5. Máximo: Para el frío


―¿A Canadá?

Viktor quedó impresionado cuando, a los 10 años de edad, sus padres le dijeron que iría a visitar a su abuelita en una isla fría del país vecino llamada «Príncipe Eduardo».

Máximo pudo sentir la emoción de su Viktor cuando empezó a saltar alrededor de sus padres. A Max le tocó la peor parte. Las vueltas lo marearon y el sube y baja de su amito lo hicieron ir casi del techo hasta el suelo en un par de segundos.

Max se preguntaba si valdría la pena tanto movimiento. La abuela de Vitya estaba criada a la antigua. Cada vez que lo veía se horrorizaba un poco y le decía a su nieto que debía esconder «su cosita» para que no le diera «Mal de ojo».
Desde que había escuchado eso Máximo se había llenado de muchos miedos. ¿Sería verdad que su ojito podía terminar mal si se mostraba tan libremente ante el público?
Él sólo quería ser un pene libre y saltar feliz por las praderas como Heidi.

Los padres de Sasha habían migrado a Estados Unidos cuando estos eran muy jóvenes y su abuela, una alfa muy fuerte, había sobrellevado la muerte de su amado esposo omega un par de años antes. Ella siempre había querido vivir en Canadá, así que aprovechó su forzada «soltería» y se fue allá, muy lejos, donde el diablo había perdido el poncho.

Después de navidad venían un par de semanas de vacaciones por lo que su abuela Dasha había pedido que su Vitya lo visitara.
Normalmente Viktor adoraba visitar a su abuela y ahora, en otro país y con otro estilo de vida, se sentía más emocionado por lo que descubriría.

―¿Y por qué no puedo ir también yo?―preguntó Yuri molesto al ver que toda la atención la recibía Viktor.

―Yura, tú aún estás muy pequeño para un viaje así―explicó burlón el mayor.

―¡En otras culturas a mi edad puedo casarme con alguien, viejo idiota!―respondió colérico.

―¿Se puede saber en qué cultura y dónde leíste eso?―preguntó su madre curiosa por saber aquello.

―No sé―contestó―, pero siendo el mundo tan grande como dice mi maestra que es, debe haber algún lugar, ¿ya? En todo caso, tú eres adulta, se supone que deberías saber más que yo…

―Yura…―lo reprendió su padre.

―¿Qué? ¡Ella comenzó a atosigarme con sus preguntas!

―¡Ok, niño precoz, baja las revoluciones!―dijo Sasha divertido―¿Tienes alguna idea de lo que significa «atosigar»?

―¡Sí, significa cansar!* ¡Es lo que le dices a mamá en las noches cuando me levanto a tomar agua y ustedes están jugando en su cuarto. Te quejas agotado diciendo «Vicky, espera, no me atosigues con tus pedidos, que si más, que si más rápido, que si más profundo…»

Ambos padres se miraron avergonzados y sus rostros se pusieron escarlata.

No había duda. Yuri podría ir a Canadá. Había ganado la partida.

Yura y Viktor se embarcaron en un vuelo de Air Canada en Boston hacia el aeropuerto de Charlottetown. Tendrían que hacer una parada de hora y media en Montreal  y llegarían a la Isla de Príncipe Eduardo casi cinco horas después.

En Montreal fueron escoltados por hermosas aeromozas que los consintieron en el camino. Todas se encariñaron con los pequeños y les regalaron un avión a escala y unas mantas de la aerolínea.
Máximo había terminado con un dolor de cabeza enorme. Ciertamente los asientos de la clase económica no estaban pensados para él. Aunque Vitya se había puesto unos pantalones de deporte, la posición incómoda y apretada sobre los asientos, había causado en Máximo un encogimiento molesto e involuntario que terminó por marearlo cuando su amito se levantó por fin y salió del sitio.

Maximo se sumía en un mar de dudas. ¿Qué tenían las aerolíneas contra él y sus compañeros de armas? ¿Acaso no eran los penes seres con sentimientos también? Cuando los pinchaban, ¿acaso no sentían dolor? Cuando los lastimaban, ¿acaso no sangraban?
Maximo pensó seriamente sobre las injusticias cometidas en contra de los de su especie y esperaba que algún día esas injusticias se acabaran.

―¡Babushka!―gritó emocionado Viktor cuando Dasha lo miró feliz y gritó su nombre desde lejos.

La abuela amaba a ambos nietos por igual pero Yuri era como un pequeño gatito huraño al que había aprendido a acercarse sólo  cuando este daba el primer paso.

Viktor, en cambio, era un rayito de sol, como un muffin de alegría y chispas de chocolate.
El mayor saltó encima de su abuela, dejando caer la maleta de mano que llevaba. Esta le respondió emocionada, cubriendo su hermosa y larga cabellera plateada con besos.

Yura, en cambio, le dio un beso ligero sobre la mejilla pero le regaló una de esas hermosas sonrisas que sólo daba en contadas ocasiones y que hacían que su corazón saltara. Tras esa capa de desinterés, mostraba lo feliz que se encontraba de estar allí.

El camino hacia la casa demoró poco más de media hora. Dasha vivía en un pueblo llamado Cavendish y todos sus amigos se morían por conocer a sus nietos.
Viktor se emocionó al ver el sol apagado de fin de tarde reflejado en el vasto campo lleno de nieve alrededor.
Cansados, después del largo viaje, Dasha los recibió en su hermosa y pequeña casa cerca del Lago de las Aguas Brillantes (nombre que impactó a Vitya tan pronto lo escuchó) y cerró la puerta tras de sí.

―¡Bienvenidos a Cavendish, mis amores! ¡Siéntanse como en casa!

Eso fue suficiente para un desfile bárbaro de ropa cayendo por el suelo.

―¿Pero qué..?―la abuela no pudo evitar sorprenderse al ver aquella estampa. El tener a sus nietos desnudos en casa era algo que siempre le costaría entender.

Y Máximo…Máximo por fin se sintió cómodo y como en casa.
Con su ojito curioso empezó a observar todo alrededor. Hermosos tapices victorianos cubrían las paredes que eran adornadas por elegantes muebles de madera. Todo muy tradicional y acogedor, como una verdadera casa de abuelita.
Viktor lo llevó por todos lados, saltando feliz con Yura a su lado con  su soldado.

Potya, conocido anteriormente como Cuchi, observaba silente sus alrededores, como buen soldado expectante y preparado ante cualquier peligro. Máximo empezó a calmarse cuando por fin lo vio a su costado. Ciertamente Potya podía ser el hermano menor pero vaya que era un luchador, siempre aguerrido y orgulloso, algo erecto para dar una buena impresión. Con Potya, Máximo se sentía, de una u otra forma, seguro y empezó a adormilarse lentamente, cayendo por fin ante el casancio del día. Era momento de cerrar su ojito y descansar.

En la madrugada Máximo pensó que el fin de sus días se acercaba. Se sentía adormecido e incapaz de pensar con claridad. El frío, siempre allí acompañándolo en casa, no se sentía igual allí. A pesar de estar acostumbrado a un clima templado, Máximo no podía evitar temblar ante el frío que tomaba posesión de él. Era uno diferente, que lo rodeaba con sus finos hilos azules y lo cubría feroz y calladamente, haciéndole difícil el movimiento.
Max no soportó mucho esa sensación sin tratar de calentarse. Trató de abrazarse a sí mismo, replegándose como Tortuga metida en caparazón.

Empezó a moquear tembloroso pero las gotitas pronto se helaron, dejándole sobre la piel una sensación escalofriante.

No entendía la razón por la que todo se sentía como en el polo norte. Al moverse para calentarse, contagió a Viktor, quien empezó a quejarse entre sueños y a temblar.
Max se sentía casi desfallecer cuando su amito se levantó de la cama buscando desesperadamente una colcha. Se sentía mareado y congelado, sin capacidad para pensar o moquear. Pero Viktor no encontró ninguna manta adicional. Somnoliento como estaba se acercó lentamente al cuarto de la abuela en medio de la madrugada.

―Babushka…―la llamó prendiendo la luz de la habitación. La señora se despertó asustada y lo vio.

―¡Vitya, dime qué pasa!

―Tengo frío Babushka, estoy temblando, todo se siente tan extraño…

La abuelita se levantó rápidamente de su cama. Al verlo más cerca sus ojos no pudieron evitar observar al alicaído de Máximo, quien se hallaba encogido y tembleque.

―¡Por todos los cielos, hijito! ¿Qué le pasa a tu cosita?

La pregunta preocupada de la abuela sobresaltó a Viktor, quien inmediatamente bajó la mirada hacia Máximo.

―¡Está azul!―exclamó preocupado.

Asustado trató de revivir con las manos a Máximo, en una escena que parecía sacada de algún programa de sala de emergencias.
Máximo sentía levemente las manos de Vitya apretándolo y de lejos escuchaba a la abuelita escandalizada por ver a un pene de sangre azul…en ese momento de forma literal.

Dasha convenció a Viktor de que regresara a la cama cuando, después de mucho esfuerzo, Máximo se sentía vivo y con color en el rostro. Bueno, no en el rostro pero a al menos con algo de color a lo largo y ancho de su existencia.

―Debí advertirte que la calefacción se apaga a las 12 por aquí y el invierno es más crudo que en Boston―explicó Dasha mientras lo trataba de acomodar sobre la cama.
Vitya se dejó poner la pijama, las medias y las múltiples mantas a regañadientes. Su abuela pensó que eso solucionaría todo.

Pero se equivocó.

Viktor no soportó ninguna de esas prendas por más de quince minutos.
Y es que el alfa no tenía frío en sí, la ropa le picaba, lo quemaba sobre la cama y el pobre sufría estando casi a las brasas. Se fue quitando poco a poco todas sus capas y, aunque en ese momento Máximo se hallaba más calientito, volvió a querer estornudar poco tiempo después de que Viktor de hubiera sacado la ropa interior que le quedaba puesta.

Era Máximo quien se congelaba y tiritaba. Sí, Max era friolento y todo ese frío era insostenible para él.
El frío canadiense era diferente al de su querido Boston, donde el aire templado le hacía cosquillas. Este viento cortante y la falta de calefacción estaba acabando lentamente con su vida.

Dos horas después Dasha pasaba para hacer una ronda y encontró a Viktor en posición fetal, sudando pero tratando de abrigar a Máximo.

―Sigue un poco azul Babushka…

―¡Es que te destapas pues, Vitya! ¿Cómo no va a estar azul el pobre si te desnudas como si nada?

―No me gusta la ropa, me pica mucho. Y allá en Boston nunca he tenido problemas con Él…

―¿Él?―preguntó Dasha confundida― ¿Es tu..?

―Sí, él…―apuntó hacia Máximo, quien se esforzó por levantarse un poco pero no resultó.

―¡Pero hablas de tu penecito como si tuviera vida propia, hijito, eso es un pecado!

La abuela suspiró rendida. Ya estaba muy vieja para renegar por la forma rara como su hijo estaba criando a sus nietos.

―Bueno, Te diría para ponerle una media pero son muy delgaditas y creo que no le hacen justicia a su tamaño… ¿Qué te parece si lo abrigo con una bufanda? ¿Crees que será suficiente?

Viktor asintió algo tímido, esperando con todo su corazón que, luego de abrigarse, Máximo renaciera de las cenizas como un elegante y vistoso ave fénix.

Yura y Viktor fueron los niños más agasajados de Cavendish. Los amigos de Dasha fueron muy amables con ellos. Les traían siempre dulces o uno que otro juguete y pronto se acostumbraron a jugar en la nieve con los niños de los vecinos.
Siempre trataban de jugar en la tarde, entre las 2 y las 4 de la tarde, porque Babushka siempre quería a esa hora dormir una siesta.

La bufanda del primer día salvó a Máximo. Viktor se dio cuenta que, mientras Max estuviese abrigado, podía pasarse horas caminando sobre la nieve sin ropa. Claro, eso no lo podía hacer aún si quisiera porque todos en Cavendish eran «Traperos». Ese era el término que usaban en su casa para referirse a los no-nudistas.

Pero al menos ya no tenía que preocuparse por andar desnudo por la casa, ni siquiera durante la noche, cuando el fuerte frío asomaba.
Máximo se acostumbró al nuevo traje y ya no regresó al color pitufo con el que había casi muerto. Se sentía algo avergonzado porque Potya, como todo buen guerrero, soportaba el frío más inclemente y  siempre muy erguido y atento ante cualquier peligro.

Cuando llegó la hora de partir, ninguno quería despedirse. Dasha les había dado todo el amor que había podido darles en ese tiempo, los había consentido, les había leído cuentos antes de acostarse, había preparado galletas con sus nietos y les había preparado una pequeña sorpresa.
Los niños, emocionados, cogieron los regalos para sus padres y luego recibieron uno para ellos. No pudieron resistir abrirlos de inmediato.

―¡Son guantes atigrados!―exclamó Yura emocionado―¡Son hermosos, gracias Babushka!

El abrazo sincero de su menor nieto llenó el corazón de Dasha de azúcar. Aunque Yura era un omega singular, aguerrido y rebelde, tenía sus pinceladas tiernas y se alegraba de poder disfrutar de esos momentos. Justamente porque no eran varios, los atesoraba aún más.

Cuando Vitya recibió su regalo, lo abrió con mucho esmero y rapidez. El papel de regalo cedió pronto y Viktor se sorprendió ante lo que vio.

Lo que tuvo ante sus ojos parecían ser fundas raras de pistola. Fue sacando uno a uno de los «protectores» de lana que se encontraban allí.

―Babushka, ¿qué son?

―Son gorritos―contestó con una sonrisa dulce―para «Él».

Máximo supo que se referían a su persona cuando sintió el roce leve de Viktor sobre el pantalón.

―¿En serio?―preguntó emocionado.

―Sí―contestó la abuela―, me di cuenta que la bufanda había sido la solución. Ya no te has vuelto a quejar de tenerlo azul, ¿verdad?

Viktor aceptó, asintiendo con la cabeza.

―Pues bien―continuó Babushka―, quizás te sirvan para el frío. He calculado aproximadamente cuánto mides allá abajo y, aunque no sé si estará siempre tan congelado como por aquí, igual te recomiendo que te los pruebes allá.

Viktor se sentía emocionado. 
Por fin su cosita lo iba a dejar en paz. Ya protegido, Maximo sólo iba a portarse bien y respirar. 
Viktor no pudo evitar saltar cariñoso hacia la abuelita y esta lo abrazó aún mas fuerte cuando le prometió que le haría muchos más.

Todo era felicidad para Vitya y todo era felicidad también para Máximo, el pene más asustadizo y friolento de todo el mundo mundial.

Publicado por natsolano

Soy una escritora de fanfics desde hace tres años. Amo escribir y quisiera dedicarle más tiempo, amo cantar y amo a Yuri on Ice!! Lo que más me gusta escribir es romance, aunque por algún motivo termino mezclándolo con drama. Además olvidé decir que amo la comedia. Mi pareja favorita de toda la vida son Yuuri & Victor, siempre diré que mi corazón late por el victuuri, pero me considero multishipper ❤

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