gnósticos iban desde el libertinaje al ascetismo. Es decir, si la creación entera es un error todo lo que hagamos aquí abajo carece de importancia, todo está permitido. O también, si la creación es el producto de una necedad debemos hacer lo posible por destruirla: jamás y de ningún modo procrear, continuar con esta aberración que es la humanidad. Y en lo posible desaparecer cuanto antes.

El libro es una mezcla de prosa y aforismos. La prosa de Cioran no es la prosa de Nieztsche: le falta levedad e ironía. En general, es clara y correcta, pero no anima a la relectura como sí lo hace su maestro. A su lado destacan mucho sus aforismos: algunos, como los de Nietzsche, con sus exageraciones y sus golpes de efecto, son como un puñetazo en la cara.

A continuación unas pequeñas anotaciones que muestran lo dicho hasta ahora:

El demonio es el representante, el delegado del demiurgo, cuyos asuntos administra aquí abajo. Pese al prestigio y al terror unidos a su nombre, no es más que un administrador, un ángel degradado a una tarea baja, a la historia (p. 11)

Seríamos con toda seguridad muy diferentes si la era cristiana hubiera sido inaugurada por la execración del creador, pues el permiso de abrumarle no hubiese dejado de aliviar nuestra carga y de volver así menos opresores los dos últimos milenios. La Iglesia, al rehusar incriminarle y adoptar las doctrinas a las que no repugnaba hacerlo, iba a comprometerse en la astucia y la mentira (p. 14)

No es tanto el apetito de vivir lo que se trata de combatir como el gusto por la «descendencia». Los padres, los progenitores, son provocadores o locos. Que el último de los abortos tenga la facultad de dar la vida, de «echar al mundo»…, ¿existe algo más desmoralizador? ¿Cómo pensar sin espanto o repulsión en ese prodigio que hace del primer venido un medio-demiurgo? Lo que debería ser un don tan excepcional como el genio ha sido conferido indistintamente a todos: liberalidad de mala ley que descalifica para siempre a la naturaleza.

La exhortación criminal del Génesis: Creced y multiplicaos, no ha podido salir de la boca del dios bueno. Sed escasos, hubiese debido sugerir más bien, si hubiese tenido voz en el capítulo. Nunca tampoco hubiese podido añadir las palabras funestas: Y llenad la tierra. Se debería, antes de nada, borrarlas para lavar a la Biblia de la vergiienza de haberlas recogido.

La carne se extiende más y más como una gangrena por la superficie del globo. No sabe imponerse límites, continúa haciendo estragos pese a sus reveses, toma sus derrotas por conquistas, nunca ha aprendido nada. Pertenece ante todo al reino del creador y es sin duda en ella donde éste ha proyectado sus instintos malhechores. Normalmente, debería aterrar menos a quienes la contemplan que a los mismos que la hacen durar y aseguran sus progresos. No es así, pues no saben de qué aberración son cómplices. Las mujeres encintas serán un día lapidadas, el instinto maternal proscrito, la esterilidad aclamada. Con razón en las sectas en que la fecundidad era mirada con recelo, entre los Bogomilos y los Cátaros, se condenaba el matrimonio, institución abominable que todas las sociedades protegen desde siempre, con gran desesperación de los que no ceden al vértigo común. Procrear es amar la plaga, es querer cultivarla y aumentarla. Tenían razón esos filósofos antiguos que asimilaban el Fuego al principio del universo y del deseo. Pues el deseo arde, devora, aniquila: juntamente agente y destructor de los seres, es sombrío e infernal por esencia.

Este mundo no fue creado alegremente. Sin embargo, se procrea con placer. Sí, sin duda, pero el placer no es la alegría, sólo es su simulacro: su función consiste en dar el cambiazo, en hacernos olvidar que la creación lleva, hasta en su menor detalle, la marca de esa tristeza inicial de la que ha surgido. Necesariamente engañoso, es él también quien nos permite ejecutar cierto esfuerzo que en teoría reprobamos. (p. 16-17)

Serie de libelos camuflados de tratados, la apologética cristiana representa el sumum del género bilioso (p. 26)

El politeísmo corresponde mejor a ladiversidad de nuestras tendencias y de nuestros impulsos, a los que ofrece la posibilidad de ejercerse, de manifestarse, cada una de ellas libre para tender, según su naturaleza, hacia el dios que le conviene en ese momento. Pero ¿qué emprender con un solo dios? ¿cómo afrontarle, cómo utilizarle? Estando él presente, se vive siempre bajo presión (…) Si la salud es un criterio ¡qué retroceso supone el monoteísmo! (p. 29-30)

La carne ha traicionado a la materia; el malestar que siente, que sufre, es su castigo. De una manera general, lo animado parece culpable respecto a lo inerte; la vida es un estadode culpabilidad, estado tanto más grave cuanto que nadie toma verdaderamente conciencia de ello. (p. 49)

…la liberación no tiene contenido más que para cada uno de nosotros, individualmente, y no para la turba… No hay manera de ver cómo la Humanidad podría ser salvada en bloque; hundida en lo falso, abocada a una verdad inferior, confundirá siempre la apariencia y la sustancia. (p. 51)

…para ser verdaderamente libre se impone un paso más: liberarse de la libertad misma, rebajarla al nivel de un prejuicio o un pretexto para no tener ya que idolatrarla… Entonces se comenzará a aprender cómo actuar sin desear. (p. 54)

Se debería por decencia elegir uno mismo el momento de desaparecer. Es envilecedor extinguirse como se extingue uno; es intolerable verse expuesto a un fin sobre el que nada se puede, que te acecha, te abate, te precipita en lo innombrable. Quizá llegue el momento en que la muerte natural esté totalmente desacreditada, en el que se enriquecerán los catecismos con una fórmula nueva: «Dispénsanos, Señor, el favor y la fuerza de acabar, la gracia de borrarnos del tiempo» (p. 63)

El que no ha pensado nunca en matarse se decidirá a ello mucho más prontamente que quien no cesa de pensar en ello. Como todo acto crucial es más fácil de cumplir por irreflexión que por examen, el espíritu virgen de suicidio, una vez que se sienta impulsado a él, no tendra defensa alguna contra este impulso súbito. (p. 65)

Alguien completamente bueno nunca se resolverá a quitarse la vida. Esta proeza exige un fondo -o restos- de crueldad. El que se mata hubiera podido, en ciertas condiciones, matar: suicidio y asesinato son de la misma familia. Pero el suicidio es más refinado, en razón de que crueldad hacia uno mismo es más rara, más compleja, sin contar que se le añade la embriaguez de sentirse triturado por su propia conciencia (p. 74)

…para hallar un simulacro de paz necesito aferrarme a un tiempo sin mañana, a un tiempo decapitado. (p. 75)

Una interrogación rumiada indefinidamente te zapa tanto como un dolor sordo (p. 99)

Nada podrá quitarme del espíritu que este mundo es el fruto de un dios tenebroso cuya sombra prolongo, y que me corresponde agotar las consecuencias de la maldición suspendida sobre él y su obra. (p. 104)

Según cuenta Plutarco, en el primer siglo de nuestra era ya no se iba a Delfos más que para plantear preguntas mezquinas (bodas, compras, etc.). La deadencia de la Iglesia imita la de los oráculos. (p. 106)

No es tan mórbido el exceso como la ausencia de miedo. Pienso en esa amiga a la que nada asustaba jamás, ni siquiera podía representarse un peligro, fuese del orden que fuese. Tanta libertad, tanta seguridad, debían llevarla un día derecha a la camisa de fuerza. (p. 111)

Basílides, el gnóstico, es uno de los raros espíritus que comprendió el comienzo de nuestro era, lo que ahora constituye un lugar común, a saber: que la humanidad si quiere salvarse, debe volver a sus límites naturales por el retorno a la ignorancia, verdadero signo de redención (p. 114)

Mirad la jeta de quien ha triunfado, de quien se ha esforzado, no importa en qué campo. No descubriréis en ella la menor huella de piedad. Tiene madera de enemigo. (p. 114)

Se puede pensar en la muerte todos los días y, sin embargo, perseverar alegremente en el ser; no sucede lo mismo si uno piensa sin cesar en la hora de su muerte; quien no tuviese más que ese instante ante su vista, cometería un atentado contra todos sus otros instantes (p. 122)

Mientras se envidia el éxito de otro, aunque fuese un dios, se es un vil esclavo como todo el mundo. (p. 125)

No se debería conceder crédito más que a las explicaciones por la fisiología y por la teología. Lo que se sitúa entre las dos, nada importa. (p. 129)

Si una herejía cristiana, no importa cuál, hubiese triunfado, no se habría perdido en matices. Más temeraria que la Iglesia, hubiese sido también más intolerante, puesto que más convencida. No hay duda posible: victoriosos, los Cátaros hubieran sobrepujado a los Inquisidores.
Tengamos por toda víctima, por noble que sea, una piedad sin ilusiones. (p. 134)

Por todas partes, carne a cambio de dinero. Pero ¿qué valor puede tener una carne subvencionada? Antes se engendraba por convicción o por accidente; hoy para cobrar subsidios. Este exceso de cálculo no puede dejar de dañar la calidad del espermatozoide.

Las ratas, confinadas en un espacio reducido y alimentadas únicamente de esos productos químicos de los que nosotros nos atracamos, se hacen, según parece, mucho más perversas y agresivas que de ordinario.
Condenados, a medida que se multiplican, a amontonarse unos sobre otros, los hombres se detestarán mucho más que antes, incluso inventarán formas insólitas de odio, se despedazarán entre sí como nunca lo hicieron y estallará una guerra civil universal, no motivada por reivindicaciones, sino por la imposibilidad en que se encontrará la humanidad de seguir asistiendo al espectáculo que se ofrece a sí misma. Ya desde ahora, si, durante un instante, vislumbrase todo el futuro, no iría más allá de ese instante. (p. 140)

6 comentarios en “Emile Cioran: El aciago demiurgo

  1. Estupendo blog. Una buena selección de lecturas para lectores o escritores aficionados como yo. Por cierto, ¿para cuando una crítica de Montaigne? Estaría encantado de leerla.mortalconrecelo.blogspot.com

  2. Eugenio excelente presentación de las ideas que expones.Definitivamente Emile Cioran es un escritor muy radical en sus ideas, pero esto no lo descalifica en una realidad que observamos cotidianamente. Sin embargo, este hombre hubiera sido feliz con un uniforme de la SS en la alemania nazi.

  3. Alejadro Mateo, su comentario ha sido muy desviado del tema. POR QUE LOS «pensadores» como tu no os callais, si no sabeis nada sobre el tema, evitar comentarios.Muy agudo el ultimo renglon, que a los seguidores de E.Cioran nos duele!!Eres un «nada», lo peor de la escoria de estos blogs.En su temprana carrera de estudiante, E.Cioran pertenecio a una organizacion radical de derecha de rumania, fascscista, la llamada «Guardia de Hierro», siendo esto uno de los 2 motivos fundamentales por lo que aparece ese pesimismo en su vida. Se arrepiente de esa colaboraciòn, lo que le hace que odie la vida, que la considere como el castigo del «Aciago Demiurgo»POR LO TANTO NO LE HABRIA GUSTADO VESTIR UN UNIFORME DE LAS SS.

  4. Coincido con todas las opiniones expresadas, en especial, con las del propio autor Cioran. Como alguien dijo, somos el resultado de las manipulaciones genéticas de un dios loco. Dios, extraterrestre, ángel, diablo,… no importa el nombre que le demos. Sin embargo, mi estudios en el campo de la Gnosis me abrieron una puerta a la esperanza: nuestro interior todavía alberga una chispa divina de inmenso poder que, con el desarrollo adecuado (Alquimia), puede liberarnos de las cadenas y errores, para modificar incluso nuestra perversa carga genética y someter al demiurgo inferior.

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