Durante los largos años pasados en la educación de jóvenes tuve con frecuencia que sufrir un amargo desengaño. Había tenidos muchos jóvenes estudiantes, cuyos ojos de fuego y entendimiento vivaz prometían en las clases inferiores una mies abundante para la edad madura; y, no obstante, ya en las clases superiores las esperanzas puestas en ellos fueron devoradas por los astutos enemigos de la juventud: la pasión, la ligereza, la inexperiencia y la tentación. A menudo tuve que ver, con el corazón espantado, cómo iba consumiéndose de año en año, cómo iba palideciendo cada vez más, por obra de estas cuatro fuerzas malignas, la planta tierna del noble idealismo y de la buena voluntad entusiasta, que encontramos en la mayoría de los muchachos durante los primeros años de estudio.

    Descubrí que de las cuatro fuerzas contrarias, la más fuerte de todas es la primera: aquella blandura, aquel afeminamiento con que los jóvenes de hoy corren, casi sin resistencia, en pos de sus pasiones, en pos de las bajas tendencias de la Naturaleza.

    Hoy el único afán de todo el mundo es “vivir”, “gozar”, “divertirse”. Por esto he mencionado precisamente, como primer modo de ejercitar la voluntad, el sacrificio, la renunciación.

    El refrenamiento de los sentidos, el dominio de sí mismo, la abnegación, el tener a raya los deseos no es un fin, es tan sólo medio, el medio de libertar el alma. Por lo tanto, si te aconsejo con insistencia, amado hijo, que te sacrifiques muchas veces en cosas pequeñas; por ejemplo, haz con alegría tu tarea, aunque te resulte cuesta arriba; prívate de vez en cuando de alguna diversión, de algún placer, de algún plato, por mucho que los desees, etc. Lo hago inducido por motivos de peso. Con la abnegación queremos alcanzar un objetivo elevado: dar alas al alma, hacer al espíritu dueño del cuerpo.

    Sé muy bien que estos ejercicios de voluntad sólo sirven de escuela para lograr una voluntad fuerte; pero escuela de la cual brota una seria vida moral. Se encierra una profunda sabiduría en el hecho de que los romanos llamasen virtus tanto a la virtud  como a la fuerza: esto significa que no hay virtud sin esfuerzo y sin victoria alcanzada sobre nosotros mismos.

    Tihamer Toth. El joven de carácter. Atenas.

    SUGERENCIAS METODOLÓGICAS

   Objetivo.- Necesidad de la abnegación y autodominioen la formación de sí mismo.

   Contenido.-

   Autodominio

    Es el valor que nos ayuda a controlar los impulsos de nuestro carácter y la tendencia a la comodidad mediante la voluntad. Nos estimula a afrontar con serenidad los contratiempos y a tener paciencia y comprensión en las relaciones personales.

    El autodominio debe comprenderse como una actitud que nos impulsa a cambiar positivamente nuestra personalidad. Cuando no existe esa fuerza interior, se realizan acciones poco adecuadas, generalmente como resultado de un estado de ánimo; la armonía que debe existir en toda convivencia se rompe; quedamos expuestos a caer en excesos de toda índole y entramos en un estado de comodidad que nos impide concretar propósitos.

   Actividades.- 

   1. El profesor lee este texto y explica su significado.

   2. Cada alumno contesta a estas preguntas:

    a) ¿Cuáles son las cuatro fuerzas contrarias a la formación?

    b) ¿Cómo se describe la primera fuerza?

    c) ¿Cuál es el modo de ejercitar la voluntad?

    d) ¿La abnegación es un fin o un medio? ¿Por qué?

    e) Señala varias cosas pequeñas en que luchar.

    f) ¿En qué podemos hacer algún sacrificio?

   3.-Escribir en la pizarra las contestaciones a las preguntas e) y f). 
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