SOBRE EL CONFLICTO EN MÉRIDA, YUCATÁN Y UNA ACLARACIÓN PERTINENTE.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 CARTA DIRIGIDA A D. CARLOS SÁNCHEZ TORREBLANCA.

    Ante el escandaloso asunto que ocurrió en Mérida, Yucatán, con motivo del rechazo que hubo a varios ejemplares de “Begoña” que habrían de lidiarse este domingo, lo que devino no sólo cancelación del festejo sino de la temporada en su conjunto, lo cual significa un elevado tono de caprichosas circunstancias, en las que no quisiera enfrascarme por ahora, sino atender alguno de sus derivados, me parece oportuno mostrar a continuación uno de ellos. Es una misiva que Carlos Sánchez Torreblanca, Secretario General de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros, envió al C. Renán Barrera Concha, Presidente Municipal de Mérida, Yucatán, el pasado 17 de enero de los corrientes. Aquí el documento en su totalidad:

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Disponible enero 19, 2014 en: http://opinionytoros.com/noticias.php?Id=45123

   Encuentro varios defectos importantes, y algunos otros graves en un sentido que se deriva de la falta de información y argumentación histórica, con lo que viene a ser un oficio que, siendo público, se presta a malas interpretaciones. Veamos.

   Para empezar, estimo en lo que cabe a Carlos Sánchez Torreblanca, excelente banderillero y peón de brega, quien desde que se encuentra en los ruedos, siempre ha cumplido profesionalmente con su desempeño. Lamento, en todo caso haber acudido con no sé quien para elaborar un documento plagado de errores gramaticales, de puntuación y otras minucias. Además, le pediría un favor: no recomiende a esa persona.

   En efecto, la temporada taurina en Mérida es añeja, tanto que ya supera el siglo, pues existen testimonios, por lo menos desde 1902, tanto en sus inicios como lo que ya con el tiempo se refleja en temporadas taurinas perfectamente organizadas, sujetas además, a un reglamento taurino que data al menos por lo que se percibe de su última revisión, del 9 de noviembre de 2005, en tanto que existe el Reglamento de las Plazas de toros en el Estado de Yucatán, que había sido expedido desde el 29 de diciembre de 1971, con modificaciones del 25 de septiembre de 1980 y 22 de enero de 1988, respectivamente.

   Explica algunos aspectos relacionados con las más reciente temporadas en donde han actuado diestros nacionales y extranjeros, para lo cual se pone en marcha un despliegue que genera, entre otras cosas, el beneficio de empleos temporales para diversas personas y sus familias, garantizándoles de esa manera un ingreso digno. Argumenta más adelante lo que, luego de la decisión del Juez de Plaza ha de significar para toda esa comunidad perder fuentes de trabajo, dada la cancelación, de la que tomó la decisión la empresa (Espectáculos Taurinos de México) que regentea la plaza, no el juez, quien al hacerlo, lo hizo con elementos que provienen del reglamento en vigor, y esto con el apoyo de las autoridades en la capital del estado.

   Establece en la página N° 3 que “Por otra parte, la Comisión Taurina de Mérida no ha tenido la inclinación por tener entre sus integrantes a personas involucradas con el ámbito taurino, tal como se lleva aquí en la ciudad de México…” lo cual significa enunciar diversas instituciones taurinas y no aficionados cuyo desempeño podría ser del todo absolutamente imparcial.

   Rememora las amargas incidencias ocurridas en el pasado, acudiendo al mal trato habido para con los protagonistas en el espectáculo, quienes eran blanco de sanciones extremas que terminaban materializándose, las más de ellas con el incómodo encierro en la cárcel.

   Solicita una flexibilidad en la aplicación del reglamento taurino local, lo que vendría a ser resultado de un análisis que sólo corresponde a la Comisión Taurina y las autoridades del municipio, con objeto de que mejoren sus condiciones, e incluso el propio Reglamento Taurino pueda ser susceptible de afortunadas modificaciones.

   Sin embargo, se extrema en el siguiente párrafo que aparece en la página N° 3 del documento:

 “Hay que también (sic) hacer un comparativo del toro español al mexicano; ya que actualmente se han transmitido eventos taurinos de España, en los cuales el toro se ve diferente como lo vemos en nuestras plazas y esto se debe a que en España hay por lo menos ocho razas de toros de lidia y esto hay que explicarlo, ya que en México sólo existe una, la cual años después de la caída de la Gran Tenochtitlan, fueron traídos astados (sic) Navarros a la Nueva España (sic), una raza con menos tamaño pero con bravura y esta raza es la que predomina (sic) actualmente el toro de lidia mexicano”.

    En dicho texto, compara el trapío entre toros españoles y mexicanos, que en efecto existe, pero que no por ello representa marcar con el español el parámetro –y que con esa vara se ha de medir…- al mexicano. A muchos aficionados nos queda claro que eso no puede suceder, pero tampoco puede ser cierta su afirmación sobre el hecho de “después de la caída de la Gran Tenochtitlan  (esto el 13 de agosto de 1521), fueron traídos astados Navarros a la Nueva España”. En ese asunto, manifiesto mi absoluto desacuerdo, entre otras razones por lo siguiente:

    En 1526 Hernán Cortés revela un quehacer que lo coloca como uno de los primeros ganaderos de la Nueva España, actividad que se desarrolló en el valle de Toluca. En una carta del 16 de septiembre de aquel año Hernán se dirigió a su padre Martín Cortés haciendo mención de sus posesiones en Nueva España y muy en especial «Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos…»

   Dos años más tarde, y por conducto del propio Cortés, le fueron cedidas en encomienda a su primo el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemajalco, lugar donde luego se estableció la hacienda de Atenco.[1]

   Es a Gutiérrez Altamirano a quien se le atribuye, haber traído las primeras reses con las que se formó Atenco, la más añeja de todas las ganaderías “de toros bravos” en México, cuyo origen se remonta al 19 de noviembre de 1528, la cual se conserva en el mismo sitio  hasta nuestros días y ostenta de igual forma, con algún cambio en el diseño el fierro quemador de la “A”peculiar.[2]

   En la hacienda de Atenco se pusieron en práctica las nuevas condiciones de crianza. La propiedad cambió a lo largo de los siglos de una familia a otra, inicialmente de los Gutiérrez Altamirano, pasó a la familia Cervantes y para el siglo XIX a la de los Barbabosa. Cada una de las familias contribuyó al fortalecimiento de la hacienda y a aumentar su extensión a lo largo de cuatro siglos.

 GANADOS QUE SE ESTABLECIERON EN LA NUEVA ESPAÑA.

    Fue en el segundo viaje del almirante genovés, el de 1493 y en noviembre cuando llegó a la isla de la Dominica «todo género de ganado para casta» como lo apunta Enrico Martínez.[3] Y el término “para casta” fue manejado con el sentido de explicar que aquel género de ganado” serviría simple y llanamente para la reproducción.

   Establecidos aquí una serie de elementos básicos sobre el traslado de ganado de Europa a América, pasemos ahora a observar la manera en que se fomenta el desarrollo de diversas variedades de plantas y animales, obra realizada por quienes comenzaban a convertirse más en colonizadores que en conquistadores. Aunque ni una ni otra labor se olvidó. Se pregunta Sonia Corcuera:

 ¿Por qué no recordar en Cortés al pionero que introdujo desde las Antillas semillas, caña de azúcar, moreras, sarmientos y ganado para iniciar su labor ya no de conquista, sino de colonización?[4]

    Hacia 1512, al fundarse en la isla de Cuba la ciudad de Baracoa, Hernán Cortés sigue, con mayor éxito que en la Española (Santo Domingo), sus pacíficas tareas de escribano y granjero. Emprende paralelamente el cultivo de la vid, cría vacas[5] y toros, ovejas y yeguas; explota minas de oro y se entrega al comercio.[6]

   Luego de la conquista, ha dicho Fernando Benítez: “Tenochtitlán no murió de muerte natural sino violentamente, por la espada, único final digno de una ciudad guerrera”,[7] por lo que para 1524 se encontraban establecidos algunos factores para llevar a cabo el proceso de la agricultura y el de la crianza de ganados, mayores y menores. Así se cuenta con bestias de carga y de leche (bestias de carga y arrastre: caballo, mula y buey; de carne y de leche: vacas, cerdos, ovejas y cabras. Por otro lado de gallinas y pavos de castilla sin contar otras especies de menor importancia), cosas tan provechosas como necesarias a la vida.

    Sin embargo, el 24 de junio de 1526

 que fue de San Juan…, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…»[8]

 se corren toros en México por primera vez. Entonces ¿qué se lidió al citar el término «ciertos toros», si no había por entonces un concepto claro de la ganadería de toros bravos?

   ¿No serían cíbolos?

   Recordemos que Moctezuma contaba con un gran zoológico en Tenochtitlán y en él, además de poseer todo tipo de especies animales y otras razas exóticas, el mismo Cortés se encargó de describir a un cíbolo o bisonte en los términos de que era un «toro mexicano con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos».

   El bisonte en época de la conquista ascendía a unos cincuenta millones de cabezas repartidas entre el sur de Canadá, buena parte de la extensión de Estados Unidos de Norteamérica y el actual estado de Coahuila.

   Si bien los españoles debían alimentarse -entre otros- con carnes y sus derivados, solo pudieron en un principio contar con la de puerco traída desde las Antillas. Para 1523 fue prohibida bajo pena de muerte la venta de ganado a la Nueva España, de tal forma que el Rey intervino dos años después intercediendo a favor de ese inminente crecimiento comercial, permitiendo que pronto llegaran de la Habana o de Santo Domingo ganados que dieron pie a un crecimiento y a un auge sin precedentes. Precisamente, este fenómeno encuentra una serie de contrastes en el espacio temporal que el demógrafo Woodrow W. Borah calificó como “el siglo de la depresión”,[9] aunque conviene matizar dicha afirmación, cuando Enrique Florescano y Margarita Menegus afirman que

 Las nuevas investigaciones nos llevan a recordar la tesis de Woodrow Borah, quien calificó al siglo XVII como el de la gran depresión, aun cuando ahora advertimos que ese siglo se acorta considerablemente. Por otra parte, también se acepta hoy que tal depresión económica se resintió con mayor fuerza en la metrópoli, mientras que en la Nueva España se consolidó la economía interna. La hacienda rural surgió entonces y se afirmó en diversas partes del territorio. Lo mismo ocurrió con otros sectores de la economía abocados a satisfacer la demanda de insumos para la minería y el abastecimiento de las ciudades y villas. Esto quiere decir que el desarrollo de la economía interna en el siglo XVII sirvió de antesala al crecimiento del XVIII.[10]

    El estudio de Borah publicado por primera vez en México en 1975, ha perdido vigencia, entre otras cosas, por la necesidad de dar una mejor visión de aquella “integración”, como lo apuntan Andrés Lira y Luis Muro, de la siguiente manera:

 Hacia 1576 se inició la gran epidemia, que se propagó con fuerza hasta 1579, y quizá hasta 1581. Se dice que produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso brutal de los indígenas sobrevivientes.

   Por otra parte, la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato político y social que no se había previsto. Mestizos, mulatos, negros libres y esclavos huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por “dos repúblicas, la de indios y la de españoles”.[11]

    En cuanto a la tesis de cíbolos o bisontes, ésta adquiere una dimensión especial cuando en 1551 el virrey don Luis de Velasco ordenó se dieran festejos taurinos. Nos cuenta Juan Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, el segundo virrey de la Nueva España entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era

 “muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (…) Hacían de estas fiestas [concretamente en el bosque de Chapultepec] de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.[12]

    Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de estas tierras e incluso, ellos mismos fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que no sólo fue privativo de los señores. También los mestizos, pero sobre todo los indígenas lo hicieron suyo como parte de un proceso de actividades campiranas a las que quedaron inscritos.

   El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su dimensión profesional durante el XVIII.

   El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.

   Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar por parte del ganado vacuno embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Muchos de ellos eran indígenas.

   Ejemplo evidente de estas representaciones, son los relieves de la fuente de Acámbaro (Guanajuato), que nos presentan tres pasajes, uno de los cuales muestra el empeño de a pie,[13] común en aquella época, forma típica que consistía en un enfrentamiento donde el caballero se apeaba de su caballo para, en el momento más adecuado, descargar su espada en el cuerpo del toro ayudándose de su capa, misma que arrojaba al toro con objeto de “engañarlo”. Dicha suerte se tornaba distinta a la que frecuentó la plebe que echaba mano de puñales. Sin embargo esto ya es señal de que el toreo de a pie comenzaba a tomar fuerza. Otra escena de la fuente de Acámbaro nos presenta el uso de la «desjarretadera», instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el “desjarrete” se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Un relieve más nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el «quite».

   En la continuación de la reseña de Suárez de Peralta se encuentra este pasaje:

 Toros no se encerraban [en Chapultepec] menos de setenta y ochenta toros, que los traían de los chichimecas, escogidos, bravísimos que lo son a causa de que debe haber toro que tiene veinte años y no ha visto hombre, que son de los cimarrones, pues costaban mucho estos toros y tenían cuidado de los volver a sus querencias, de donde los traían, si no eran muertos aquel día u otros; en el campo no había más, pues la carne a los perros. Hoy día se hace así, creo yo, porque es tanto el ganado que hay, que no se mira en pagarlo; y yo he visto, los días de fiesta, como son domingos y de guardar, tener muchos oficiales, alanos, que los hay en cantidad, por su pasatiempo salir a los ejidos a perrear toros, y no saber cuyos son ni procurarlo, sino el primero que ven a aquél le echan los perros hasta hacerle pedazos, y así le dejan sin pagarle ni aún saber cuyo es, ni se lo piden; y esto es muy ordinario en la ciudad de México y aún en toda la tierra.[14]

    Volviendo al buen caballero don Luis de Velasco, él tenía la más principal casa que señor la tuvo, y gastó mucho en honrar la tierra, como apunta Suárez de Peralta. Tenía de costumbre, todos los sábados ir al campo, a Chapultepec, y allí tenía de ordinario media docena de toros bravísimos; hizo donde se corriesen (un toril muy lindo); íbase allí acompañado de todos los principales de la ciudad, que irían con él cien hombres de a caballo, y a todos y a criados daba de comer, y el plato que hacían aquel día, era banquete; y esto hasta que murió.

   Al referirse Juan Suárez de Peralta a los “toros de los chichimecas”, nos está dando elementos para comprobar que en aquel tiempo era común traer esos animales desde aquellas regiones que hoy ocupan los estados de Coahuila y hasta el norte de Guanajuato. Dicho ganado no es sino el bisonte ó cíbolo, como se le conoce al mamífero, animal cuadrúpedo, del orden de los rumiantes, llamado en Europa toro de México o mexicano, por parecerse a un toro ordinario, con la diferencia de que sus astas están echadas hacia atrás, y el pelo largo y parecido a la lana de un perro de aguas ordinario: es montaraz, poco domesticable, y andan en manadas en las espesuras de los bosques, especialmente en la provincia de Texas. Por lo tanto, este tipo de ganado específico fue utilizado en alguna otra ocasión, como fue el caso ocurrido en 1734.[15]

   En 1526 Hernán Cortés revela un quehacer que lo coloca como uno de los primeros ganaderos de México, actividad que se desarrolló en el valle de Toluca. En una carta del 16 de septiembre de aquel año Hernán se dirigió a su padre Martín Cortés haciendo mención de sus posesiones en Nueva España y muy en especial «Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos…» [16]

   De ese modo

Las primeras especies de ganado mayor traídas de la península pertenecían a la “serrana, cacereña, canaria y retinta”, animales de gran rendimiento cárnico y laboral. Dichas especies se reprodujeron en grandes hatos en el territorio virreinal que tuvieron buena adaptación al clima y a los terrenos más difíciles. Las primeras vacas dieron origen a las distintas clases de “razas criollas”, resultado de las diferentes cruzas entre las razas puras de origen, de las cuales se obtuvo el tipo “mestizo”.

   Aquella gran población de ganados se estableció materialmente en todo el Valle de Toluca, por lo que las comunidades indígenas se quejaban del abuso cometido por los dueños de las vacadas, quienes dejaban libres sus animales para pastar, entrando estos a las sementeras destruyendo los sembradíos. Los naturales al verse rebasados por tal circunstancia no tuvieron más remedio que alejarse de sus asentamiento, desapareciendo en consecuencia los pueblos de indios.

   Y en ese sentido era tal el volumen y multiplicación del ganado, por lo que hubo algunos propietarios que llegaron a marcar anualmente hasta treinta mil becerros, quedando fuera un buen número de cabezas que por falta de control y cuidados se hacían cerreros.[17]

   Es entonces el valle de Toluca uno de los primeros sitios donde se aprovechan las excelentes condiciones de tierras para la siembra y mejor espacio para pastoreo de ganado mayor y menor. Cortés decide instalarse de forma provisional en Coyoacán mientras la ciudad de México-Tenochtitlán es modificada sustancialmente a un nuevo entorno, propio de concepciones renacentistas. Al poco tiempo, Cortés decide salir hacia el valle de Toluca en compañía del señor de Jalatlaco Quitziltzil, su aliado; y ello ocurre aproximadamente entre 1523 y 1524, antes de su viaje infructuoso a las Hibueras (1524-1526). En esa ocasión, Cortés introdujo desde muy temprana fecha ganado porcino (entre 1521 y 1522) y poco más tarde, hacia 1525 y 1528, en compañía de Juan Gutiérrez Altamirano establecieron ganado mayor, tan luego pudo levantarse la prohibición del tránsito de animales de las Antillas, apoyados por cédula real.[18] Es en 1528 cuando se hace notoria la presencia de ganado vacuno en la región del valle de Toluca, por lo que para 1531, “el tributo que los indios de la localidad de Toluca y de sujeto Atenco daban al marqués del Valle de Oaxaca ya incluía el mantenimiento de sus “hatos de vacas”.[19]

   Es importante destacar la apreciación que en su momento dejó marcada el padre jesuita José de Acosta, en el sentido de las diferencias encontradas en los tipos de ganados que se establecieron en la Nueva España:

 De tres maneras hallo animales en Indias: unos que han sido llevados por españoles; otros que aunque no han sido llevados por españoles, los hay en Indias de la misma especie que en Europa; otros que son animales propios de Indias y se hallan en España.[20]

    El ganado caballar se reprodujo tanto, que dio origen a grandes manadas de caballos salvajes, que se tornaron por naturaleza cerreros, montaraces y mostrencos. Lo mismo ocurrió con los toros salvajes que los hubo en grandes cantidades en diversas regiones de la Nueva España. Por otro lado, es un hecho que

    Los primeros toros (no bravos entonces), llegaron a México en 1521 en un lote de becerros transportados a Veracruz, desde Santo Domingo. Cuatro años más tarde llegaron otras remesas de ganado de diversas especies y en 1540 la introducción se hizo en gran escala y así fueron poblados de ganado Texas, Arizona y Nuevo México, por el norte de la Nueva España, donde ya había ganado desde hacía 20 años.

   Los primeros toros bravos [si es que así se les puede calificar] llegaron a México entre 1540 y 1544, fray Marcos de Niza y fray Junípero Serra llevaron más tarde al noroeste de México la especie llamada cornilarga, formada por ejemplares fuertes, fieros y semisalvajes. Las reses bravas se establecieron primero en la región que es hoy de San Nicolás Parangueo (Guanajuato y Michoacán).[21]

    En la permanente búsqueda por aclarar orígenes del toreo en México, durante los primeros años de la Nueva España, un tema que por sí mismo constituye un gran reto es el de la ganadería. Hasta hoy, veo que ha sido muy difícil conmover la idea generalizada en buena parte, ya no digo de historiadores, sino de los aficionados taurinos, en el sentido de que Atenco, como hacienda ganadera establecida en estas tierras contuvo desde su génesis misma una raza específica: la navarra.

   Cuando el historiador Nicolás Rangel  tuvo a su cargo el Archivo General de la Nación allá por los años 20 del siglo pasado, lo que hoy son los Fondos y ramos que lo constituyen formalmente aún no gozaban de catalogación precisa. En forma muy especial manejó documentos del hoy ramo «Historia» (Diversiones públicas) del cual formó su Historia del toreo en México. Época colonial (1521-1821). Esta, ha sido durante más de 80 años libro de consulta indispensable, aunque algunos de sus datos son de dudosa procedencia (la obra por falta del aparato erudito debe salvarse debido a la falta de catalogación que entonces tenía el Archivo General de la Nación).

   Sobre una apreciación del autor en torno a la forma en que se constituyó la mencionada hacienda, este dice que

    El conquistador, Lic. Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, había obtenido de éste, como repartimiento, el pueblo de Calimaya con sus sujetos; y con otras estancias que había adquirido en el valle de Toluca, llegó a formar la hermosa Hacienda de Atenco, llamada así por ser el nombre del pueblo más inmediato. Para poblar sus estancias con ganado bovino, lanar y caballar, hizo traer de las Antillas y de España, los mejores ejemplares que entonces había, importando de Navarra doce pares de toros y vacas seleccionados que sirvieron de pie veterano a la magnífica ganadería que ha llegado a nuestros días.[22]

    Datos de esa magnitud merecen el descubrimiento mismo de la ganadería de bravo en México y por muchos años así se le ha considerado.

   ¡Grave error!

   Varios motivos que contradicen este asunto, forman un abigarrado expediente que sirve de evidencia y muestra certera de que la historia en cuanto tal tiene mucho por ofrecer en el plano de las precisiones. Precisamente, en su oportunidad agregaré algunos nuevos datos que se enfrentan a estos argumentos.

   Aconseja Jacob Burckhardt «No regañemos a los muertos. Entendámoslos». Si bien Nicolás Rangel se desempeñó mejor en la crítica literaria (véase la Antología del Centenario) que como historiador, su obra Historia del Toreo en México pasa a ser un texto muy interesante, aunque me parece -en lo personal-, una historia positivista, que solo registra pero sin navegar en profundidades del fundamento. Es decir no se compromete. Que es útil, lo ha sido, aunque en partes deja que desear por la ligereza de su construcción salvada por los conocimientos literarios y taurinos del leonés.

   Con el planteamiento anterior manifiesto mi desacuerdo, en virtud de que ese dato pone en entredicho no sólo el origen de esta hacienda (y no es que lo niegue, y por consecuencia pretenda liquidarlo de un plumazo), sino también la procedencia del pie de simiente, en unos momentos en los que, la cantidad de ganado mayor o menor establecido para entonces en la Nueva España, va incrementándose rápidamente, sobre todo entre las nuevas propiedades territoriales, donde los señores encomenderos van fijándose ese propósito. Haya o no llegado dicho “pie de simiente”; se encuentre o no el documento del que se valió Rangel para sustentar su hipótesis, hace que se cuente también con otros testimonios, con el suficiente peso para dar otro entorno a ese origen y desarrollo, ocurrido en la hacienda que ahora se propone para su estudio.

   Si Nicolás Rangel nos dice que los doce pares de toros y de vacas «raíz brava para Atenco», fueron traídos para un fin específico: crear un pie de simiente, su aseveración está lejos de toda realidad. La profesionalización de la ganadería llegó mucho tiempo después (últimos años del siglo XVIII en España; fines del XIX en México). En España, hacia 1732 se fue haciendo común la práctica impuesta por la Maestranza en dos vertientes: una, que sus empleados salían a buscar los toros asilvestrados o bien, encargaba a un varilarguero de su confianza la compra de reses en el circuito de abastos). En tanto el ganado que se empleaba para las fiestas poseía una cierta casta, era bravucón, y permitía en consecuencia el lucimiento de los caballeros y las habilidades de pajes y gentes de a pie. El abasto, disponiendo de la coyuntura del rastro, y la plaza son los únicos destinos del ganado, aunque al parecer no fue posible que mediara entre ambos aspectos alguna condición particular. Por lo tanto, durante buena parte del siglo XVI, no había evidencia clara en la crianza y búsqueda específica de bravura en el toro.

   Ahora bien, ¿qué hay sobre las reses navarras?

   Ni Carriquiri ni Zalduendo existían para entonces. Los toros navarros y su acreditada fiereza son bien reconocidos desde el siglo XIV pues no faltaban fiestas, por ejemplo en Pamplona, lugar donde se efectuaron con frecuencia. Posibles descendientes de don Juan Gris y ascendientes del marqués de Santacara (Joaquín Beaumuont de Navarra y Azcurra Mexía) pudieron haber tenido trato con alguno de los descendientes de Juan Gutiérrez Altamirano directamente en el negocio de compra-venta de los ganados aquí mencionados, y que pastaron por vez primera en tierras atenqueñas.[23]

   Presuponen algunos que los toros navarros eran de origen celta. Gozaban de pastos salitrosos en lugares como Tudela, Arguedas, Corella y Caparroso dominados por el reino de Navarra.

   En el curso de la Edad Media, fiestas y torneos caballerescos abarcan el panorama y nada mejor para ello que toros bravos de indudable personalidad, cuyo prestigio y fama hoy son difíciles de reconocer en medio de escasas noticias que llegan a nuestros días.

   Es cierto también que con anterioridad a los hechos de 1528, inicia todo un proceso de introducción de ganados en diversas modalidades para fomentar el abasto necesario para permitir una más de las variadas formas de vivir europeas, ahora depositadas en América.

   Se sabe que entre octubre y noviembre de 1522, época del escándalo de llegada y muerte de doña Catalina Xuárez «la Marcayda», efímera esposa de Hernán Cortés, cuyas nupcias ocurrieron en la isla de Cuba, había en el palacio de Texcoco caballos y vacas de las cuales se aprovechaba su leche como alimento. El mismo Bernal Díaz del Castillo nos dice que los indios se dedicaban a la agricultura; así, antes de 1524 son

 labradores, de su naturaleza lo son antes que viniésemos a la Nueva España, y agora (ca. 1535) crían ganados de todas suertes y doman bueyes y aran las tierras.[24]

    Un tema que se asocia con estas circunstancias es el de los mayores propietarios que podían repartir ganado (mayor y menor) a las carnicerías. Ellos eran:

 -Indudablemente Hernán Cortés.

-Alonso de Villaseca, minero y negociante, el hombre más rico en su tiempo de la Nueva España (hacia la década de 1560).[25]

-El doctor Santillan, oidor de México.

-Antonio de Turcios, escribano de la audiencia.

-Juan Alonso de Sosa, tesorero real.

   Se suma a esta lista un número importante de encomenderos, alcaldes de mesta, miembros del cabildo de la ciudad de México y grandes propietarios de ganado como:

 -Juan Gutiérrez de Altamirano.

-Jerónimo López.

-Juan Bello.

-Jerónimo Ruiz de la Mota.

-Luis Marín

-Villegas (¿Pedro de?)

-Juan Jaramillo.

-Doña Beatriz de Andrada.[26]

-Juan de Salcedo.[27]

    Como ya vimos, fue en 1551 y por orden del primer virrey don Luis de Velasco, se organizaron algunos festejos, para lo cual se dispuso de 70 toros de los chichimecas. Como dato curioso se dice que en ellas salieron toros bravísimos y, alguno, ¡hasta de veinte años…!

   Tales sucesos ocurrieron en el año de 1551, 25 años después de los hechos del día de San Juan de 1526, en que por primera vez se corren «ciertos toros» en la Nueva España, registro histórico plasmado en la quinta carta-relación de Hernán Cortés.

   Al adentrarse en la historia de una ganadería tan importante como Atenco, el misterio de los «doce pares de toros y de vacas»[28] con procedencia de la provincia española de Navarra y que Nicolás Rangel lo asentó en su obra Historia del toreo en México, es imposible aceptarla como real. El mucho ganado que llegó a la Nueva España debe haber sido reunido en la propia península luego de diversas operaciones en que se concentraban cientos, quizás miles de cabezas de ganado llegados de más de alguna provincia donde el ciclo de reproducción permitió que se efectuara el proceso de movilización al continente recién descubierto. Claro que una buena cantidad de cabezas de ganado murieron en el trayecto, lo cual debe haber originado un constante tráfico marítimo que lograra satisfacer las necesidades de principio en la América recién conquistada y posteriormente colonizada.

   De siempre ha existido la creencia de que Atenco es la ganadería más antigua. Efectivamente lo es puesto que se fundó en 1528 pero no como hacienda de toros bravos.

   Seguramente la crianza del toro per se tiene su origen en el crecimiento desmesurado de las ganaderías que hubo en la Nueva España al inicio de la colonia.

   Los primeros afectados fueron los indios y sus denuncias se basaban en la reiterativa invasión de ganados a sus tierras lo cual ocasionó varios fenómenos, a saber:

1)A partir de 1530 el cabildo de la ciudad de México concede derechos del uso de la tierra llamados «sitio» o «asiento», lo cual garantizaba la no ocupación de parte de otros ganaderos.

2)Tanto Antonio de Mendoza como Luis de Velasco en 1543 y 1551 respectivamente, ordenaron que se cercaran distintos terrenos con intención de proteger a los indígenas afectados, caso que ocurrió en Atenco el año de 1551.

3)Se aplicó en gran medida el «derecho de mesta».[29] A causa de la gran expansión ocurrida en las haciendas, en las cuales ocurría un deslizamiento de ganados en sus distintas modalidades, los cuales ocupaban lo mismo cerros que bosques, motivando a un repliegue y al respectivo deslinde de las propiedades de unos con respecto a otros. Como se sabe la mesta herencia del proceso medieval, fue un organismo entregado al incremento de la ganadería en la Nueva España que favoreció por mucho tiempo a los propietarios, quienes manifestaron los severos daños a movimientos fraudulentos dirigidos a los agricultores y a la propiedad territorial, siendo los indígenas los principalmente afectados.

4)Bajo estas condiciones nace por lógica de los necesarios movimientos internos de orden y registro un quehacer campirano ligado con tareas charras. Esto es, lo que hoy se considera una actividad de carácter netamente de entretenimiento, ayer lo fue en su estricto sentido rural una labor cotidiana. Me refiero a quehaceres como el rodeo, el jaripeo e incluso las montas a caballo que derivaron en un espectáculo taurino del que tan luego se dio la oportunidad, se incorporaron al espectáculo urbano.

   De ahí que delimitada la ganadería se diera origen involuntariamente a un primer paso de lo profesional y que Atenco, por lo tanto deje una huella a lo largo de 300 años por la abundancia de toros criollos no criados específicamente (es decir, con los criterios puntuales que se ponen en aplicación, usando para ello registros en libros y cruzamientos bien razonados) como toros de lidia, concepto este que se va a dar en México hasta fines del siglo XIX.

   La ganadería novohispana se orientó hacia el concepto del abasto y en parte, debido a la grande y rápida reproducción registrada, a una colateral de la vida cotidiana: las fiestas caballerescas. El mucho ganado existente permitió el desarrollo de infinidad de estas demostraciones no sólo en la capital, también en sus provincias y en poblaciones tan lejanas como Durango[30] o Mérida.[31]

   Lo que es un hecho es que la ganadería como concepto profesional y funcional se dispuso con ese carácter, y en España hacia fines del siglo XVIII. México lo alcanzará hasta un siglo después. Que el ganado embestía, era la reacción normal de su defensa; y obvio, entre tanta provocación existía un auténtico y furioso ataque de su parte.

   Ganado vacuno lo había en grandes cantidades. Su destino bien podía ser para el abasto que para ocuparlo en fiestas, donde solo puede imaginarse cierta bravuconería del toro que seguramente, nada debe haber tenido de hermoso, gallardo o apuesto como le conocemos en la actualidad. Quizás eran ganados con cierta presentación, eso sí, con muchos años y posiblemente exhibiendo una cornamenta extraña y espectacular.

   Entre las primeras participaciones de ganado de Atenco, destinado a fiestas durante el siglo XVII, está la de 1652, 11 de noviembre de 1675 cuando se corrieron tres toros con motivo del cumpleaños del Rey, donde además se presentó el Conde de Santiago, auxiliado de 12 lacayos. También el 11 de mayo de 1689, fiestas en el Parque del Conde, terreno aledaño a la primitiva construcción de la casa principal de los condes en la capital (cuya casa señorial es el actual Museo de la Ciudad de México, la cual fue construida bajo dimensiones señoriales hasta el siglo XVIII, al cuidado del arquitecto Francisco de Guerrero y Torres). Otras tres corridas en junio de 1690 y en el mismo escenario. El 28 de mayo de 1691 el Conde de Santiago, don Juan Velasco, actuó junto a Francisco Goñe de Peralta, quienes se lucieron en esas fiestas.

   Y dejando estas historias, llegamos a 1824, año a partir del cual la hacienda de Atenco nutrió de ganado en forma por demás importante a las plazas de toros más cercanas a la capital del país (aunque existan informes desde 1815 donde está ocurriendo dicha situación). Es desde esa fecha en la que concretaré las principales observaciones con las que este trabajo de investigación adquirirá mayor trascendencia en los capítulos posteriores.

   El peso específico de la ganadería brava en México va a darse formalmente a partir de 1887 año en que la fiesta asume principios profesionales concretos. Mientras tanto lo ocurrido en los siglos virreinales y buena parte del XIX no puede ser visto sino como la suma de esfuerzos por quienes hicieron posible la presencia siempre viva de la diversión taurina. Mientras un toro embistiera estaba garantizado el espectáculo. Quizás, el hecho de que las fiestas en el virreinato se sustentaron con 100 toros promedio jugados durante varios días, o era por el lucimiento a alcanzar o porque un toro entre muchos corridos en un día permitiera aprovechársele. Tomemos en cuenta que se alanceaban,[32] es decir su presencia en el coso era efímera. Ya en el siglo XIX la presencia de decenas de ganaderías refleja el giro que fue tomando la fiesta pero ningún personaje como ganadero es mencionado como criador en lo profesional. Es de tomarse en cuenta el hecho de que sus ganados estaban expuestos a degeneración si se les descuidaba por lo que, muy probablemente impusieron algún sistema de selección que los fue conduciendo por caminos correctos hasta lograr enviar a las plazas lo más adecuado al lucimiento en el espectáculo. Los concursos de ganaderías que se dieron con cierta frecuencia al mediar el siglo XIX, son el parámetro de los alcances que se propusieron y hasta hubo toro tan bravo «¡El Rey de los toros!» de la hacienda de Sajay (Xajay) que se ganó el indulto en tres ocasiones: el 1 y 11 de enero de 1852; y luego el 25 de julio siguiente, triple acontecimiento ocurrido en la Real plaza de toros de San Pablo.[33] La bravura, lejos de ser una simple estimación de la casta que los hace embestir en natural defensa de sus vidas, fue el nuevo concepto a dominar con mayor frecuencia. En 1887 comenzó la etapa de la exportación de ganado español a México con lo que la madurez de la ganadería de bravo se consolidó en nuestro país.

   Ahora surge la pregunta: ¿cómo es posible que el ganado de Atenco en una determinada época comenzó a manifestar características afines con las ramas de Carriquiri y Zalduendo que es en donde cabe la reflexión más cercana a las relaciones con esta casta definida en España y por ende con una profesionalización que marcaron en algún momento los dueños de la ganadería? De ello me ocuparé en el siguiente apartado….

    Y es que todo lo anterior, me ha valido más de 25 años de investigaciones[34] que no corresponden con afirmaciones como las expuestas por Carlos Sánchez Torreblanca, por lo que las descalifico debido a tan grave falta de sustento.

   Finalmente, plantea toda una serie de explicaciones que también establecen diferencias entre el toro español y el mexicano en cuanto al concepto de “trapío” y toda una serie de condiciones en los “rasgos morfológicos”. Lamentablemente, cuando el trapío o los rasgos morfológicos no llegan a cubrir satisfactoriamente los requisitos que establece el reglamento, no hay poder humano que pueda corregir tales defectos, si estos fueron los de una posible y deliberada intención de enviar un encierro que, gracias a la amplia difusión que se hizo del mismo en los portales taurinos, deja ver que varios de esos ejemplares no cumplían con lo establecido, de ahí que la medida del Juez en turno, hoy se entienda como una decisión extrema, radical e incluso causante de graves perjuicios que afectan a terceros, debido a la suspensión que, ¡ojo! decidió “Espectáculos Taurinos de México” no el Juez de Plaza, que desde luego no puede tomarse atribuciones de ese tamaño. Si el Juez de Plaza, además de su desempeño, y en el entendido de que sea un aficionado a la tauromaquia, tiene formación profesional como Médico Veterinario Zootecnista, significa que pudo haber aplicado los criterios de rigor en función de su experiencia, sujetándose a los artículos incluidos en el Reglamento Taurino en vigor.

   Hasta aquí con estos desfiguros a partir de malos planteamientos, de malas exposiciones, de pésimos argumentos con los que no podemos andar por el mundo tan a la ligera.

   Ojalá que estas observaciones las tome Carlos Sánchez Torreblanca primero que todo en forma respetuosa, como entiendo que también lo he hecho, pero sobre todo con el debido interés que supone no exponerse a dar planteamientos si previamente estos no tienen el sustento y el peso de rigor que ha significado la articulación de la tauromaquia en este país, tan necesitada hoy día de mejores elementos de exposición y no ciertos y desagradables lugares comunes a que orilla elaborar un documento que, como el suyo, adolece de tales elementos.

 Reciba un respetuoso saludo.

 José Francisco Coello Ugalde

Maestro en Historia.


[1] Flora Elena Sánchez Arreola: “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 p. Planos, grafcs., p. 15. El 6 de diciembre de 1616 don Fernando Altamirano y Velasco obtuvo del Rey Felipe III el título de Conde de Santiago Calimaya. Los Condes estuvieron emparentados con la oligarquía novohispana, heredaron varios Mayorazgos “y llegaron a ser probablemente los más poderosos hacendados del virreinato, con vastas propiedades diseminadas por todo el país”.

Por su parte, Vicente Villanueva, estudioso de la génesis en Atenco, menciona lo siguiente:

    Ponencia sobre el origen de la Hacienda de Atenco por Vicente Villanueva

A finales de 1520, año de la caída de Tenochtitlan, el conquistador Hernán Cortés dio inicio a la repartición entre sus huestes del botín obtenido en sus campañas militares contra el imperio azteca. En virtud de que las riquezas logradas mediante las armas no fueron suficientes para satisfacer las demandas de sus hombres (socios del capitán extremeño en la empresa de la Conquista), la Corona española instituyó las Encomiendas, a fin de premiar a los conquistadores y encomenderos tanto con mercedes de tierras (solares de los pueblos, caballerías de tierras o estancias de ganado menor y mayor), como con otro tipo de concesiones tributarias.

Por su parte, Cortés se resistió cuanto pudo a la repartición de la tierra, pero tuvo buen cuidado de adjudicarse grandes extensiones de terreno y de cobrar -además del Quinto Real- otro tanto para él, en su calidad de Capitán General. Entre las tierras que Cortés se adjudicó, destacaron las localizadas en la zona de Matlatzinco (sometida por los conquistadores Andrés de Tapia y Gonzalo de Sandoval), que destacaba por su abundancia en pastos y agua e idónea para la crianza de todo tipo de ganado. Dio comienzo entonces en la zona un proceso intensivo de población animal con especies tanto mayores (bovinos y equinos) como menores (aves, ganado caprino y porcino), que a instancias de Cortés fueron traídos a México procedentes de la isla La Española por el jerezano Gregorio de Villalobos.

Durante los años de 1521 y 1523 -previos a la accidentada expedición de Cortés a las Hibueras-, el conquistador permaneció en la región de Matlatzinco ocupado en tareas tanto de ordenamiento administrativo de las tierras conquistadas, como en las labores de poblamiento tanto humano como pecuario de la región, en la que se establecieron muchos pobladores de origen portugués, poseedores de una considerable tradición agrícola y ganadera, así como una abundante mano de obra vaquera, compuesta en gran medida por esclavos negros, ante la negativa de la población indígena a trabajar con los ganados de origen europeo.

Antes de enfrentar las muchas vicisitudes políticas que caracterizaron sus últimos años de su vida, Hernán Cortés –convertido ya en un hombre muy rico por su genio personal y en Marqués por la gracia real-, tuvo la previsión de arreglar su situación testamentaria a fin de legarle la sus parientes y sus muchos hijos (tanto legítimos como naturales, a los cuales legalizó para incluirlos en su herencia) sus grandes propiedades territoriales.

La segunda oleada de españoles llegados a la Nueva España estuvo compuesta por españoles dispuestos a poblar y colonizar los nuevos territorios conquistados; entre los recién llegados destacó un personaje que resultaría crucial para la historia de la ganadería en el Valle de Toluca: el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, un abogado extremeño educado en Salamanca y nombrado corregidor de Texcoco, quien se ocupó de la defensa legal de Cortés en su disputa con Diego Velázquez contra cuya autoridad Cortés se había rebelado al fundar el Ayuntamiento de Veracruz, para recibir de éste el nombramiento de Capitán General y poder así desconocer al entonces gobernador de Cuba y recurrir directamente y sin la intermediación de Velázquez, a la protección del rey Carlos I.

El pleito con Diego Velázquez dejó de ser una preocupación para Cortés cuando el conquistador de Cuba falleció en 1524, sin embargo el licenciado Gutiérrez Altamirano continuó muy allegado al futuro Marqués, merced a su casamiento con una prima suya, doña Juana Pizarro Altamirano. Más tarde, en 1529, la segunda esposa de Cortés, la marquesa Juana Ramírez de Arellano, en combinación con el licenciado Gutiérrez Altamirano, consiguieron despojar de su herencia a Catalina Pizarro, hija de Cortés y de su primera esposa, Catalina Suárez, cuñada de Diego Velázquez.

Por este y otros servicios, la marquesa benefició al licenciado con la cesión de la estancia de Atenco, que Gutiérrez Altamirano acrecentó con otras adquisiciones de tierras y con algunas donaciones del primer virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, con lo cual el primo político de Cortés se convirtió en el propietario de una enorme extensión de tierras en el Valle de Toluca, integrada no solo por la hacienda de Atenco sino también por varias estancias anexas, que desde 1558 integraron el Mayorazgo de la familia.

Años más tarde, Fernando Altamirano y Velasco, nieto de Juan Gutiérrez Altamirano, contrajo nupcias con la nieta del virrey Luis de Velasco, enlace por el que obtuvo una merced real de Felipe III por la que se le otorgó el título de conde de Santiago de Calimaya, que comprendía las haciendas de Atenco, Cuauhtenco y Almoloya, así como los ranchos de Tepemaxalco, San Agustín, San Nicolás y Santiaguito.

La hacienda de Atenco como se conoce desde el siglo XIX fue el resultado de posteriores deslindes de tierras y nuevas titulaciones (denominadas “composiciones”) mediante las cuales se introdujeron ajustes en la propiedad de la enorme extensión de tierra que integraba el condado de Santiago de Calimaya. A partir de esta recomposición territorial se incorporaron a esta importante región agrícola y ganadera nuevas familias que se vieron beneficiadas por este proceso, como los Pliego y los Barbabosa, estos últimos íntimamente ligados a la historia taurina nacional como propietarios de las haciendas de San Diego de los Padres, Santín, San Agustín Calimaya, Tepemajalco, Santiaguito y por supuesto, la legendaria hacienda de Atenco, fundadora de la ganadería nacional. Tomado de: La Bitácora de Rafael Medina de la Serna. Secretario de actas de Bibliófilos Taurinos de México, A.C. http://www.bibliofilostaurinos.com.mx/public_7.html / 30.07.2008

[2] Isaac Velázquez Morales: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI”. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997. En dicho trabajo, su autor muestra una relación de los fierros quemadores de ganaderías del Valle de Toluca, registrados ante escribano real a fin del siglo XVII, cuando el de Atenco, ni siquiera tenía el rasgo que hoy día caracteriza a esa marca de fuego con la que se distinguen a los toros de esta ganadería.

[3] Enrico Martínez: Repertorio de los tiempos e historia de Nueva España (1606). México, SEP, 1948. (Testimonios mexicanos, 1), cap. XXVI, p. 141.

[4] Sonia Corcuera: Entre gula y templanza. Un aspecto de la historia mexicana. UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1981. 261 p. Ils. (COLEGIO DE HISTORIA, Colección: Opúsculos/Serie: Investigación), p. 51.

[5] Antiguamente, referirse a las vacas era generalizar -en cierto sentido- al ganado vacuno, ya que sólo se hablaba de la posesión de los vientres. Por añadidura estaban los machos que, como elemento de reproducción no podía faltar en una ganadería.

[6] “El Cronista A”, Hernán Cortés. En: “El Albatros” N° 4, 1971. Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Julio-Agosto, 1971.

[7] Fernando Benítez: La ruta de Cortés. México, Cultura-SEP, 1983. 308 p. Ils. (Lecturas mexicanas, 7), p. 288.

[8] Hernán Cortés: Cartas de Relación. Nota preliminar de Manuel Alcalá. Décimo tercera edición. México, Porrúa, 1983. 331 p. Ils., planos (“Sepan cuántos…”, 7), p. 275.

[9] Woodrow, W. Borah: El siglo de la depresión en la Nueva España. México, ERA, 1982. 100 p. (Problemas de México).

El autor apoya su tesis en las actividades de la economía durante la colonia para conocer los comportamientos demográficos que se dieron en forma agresiva a causa de nuevas enfermedades, la desintegración de la economía nativa y las malas condiciones de vida que siguieron a la conquista. Este fenómeno tuvo su momento más crítico desde 1540 y hasta mediados del siglo XVII, mostrando bajos índices de población, entre los indígenas y los españoles (hacia 1650 se estiman 125,000 blancos en Nueva España y unos 12,000 indígenas). La población indígena alcanzó una etapa de estabilidad, luego de los efectos señalados, a mediados del siglo XVIII “aunque siempre a un ritmo menor que el aumento de las mezclas de sangre y de los no indígenas”.

Es interesante observar una de las gráficas (AHT24RF541, véase anexo número cinco) donde vemos valores de cabezas de ganado mayor y menor muy disparados contra un decremento sustancial de los indígenas y blancos, lo cual originó, por otro lado, un estado de cosas donde dichos ganados mostraron no solo sobrepoblación sino que el hábitat se vulneró y se desquició lo cual no permite un aumento de la producción, pues los costos se abatieron tremendamente.

Esta tesis ha perdido fuerza frente a otros argumentos, como por ejemplo los que plantea la sola trashumancia habida en buena parte del territorio novohispano, o aquel otro que propone Pedro Romero de Solís en su trabajo denominado “Cultura bovina y consumo de carne en los orígenes de la América Latina” (véase bibliografía). Pero también se ha desdibujado por motivo de que el autor nunca consideró que habiendo una crisis demográfica de las dimensiones analizadas en su estudio, estas nunca iban a permitir que la economía creciera. Por supuesto que la economía colonial creció desde finales del siglo XVI, se desarrolló durante todo el siglo XVII y se consolidó, en consecuencia hasta que operaron abiertamente las reformas borbónicas.

[10] Enrique Florescano y Margarita Menegus: “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico (1750-1808)” (p. 363-430). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 365-6.

[11] Andrés Lira y Luis Muro: “El siglo de la integración” (p. 307-362). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 311. Además, véanse las páginas 316 y 317 del mismo texto que abordan el tema de “La población”.

[12] Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1589 por don (…) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3), p. 100.

[13] Empeño de a pie. Obligación que, según el antiguo arte de rejonear, tenía el caballero rejoneador de echar pie a tierra y estoquear al toro frente a frente, siempre que perdía alguna prenda o que la fiera maltrataba al chulo.

[14] Suárez de Peralta, Op. cit.

[15] Salvador García Bolio: “Plaza de Toros que se formó en la del Volador de esta Nobilísima Ciudad: 1734. [Cuenta de gastos para el repartimiento de los cuartones de la plaza de toros, en celebridad del ascenso al virreynato de esta Nueva España del el Exmo. Sor. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta]”. México, Bibliófilos Taurinos de México, 1986. XX + 67 p. Ils., facs., p. XIV: “Dies y Ocho pesos que tubo de Costo el armar Vn toril, para las Cibolas, que Se trajeron a lidiar…”, “…Síbolos, que se traxeron del R.l Alcazar de Chapultepeque, para lidiarse en la plaza, el último día dela Segunda Semana de la lidia de Toros (justo el jueves 10 de junio).

[16] Isaac Velázquez Morales: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI”. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997.

[17] TOLUCA: SU HISTORIA, SUS MONUMENTOS, SU DESARROLLO URBANO. COMPILACIÓN: Programa de investigación cultural. Toluca, edo. de México, H. Ayuntamiento de Toluca. Universidad Autónoma del Estado de México, 1996. 331 p., ils.  “La ganadería en el Valle de Toluca durante el siglo XVI y principios del XVIII” por Guadalupe Yolanda Zamudio Espinosa (p. 53-70), p. 59-61.

[18] Cedulario de la Nobilísima Ciudad que puso en orden el licenciado José Barrio Lorenzot, abogado de la real audiencia y contador de propios y rentas de México, 1768. Real Cédula del 24 de noviembre de 1525.

La crianza del ganado implicaba un intercambio comercial muy importante, por lo que, para medir su expansión y sus excesos, se hizo expedir una cédula rubricada por

EL REY

Nuestros gobernadores e oficiales y otras justicias de las islas españolas, san Juan de Cuba, e Santiago, por parte de los procuradores de la Nueva España fue (h)echa relación que algunas veses, quieren sacar ganados, cavallos e lleguas e vacas, puercos e ovejas e otros ganados para la dicha tierra. Como no se podía hacer tal cosa, El Rey dice que: «Me fue suplicado, y pedido, por merced que no les pusieren impedimento en el sacar de los dichos ganados e cavallos, e yeguas para la dicha Nueva España, o como la mi merced fuese: Por ende yo voi mando, que agora de aqui adelante debeis e concintais vacas de esas dichas a cualesquier personas, para la dicha Nueva España, los cavallos, e yeguas, e puercos, e vacas, e ovejas e otros ganados que quisieren e por bien tuvieren, libre y desembargada… Se firmó en Toledo a 24 de noviembre de 1525.

[19] Albores: Tules y sirenas…, op. cit., p. 154.

[20] Diego López Rosado: Historia y pensamiento económico de México. Agricultura y ganadería. Propiedad de la tierra. México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 1968. (Textos Universitarios)., p. 49-52.

[21] Op. Cit.

[22] Nicolás Rangel: Historia del toreo en México, 1521-1821. México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. fots., p. 10.

[23] Alejandro Villaseñor y Villaseñor: Los condes de Santiago. Monografía histórica y genealógica. México, “El Tiempo”, 1901. 392 p. 64-65. En 1711, el conde Don Nicolás salió electo alcalde ordinario de la Ciudad de México, noticia que encontramos en la obra del Padre Cavo.

Fue casado dos veces, la primera con D.a María de Gorráez, Beaumont y Navarra hija de Don Teobaldo de Gorráez Beaumont y Navarra, descendiente del célebre condestable de Navarra, de ese apellido, y de Don Juan de Luna y Arellano, primer Mariscal de Castilla que ya vivía en México en 1578, pues en enero de ese año fue, en compañía de don Luis de Velasco, uno de los testigos en la escritura del mayorazgo fundado por don Diego de Ibarra y su esposa. La familia de Luna y Arellano, provenía del célebre don Álvaro, Condestable de Castilla.

[24] Silvio Zavala: El servicio personal de los indios en la Nueva España – I (1521-1550). México, El Colegio de México/El Colegio Nacional, 1984. 668 p. (Centro de Estudios Históricos)., p. 51, nota Nº 58.

[25] Guillermo Porras Muñoz: El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI. UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 1982. 515 p. (Historia novohispana, 31), p. 307.

[26] Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65)., T. I., p. 130. Es curioso que este diarista registre la muerte, no de Beatriz, pero sí de Leonor (quien fallece de 110 años), del mismo apellido, y madre del maestro Fr. Jerónimo de Andrada, provincial del orden de la merced quien, en 1652 proporcionaría ganado para unas fiestas celebradas el 3 de septiembre.

[27] François Chevalier. La formación de los latifundios en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI y XVII. 1ª. reimpr. México, Fondo de Cultura Económica, 1982. 510 p. ils., fots. (Sección de economía, 1348)., p. 127.

[28] Acaso habría que plantear si dentro de la intensa labor de evangelización, era necesario establecer una figura en el grupo no de “doce pares de toros y de vacas”, sino de los “doce apóstoles” que parecen ser recordados por aquellos doce misioneros franciscanos que llegaron a México el 13 de mayo de 1524, enviados por el Papa Clemente VII: fray Martín de Valencia en calidad de Custodio, nueve frailes sacerdotes: Francisco de Soto, Martín de la Coruña, Antonio de Ciudad Rodrigo, García de Cisneros, Juan de Rivas, Francisco Jiménez, Juan Juárez, Luis de Fuensálida y Toribio de Benavente (Motolinía), más dos legos fray Juan de Palos y fray Andrés de Córdoba. Un año antes se habían instalado Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Aora. En conjunto, se dedicaron a la conversión y defensa del indio.

[29] HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 267-268. Dice Bernardo García Martínez: Los criadores llevaban consigo los principios de la tradición ganadera peninsular. No tardaron en reproducir aquí su organización gremial de allá, la mesta, fue la encargada de formar ordenanzas que regularan la actividad y que por ende defendieran costumbres y privilegios. Esa organización no se mantuvo en Nueva España, pues sus funciones fueron absorbidas por los ayuntamientos, pero dejó vigentes varias ordenanzas y contribuyó a dar sustento legal a la actividad pecuaria.

[30] Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 414 p. Ils., facs. (p. 47).Orozco (Juan Felipe de): RELACIÓN De la plaufible Real folemnidad con que efta Ilustre, y Leal Ciudad de Durango, Caveza del Reyno de efta Nueva Vifcaya, celebró la Jura de nueftro Principe de las Afturias (+) el Señor (+) D. LUIS FERNANDO, Como heredero de los Reynos de Efpaña por Primogenito de nueftro Monarcha, señor PHILIPO QVINTO Emperador de efte Nuevo-Mundo, á quien Dios profpere, y guarde dilatados años. Sacala a luz, Don Jvan Phelipe de Orozco, y Molina Fator, y Contador de la Real hazienda, y Caja de efte Reyno, Alferez Real de efta Proclamación, echa á 20 de Henero de 1711. Y la dedica al Exc. Sr. D. Fernando de Alencafter Noroña, y Silva Duque de Linares, Marqués de Valde-fuentes y de Govea, Conde de Portoalegre, Comendador mayor de la Orden de Santiago en el Reyno de Portugal, Gentilhombre de la Camara de fu Mageftad, y de fu Confejo, fu Virrey lugar Theniente, Governador, y Capitan General defta Nueva-Efpaña, y Prefidente de su Real Audiencia. Con licencia de los Superiores, en México, en la Imprenta de Miguel de Ortega, y Bonilla. Año de 1711.

José Pascual Buxó: Impresos novohispanos en las bibliotecas públicas de los Estados Unidos de América (1543-1800). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1994. 285 p. Ils., facs. (Serie Guías)., p. 147: Francisco del Valle y Guzmán. Relación de las fiestas… con que la… Ciudad de Durango… celebró la Regia Proclamación de… Luis Primero… México: José Bernardo de Hogal, 1725.

[31] Manuel Romero de Terreros (C. De las Reales Academias Española, de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando): APOSTILLAS HISTÓRICAS. México, Editorial Hispano Mexicana, 1945. 236 p. Ils., retrs., p. 120. Antonio Sebastián de Solís y Barbosa: Descripción expresiva de la plausible pompa y majestuoso aparato con que la Muy Noble y Leal Ciudad de Mérida de Yucatán dio muestras de su lealtad en las muy lucidas fiestas que hizo por la exaltación al throno del muy Católico y muy poderoso monarca el señor don Fernando VI…, 1748.

[32] Alancear: Suerte del toreo a caballo consistente en matar los toros con lanza. Se usó por los caballeros españoles desde la Baja Edad Media hasta los siglos XVI-XVII, en que comenzó a ser substituido por el rejoneo. Además del valor demostrado servía a los caballeros como ejercicio físico de adiestramiento para la guerra.

[33] Lanfranchi: La fiesta brava en…, op. cit., T. I, p. 146.

[34] José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. México, Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras, División de Estudios de Posgrado, Colegio de Historia (2000-2009). 251 p. + 920 p. (Anexos). (Tesis pendiente de obtener el grado académico correspondiente).

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