La suelta

Todos los aficiones a la caza mayor saben que, para poderlos gobernar, los perros en las rehalas se sujetan dos a dos. Pero los monteros muy viejos recuerdan cómo, cuando ellos empezaron a conocer el campo, los perros no se acollaraban con mosquetones. Los collares estaban fijos dos a dos y, para soltar, se les quitaban. Entonces quedaban sólo con el collarín de la cencerra. Por eso los perreros solían llevar ayudante, que cargaban con las que se llamaban colleras. Colleras de collares. Ese es el motivo por el que, en la sierra, se ha llamado indistintamente acollarar o acollarar al hecho de unir los perros para poderlos manejar mejor.

La suelta era un rito. Como las fincas no estaban tan carrileadas como ahora, había que llegar a donde se quería comenzar a montear con los perros sujetos, Y, así, se hacía el camino por veredas y atajos con los perros acollarados detrás de los perreros. Llegado el momento en que se calculaba que ya estaban puestas todas las escopetas (hoy eso se sabe por radio), se liberaban los perros de sus collares y a cazar.

Ay una curiosa distinción entre las rehalas andaluzas y las de La Mancha. Mientras las nuestras llevan collar para sujetar y collarín para la cencerrilla, las manchegas sólo llevan un collar fuerte en el que va inserta con una presilla la cencerra.

Como, además de los dos collares es frecuente que muchos perreros coloquen una cadena para fijar a los perros en los anclajes de la perrera, nuestros podencos tienen una especial arrogancia con tanto atalaje.

Al llegar a un collado las rehalas tras los talones de sus perreros, era de ver el revuelo de los perros relatiéndose, presintiendo la caza tan pronto se soltaba la primera collera. Las carreras, los quejidos de impaciencia, las alegres zambullidas en el monte. Pero eso, ya casi se va también perdiendo porque, en los más de los casos, la suelta se reduce a abrir las puertas de una furgoneta.

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