Accidentalmente Casados

 —¿Qué quieres decir con eso?— preguntó Jessica. Llevaba diez minutos discutiendo por teléfono delante del juzgado.      Hoy era el día de su boda. Ella y su amor de la escuela secundaria Burke se suponia que se reunieran aqui a las diez y media am para tener su boda.       —Burke, son las diez y cuarenta y cinco, ¿dónde estás?—, preguntó con voz temblorosa.       —Jessica no voy a venir hoy—, dijo Burke.       —¿Qué quieres decir con eso? Nos vamos a casar hoy— dijo ella de nuevo. Esta vez sintió que algo se le escurría por los ojos. Ella moqueó para ahuyentar las lágrimas para que su maquillaje no se arruinara.       —Jessica no creo que te quiera lo suficiente como para querer casarme contigo y vivir juntos en la misma casa—, dijo él. Ella sintió que se le hundía el corazón.       Habían estado planeando la boda juntos desde que él le hizo la pregunta. Él conocía su sueño de casarse y vivir en una casa con jardín para que los niños jugaran. Él no tenía una casa con patio, pero planeaban conseguir uno.       —No te obligaré a comprar una casa con jardín—, le dijo ella. Probablemente la carga financiera era demasiado para él. El motivo de la boda discreta era económico. Ambos no eran ricos, pero si unían sus manos podrían vivir cómodamente.       Como ambos eran huérfanos, no tenían a nadie a quien invitar a la boda privada. Planeaban hacer una boda privada y contárselo a sus amigos más tarde.       —Burke, cariño, ¿no vas a venir conmigo?—, resonó una voz desde el interior de la habitación. Jessica sabia que la voz le sonaba familiar pero no podia ubicarla en ese momento.       —¿Quién es?— Dijo Jessica en un grito ahogado.       —¿Estás empezando a oír cosas?— le preguntó Burke.       Jessica sabía perfectamente que oía una voz familiar. Conocía esa voz. Era la voz de su mejor amiga.       —¿Es Emma?— preguntó ella esta vez lágrimas cayendo del segundo ojo.       —¿Por qué Emma estaría aquí?— Burke preguntó.       Jessica siempre había sospechado de su amiga y de su novio y finalmente, las sospechas estaban resultando ser ciertas.       —Jessica vete a casa y yo iría a verte por la noche—, dijo.       —Esperaría aquí hasta que llegaras—, dijo Jessica. Su voz era suplicante. —Te perdonaria aunque me engañaras. Por favor, ven y no me avergüences—, añadió suplicante.      —Vale, sí, Emma está aquí y sabes qué Jessica, lo nuestro se ha acabado. No puedo casarme contigo ni quedarme contigo. Vamos a romper aquí— le dijo.       —No por favor— Jessica suplicó con la cara empapada de lágrimas. Sus súplicas se encontraron con un silencio vacío. Burke había cortado la llamada.       Jessica se quitó el teléfono de las orejas y decidió volver a llamar, pero descubrió que no podía hacerlo. Burke había bloqueado su línea.       Se acuclilló en la entrada del juzgado. No le importaba que la gente la estuviera mirando. Sólo quería que le arrancaran el corazón, se lo rompieran en pedazos y se lo entregaran.       Lloraba a lágrima viva, pero no pudo evitar escuchar la conversación del hombre que estaba allí: —Creía que habías dicho que llegaría a tiempo —gritó Xavier por teléfono a su ayudante Brian.       Los médicos le habían dicho que a su abuelo apenas le quedaban dos semanas. Xavier le había mentido diciéndole que tenía novia.       Su abuelo le había dicho que se casara con la novia y se la presentara antes de morir para que traspasara la empresa de un especialista en gestión a su nombre.       Su abuelo sabía lo responsable que era Xavier, pero temía que si dejaba el mundo Xavier se quedaría solo y más tarde la empresa abandonaría el hogar de los Delgado.       Dawson (el abuelo de Xavier) decide que, en lugar de que Xavier renuncie a la empresa a la larga, sería él quien la dejaría en manos de quienes saben administrarla.       Le haría revolcarse en su tumba que Xavier renunciara a su duro trabajo y su sudor. Prefiere hacerlo por sí mismo.       Xavier sabía que se lo debía a su abuelo. Cuando sus padres murieron en un espantoso accidente de tráfico que se cobró su vida, él había estado viviendo con su abuelo, que hizo todo lo posible por cuidar de él.       Quería que el negocio permaneciera en el hogar y esto le empujó a casarse. Su ayudante Brian le había hablado de un servicio de matrimonios por contrato en el que se paga por tener una esposa durante algún tiempo.       Él se había adelantado a firmar un contrato con una mujer cualquiera del servicio por un año. Se casaría con él sin ningún compromiso y se divorciaría amistosamente al cabo de un año.       Estaba en el juzgado, pero la mujer no aparecía por ninguna parte. Estaba confuso y cabreado por la pérdida de tiempo. Hoy tenía que llevar a su nueva mujer con su abuelo. Miró su reloj y suspiró molesto.       —Lo siento, señor. Déjeme intentar localizarla de nuevo— dijo Brian cortando la llamada.       —Qué pérdida de mi precioso tiempo— suspiró Xavier en voz alta y molesto. Odiaba perder el tiempo y no podía creer que la chica hubiera desaparecido en combate después de recibir una parte del pago por el contrato.       Sonó el teléfono y no tardó ni un segundo en coger la llamada. —¿Y?—, ladró a su secretaria.       —Su empresa no ha podido localizarla—, respondió Brian.       —En estos momentos está ilocalizable. ¿Por qué no vuelves y lo hablamos con la empresa? Nos enviarán a otra persona—, dijo Brian. Tuvo suerte de que ya tenía una buena relación con su jefe o de lo contrario ya se habría meado encima.       —No pienso irme de aquí sin un certificado de matrimonio—, replicó Xavier. No estaba presionando intencionadamente a su ayudante. Sólo necesitaba resultados de inmediato.       —Me casaré contigo—, oyó Xavier. Se giró para ver a una hermosa mujer de ojos negros y brillantes. La miró y pensó por qué le hacía esto a una completa desconocida.      —Me casaré contigo—, volvió a decir Jessica, que estaba a menos de un metro de ella.

 —¿Qué?— Dijo Xavier dejando caer el teléfono de sus oídos para mirar a aquella chica. ¿Cómo se le había ocurrido casarse con él sin saber nada de él?      —¿Eres del servicio matrimonial?—, preguntó. Su pregunta desconcertó a Jessica.       —No—, dijo mordiéndose los labios. Estaba segura de que su maquillaje se había estropeado de tanto llorar. La conversación que oyó le hizo decidirse a casarse antes de salir del juzgado, y como aquel hombre necesitaba desesperadamente una esposa, decidió ponerse manos a la obra.       —Necesitas una esposa, ¿verdad?—, preguntó sorbiéndose los mocos. El llanto le había dejado la nariz goteando.       —Sí—, respondió Xavier. Se le acaba de ocurrir que ella podría ser una respuesta a su solución.