1. INTRODUCCIÓN
En la duodécima edición del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española, publicada en 1884, se produce la inserción de arcaísmos1. Es algo, en principio, sorprendente, si pensamos que en un diccionario general o de uso, como el académico, lo normal es incorporar voces nuevas o en uso no documentadas, pero no arcaicas2. Sin embargo, esto sucede en mayor o menor medida en todas las ediciones de este diccionario por las características propias de la obra (Haensch 1997: 149-150; Esparza 1999: 52; Porto Dapena 2002: 258; Campos Souto y Pérez Pascual 2003: 63; Ruhstaller 2003: 253). Aun así, con relación al resto, destaca esta edición por el número de incorporaciones, superior, por ejemplo, al que presentan la anterior y la posterior. Esta inserción de léxico arcaico es destacable, además, porque sucede en un momento de especial interés por los arcaísmos: en el prólogo de la edición, se indica que se procura la recuperación o rehabilitación de estas voces en la lengua, algo característico también de las dos ediciones precedentes3.
Ante estos hechos, los objetivos de este trabajo son, en primer lugar, examinar las palabras arcaicas introducidas, determinar sus características y establecer una tipología; en segundo lugar, comprobar si, al tiempo que se incorporaron estas voces, otras fueron calificadas por primera vez como anticuadas o fueron eliminadas, algo que se presume más natural, si se atiende al modo como se produce el cambio lingüístico, esto es, que una palabra cae en desuso y, a consecuencia de ello, se marca o se elimina (Aitchison 1993: 8); y, en tercer lugar, valorar la correspondencia entre la adición de arcaísmos y la supresión de marcas, a la luz del pensamiento lexicográfico académico y de las ideas lingüísticas dominantes en la época, toda vez que la duodécima edición es una de las más relevantes de este diccionario por los cambios léxicos y lexicográficos que en ella se verifican (Garriga 2001: 283, 295; Clavería 2016a: 199-215).
Para la ejecución de este trabajo, se ha aplicado la siguiente metodología: primero, se extraen todos los arcaísmos incorporados en esta edición por medio de la comparación del lemario con la anterior4, se describen y clasifican atendiendo a su tratamiento lexicográfico y su presencia en las ediciones anteriores del diccionario académico y en los no académicos; segundo, se comparan estos elementos con los añadidos en las ediciones anterior y posterior con objeto de ver semejanzas y diferencias en las características y tipología de estas voces; tercero, se valora lexicológicamente la oportunidad de esta inserción con la consulta de corpus diacrónicos y diccionarios históricos5; y, cuarto, se ofrecen las claves para entender este modo de proceder por parte de la Real Academia Española atendiendo al pensamiento lingüístico y lexicográfico expuesto en obras historiográficas de la segunda mitad del siglo XIX. Antes de ello y con el fin de contextualizar el contenido de esta investigación y ofrecer un estado de la cuestión, se expone la consideración que ha tenido la presencia de léxico arcaico en el Diccionario académico a lo largo de su historia.
2. LOS ARCAÍSMOS EN EL DICCIONARIO ACADÉMICO
La presencia de arcaísmos en los diccionarios del español es una constante; todos los diccionarios, de todas las épocas, recogen arcaísmos, voces desusadas u obsoletas: “todos los grandes diccionarios contienen numerosas palabras que han desaparecido por completo del uso normal”, afirma Jean Aitchison (1993: 20) en su libro sobre el cambio en las lenguas. Lo hacen porque cumplen una función, distinta en cada diccionario y en cada época. El Diccionario académico es una buena muestra de lo que se acaba de decir porque el léxico arcaico está presente en sus ediciones y en él se producen cambios de distinto tipo con respecto a esta tipología léxica (Alvar Ezquerra 1983: 205-206; Alvar Ezquerra 1985: 44; Azorín 2000: 277; Jiménez Ríos 2001: 47-62; Ruhstaller 2003: 239, 252).
En el siglo XVIII, en el Diccionario de autoridades, la importancia del léxico arcaico se manifiesta en el uso de dos denominaciones para caracterizarlo, voz anticuada y voz antigua (Jiménez Ríos 2001: 115; González Ollé 2014: 113)6: las anticuadas se recogen con la voz usual que las sustituye, y las antiguas son las restituidas por su propiedad y hermosura, destacándose así la excelencia del léxico del pasado para prestigiar la lengua7. Desde este momento quedaban fijados los tipos de arcaísmos que habrían de recogerse en el diccionario8. Sin embargo, en la segunda edición de Autoridades, de la que solo apareció un tomo en 1770, se hace uso ya de las abreviaturas, y “antiq.”, ‘voz ó frase antiquada’, es la única utilizada para marcar los arcaísmos. Engloba, entonces, a las voces anticuadas y antiguas de la primera edición, lo que supone la pérdida de la distinción que se acaba de apuntar (Jiménez Ríos 2017: 263). Se procura, además, el aumento de arcaísmos por ser necesarios para la comprensión de los textos del pasado (Autoridades 1770: Prólogo I, V; Pascual Fernández 2013: 83).
En las ediciones que resultan de compendiar este diccionario, publicadas desde 1780, continúa el aumento de esta parcela léxica, que se mantiene por su relación con Autoridades 1726-1739 y 1770 (Ruhstaller 2000: 218-220). La marca adoptada entonces, en la que es la primera edición del diccionario, es “ant.” -con el mismo valor que “antiq.”-, lo que confirma la ruptura producida en la edición de 1770 con respecto a la de 1726-1739. Al lado del incremento constante de voces arcaicas, hay cambios en su tratamiento y consideración, lo que comporta la eliminación de algunos arcaísmos (Jiménez Ríos 2018a: 409, 415; Clavería 2019: 19-20)9. En la sexta edición, de 1822, se suprimieron variantes gráficas arcaicas, “estados de pronunciación y ortografía que padece una voz desde que sale de una lengua madre, de la latina por ejemplo, hasta que se fija en un idioma vulgar como el castellano” (DRAE 1822: Prólogo; Alcoba 2007: 31; Jiménez Ríos 2018b: 135-136; Terrón y Torruella 2019: 112-113). En la siguiente, la séptima, de 1832, continuó dicha supresión: “la Academia ha continuado suprimiendo las voces anticuadas que solo se diferencian de las corrientes en el aumento, disminucion ó alteracion de una ó dos letras, y en particular varias que tenian al principio la redundancia de una a, conservándose sin embargo algunas para que no se olvide totalmente su uso en lo antiguo, como Atal, Abastar &c.” (DRAE 1832: Prólogo)10. Con todo, es esta una tipología léxica muy presente en las incorporaciones que se efectúan en estas ediciones del diccionario11.
A mediados del siglo XIX, la situación cambia (García de la Concha 2014: 189-228; Zamora Vicente 2015: 443); hay un movimiento a favor del léxico arcaico, de su recuperación: los arcaísmos son un recurso para frenar la decadencia de la lengua y hacer frente a los préstamos (Aitchison 1993: 13; Clavería 2021: 28)12. Sucede en las ediciones décima (1852), undécima (1969) y duodécima (1884) (Buenafuentes 2019: 207; Jiménez Ríos 2021: 292-293). En los Estatutos de 1848 aparece ya la idea de recuperar arcaísmos con expresión similar a la usada después en el prólogo del diccionario (RAE 1848: 19; DRAE 1852). Y en los de 1859, el cuidado de la lengua lleva a confeccionar un programa de acción consistente en la elaboración de distintos repertorios léxicos (Fries 1989: 70), uno de ellos de arcaísmos (RAE 1859: 4)13. En las Reglas para la corrección y aumento del diccionario vulgar de 186914 no se habla de rehabilitar estas voces, solo de documentarlas en el diccionario general hasta que se concluya el específico de arcaísmos: “se conservarán en la 12.ª edición las voces y locuciones anticuadas que parezcan necesarias para la inteligencia de los buenos escritores de épocas no muy remotas; pues aunque la Academia ha emprendido ya un Diccionario especial de arcaísmos, no parece posible que se haya concluido antes que la 12.ª edición del Diccionario vulgar” (RAE 1869: 1). Se procura la conservación y rehabilitación, pero sobre todo la documentación, bien con la elaboración de un diccionario específico, bien con su incorporación al diccionario general15. Se observa, entonces, que la ayuda a la comprensión de los textos del pasado y la contribución a que la lengua de esos textos no se pierda, ideas que llegan hasta la actualidad, guían la documentación de los arcaísmos a lo largo de la historia del diccionario en las distintas ediciones16.
3. LOS ARCAÍSMOS INCORPORADOS EN LA DUODÉCIMA EDICIÓN
Acabamos de ver cómo en las Reglas de 1869 se planteaba la incorporación de arcaísmos en el diccionario en tanto fuera concluido el específico de estas voces (Alvar Ezquerra 1983: 206; Clavería 2016a: 135-155). En la duodécima edición se incorporaron más arcaísmos que en la undécima y decimotercera, tres ediciones en las que se produjo un cambio sustancial tanto en el contenido como en la metodología (Clavería 2021: 16, 32): en concreto, se añadieron 213 arcaísmos17 frente a los 77 y 72 de las otras dos. El examen de estas voces, sus características y tipología, y la presencia o no en otras ediciones del diccionario académico y en otros diccionarios, así como el apoyo documental con que cuentan, permiten conocer, más allá de las consideraciones léxicas y lexicográficas de dichas palabras, la concepción que la Academia tenía del diccionario y el papel que desempeñaban -o se creía que podían desempeñar- estas voces en la lengua. Tras la publicación de la décima edición en 1852, los trabajos preparatorios de la siguiente atienden de manera especial al léxico anticuado y se acuerda incluir, entonces, arcaísmos de todo tipo, salvo variantes formales, como home o dende (Clavería 2021: 35). La serie de diccionarios que conforman las ediciones del académico hace que las decisiones se implementen a veces poco a poco y que puedan reconsiderase los acuerdos entre la publicación de una edición y otra. Una prueba de este modo de proceder lo ofrecen las variantes gráficas incorporadas en la duodécima edición y las voces eliminadas en una edición y recuperadas en otra, algo que sucede, con mucha frecuencia, con los arcaísmos (Clavería 2019: 37)18. Con todo, hay que insistir en que lo expuesto aquí, de acuerdo con la metodología seguida, tiene un carácter estrictamente filológico y lexicográfico, pues la única manera de conocer el interior de diccionario, sus características y su singularidad, es detectando adiciones, supresiones y enmiendas, en este caso, por la vía de la inserción de los arcaísmos.
3.1. Características y tipología
De los tres principios que guían el tratamiento del léxico arcaico en el diccionario -incorporación para la comprensión de textos del pasado, supresión de formas innecesarias y recuperación con el aval de los escritores-, la inserción de los arcaísmos en la duodécima edición responde al deseo de facilitar la lectura de textos antiguos, el reconocimiento de formas arcaicas, ya que se incorporan mayoritariamente variantes gráficas, morfológicas y léxicas que remiten a la voz en uso19. Nota Castillo Peña (1992: 537) la preferencia de la Academia por que el lexema que remite tenga la marca ant.: es decir, si las voces en el diccionario presentan remisión y definición, los arcaísmos se caracterizan mayoritariamente por la remisión, por el envío a otra voz. Junto a estos arcaísmos, los que presentan definición son pocos, y en ellos los casos de definición con sinonimia son ligeramente superiores a los que llevan definición perifrástica. La tipología, entonces, es la siguiente20:
a) Arcaísmos con remisión:
b) Arcaísmos con definición
A diferencia de lo que sucede en esta edición, en que los casos de remisión, como acabamos de ver, son más abundantes que los de definición, los incorporados en la anterior, en la undécima, presentan un equilibrio entre los dos tipos, si bien el número de arcaísmos con remisión y definición por sinonimia supera al de definición perifrástica26:
Muestran estos ejemplos el cumplimiento del principio aplicado en el diccionario académico de registrar voces arcaicas en todas las ediciones. En la duodécima, la idea de hacer del diccionario un vocabulario de arcaísmos llevó a que su presencia fuera mayor y a que ese aumento se consiguiera por la vía de incorporar variantes arcaicas, sobre todo gráficas. En la edición decimotercera, cuyo prólogo advertía de que no se recogerían palabras sin la autoridad de los escritores y sin la sanción del uso de los mejores27, quizá como freno a lo practicado en la anterior28, no se incorporaron muchos arcaísmos -de hecho, de las tres examinadas aquí, fue la que menos incorporó-, pero, de nuevo, la mayoría de los añadidos fueron arcaísmos por su forma29:
De todo esto se concluye que los arcaísmos que lo eran por su forma, arcaísmos gráficos, morfológicos o léxicos, variantes anticuadas de voces usuales, ofrecían la posibilidad de aumentar con facilidad el léxico arcaico del diccionario. Se impone, por tanto, indagar en él e intentar conocer su origen y procedencia: Clavería (2021: 28) cita el acta de la corporación del 19 de octubre de 1854 en que se da noticia de unos “paquetes de papeletas de voces anticuadas” presentadas por Rafael M.ª Baralt, lo que prueba el interés de la Academia por reunir este tipo de palabras.
3.2. Examen lexicográfico y lexicológico de estos arcaísmos
3.2.1. Documentación lexicográfica
Las posibilidades que brinda el Diccionario académico para la investigación léxica y lexicográfica, al contar con ediciones publicadas durante más de tres siglos, han sido destacadas en diversos trabajos (Azorín y otros 2017; Clavería y Freixas 2018b; Blanco Izquierdo y otros 2018; Blanco Izquierdo y Clavería 2021). Si la lengua es reflejo de la sociedad que la habla y esa lengua la registran los diccionarios, la existencia de veintitrés ediciones, además del Diccionario de autoridades y de lo publicado de su segunda edición, ofrece al investigador, no solo de la lexicografía, sino sobre todo de la lexicología, un corpus léxico inmenso para su exploración. Los arcaísmos señalados en los apartados anteriores, insertos en las ediciones undécima, duodécima y decimotercera, son un elemento valiosísimo para ilustrar, por un lado, la historia de las palabras y, por otro, la técnica o el método aplicados en la elaboración de esas ediciones. Asimismo, al corpus léxico que ofrece la serie de ediciones del diccionario, hay que unir el aprovechamiento que tiene para una investigación como esta contar con el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, pues permite conocer la presencia de una voz en diccionarios académicos y no académicos desde finales del siglo XV hasta la actualidad (Clavería y Freixas 2018a; Pascual 2020: 347-348).
De los arcaísmos incorporados en la 12.ª edición, son muchos los que tienen la primera documentación en el diccionario académico en esta edición, en concreto 154 de los 213:
Otros habían aparecido en ediciones anteriores y, eliminados después, fueron reincorporados ahora31: unos lo habían hecho en Autoridades 1726-1739, otros, en Autoridades 1770, y otros, en distintas ediciones del diccionario, concretamente en las primeras32:
a) Autoridades 1726-1739:
b) Autoridades 1770:
c) Ediciones del diccionario:
Son 59 arcaísmos (muy pocos, si los comparamos con los que tienen la primera documentación en la 12.ª edición); en ellos destacan los incorporados en Autoridades 1726-1739 y eliminados tras el DRAE 1817: porque son los más abundantes y porque se trata de variantes gráficas arcaicas, aquellas que se suprimieron en el DRAE 1822 (todavía algún arcaísmo gráfico lo hizo tras esta edición).
Además de las consideraciones hechas hasta aquí acerca de la documentación de estos arcaísmos, hay que señalar que algunos figuran también en diccionarios no académicos (Seco 1987: 137; Anglada y Bargalló 1992: 955). Unos aparecen en repertorios léxicos anteriores al Diccionario de autoridades35, otros lo hacen en diccionarios contemporáneos del académico36. No es fácil determinar el influjo de esas obras en la Academia y, por tanto, no se puede afirmar que este se produjera: variantes gráficas como añir, emplastro, escriptor/ra, mochacho/cha, propriedad, proprio/a y sotil están ya en Nebrija (1495), pero también en otros textos de esa época y posteriores. Salvá (1846), por su parte, recoge algunos arcaísmos, que aparecen, entonces, por primera vez en un diccionario, y es quien más registra en comparación con sus contemporáneos37:
Esta inserción de arcaísmos la hace en su diccionario, elaborado a partir de la novena edición del académico (Azorín 2018). Y si influye en las ediciones posteriores de este, esos arcaísmos no entran hasta la duodécima. La Academia puede seguir sus pasos al mostrarse abiertamente a favor de la presencia de todo tipo de arcaísmos en el diccionario: “Con el diccionario de la Academia en la mano -afirma Salvá (1846: XXIV)- apenas podía darse un paso, no diré en la lectura del Fuero Juzgo, de los poetas anteriores al siglo XV, o de obras de lenguaje abstruso, como La Pícara Justina y algunas de Quevedo; sino de las que manejan todos por gusto, o son las primeras en ciertas facultades”.38
Hay que señalar, por último, que los arcaísmos incorporados en la duodécima edición se han mantenido casi en su totalidad hasta nuestros días; solo algunos fueron eliminados antes:
Muchos no traspasan la barrera de la 22.ª edición, de 2001 (Gutiérrez Cuadrado 2001-2002: 312). Pero son pocos, si se comparan con los que se mantienen hasta hoy: de los 213 consignados, 127 llegan hasta la edición actual y 86 lo hacen en las que se acaban de citar40. Prueba, además, este hecho que el principio que determinó la documentación de arcaísmos en el diccionario, en la duodécima edición y también en Autoridades 1726-1739 y 1770 y en las distintas ediciones, se ha mantenido constante a lo largo de la historia del diccionario. La necesidad de contar con estas voces para la lectura de los textos y el hecho de ser un bien que hay que conservar han guiado su presencia en todas las ediciones. Hoy, entre las muchas funciones que pretende cumplir el diccionario, sigue estando la de servir como repertorio de arcaísmos, depositario de un legado que hay que conservar.
3.2.2. Origen, formación e historia
Se ha señalado más arriba la necesidad de indagar en el origen e historia de los arcaísmos incorporados en la duodécima edición. Formas como adefina -variante de adafina-, alfama -variante de aljama-, algamiz -variante de alcamiz-, algarivo/va, alizaque -variante de alizace-, almidana, aluneb, añir -variante de añil-, azaquefa, azoche -variante de azogue-, fundago, lailán, rehala, zagadero y zaguera son arabismos y variantes de arabismos41 incorporados al amparo de la recuperación de la etimología, de la indagación en el origen de las palabras, que se produce en este momento como consecuencia del desarrollo de la lingüística histórica y comparativa en España. Son resultado también de la aparición de los glosarios de voces de origen árabe de Engelmann (1861) y Dozy y Engelmann (1869). A su consulta se debe la inserción de las etimologías árabes en el diccionario (Clavería 2016b: 235-236) y a ellos es posible atribuir también la inserción -la mayoría como primera documentación42- de alguno de estos arabismos en esta edición del diccionario: Dozy y Engelmann (1869) recogen ya aljama, alcamiz, algarivo, almidana, aluneb y azoche/azogue43.
Además de este grupo, otros los constituyen, de acuerdo con su formación, los arcaísmos gráficos y los derivados. Entre estos últimos, acafelador y acafeladura, afiduciar, aluén -variante de alueñe-, ambiciar, endeliñar, fiuciar o membrado/da se incorporan por estar ya en el diccionario los también anticuados acafelar, fiducia, lueñe, ambicia, adeliñar, afiuciar y membrar44. Los hay también derivados de voces usuales, unos, como apacer, apregonar, asulcar, atalar y atapar, porque cumplían con el principio establecido en la séptima edición de conservar algunos derivados con prefijo a- para que no se olvidara su uso en lo antiguo45, y otros, sencillamente, porque permitían aumentar con facilidad el caudal léxico del diccionario y con él el de la lengua, como cabezador, canforar, castillero, ciguñuela, deprehender, encreyente, endenantes, enocar, estrabosidad, inumeridad, livianeza, perchufar, rancura, solacio, sobrazano/na o sonrisar. Por último, hay arcaísmos que son también latinismos, formas cultas como aluminar, falescer, lobregura, manferir, matino o remanir. La etimología y la morfología léxica desempeñan un papel fundamental en esta edición (Buenafuentes 2021: 196): la primera, porque, como ya se ha dicho, se recupera en este momento e informa del origen de las voces; la segunda, porque, además de explicar el proceso de formación de palabras, ofrece un recurso para ampliar la nomenclatura del diccionario con los derivados de una base léxica. Los arcaísmos están muy presentes en esta edición, también los neologismos (Clavería 2016a: 212-214). Y los derivados que eran arcaísmos permitían con facilidad cumplir con el objetivo de recuperar o rehabilitar estas voces en la lengua (Jiménez Ríos 2021: 299-302). Se incorporan entonces y más adelante se les quita la marca. Un ejemplo es anzolar, arcaísmo no documentado en los corpus académicos y del que el DHLE 1933 ofrece una cita de Nebrija: el Diccionario español-latino recoge el participio adjetivo anzolado. Más tarde se reinterpreta como un neologismo o voz usual y se le elimina la marca46.
Al lado de arcaísmos que son préstamos, arabismos47, y arcaísmos formales, gráficos y morfológicos o derivados, están los arcaísmos léxicos o sinónimos. Fijemos la atención en alguno de ellos: cedrero ‘citarista’, croco ‘azafrán’, gracir ‘agradecer’, jovar ‘remolcar’ y redutable ‘formidable.’ Cedra y cedrero son variantes patrimoniales de cítara, presentes en Berceo (DHLE 1936) y en documentos navarros del siglo XIII (DCECH s. v. cítara), en puridad, arcaísmos dialectales48; croco es, según Corominas-Pascual, un cultismo raro, una palabra no propiamente castellana49. Pese a ello, hoy se consigna todavía en el diccionario como voz usual50. Gracir es la forma que aparece en el Alexandre y en Berceo; también en las Cantigas (DCECH s. v. grado II). De jovar dice Corominas que quizá proceda del cat.-arag. jovada, pero “cuya existencia no puedo garantizar” (DCECH s. v. yugo). Redutable, que no está en el DCECH, es un galicismo con cinco ocurrencias en CORDE, una en Juan Fernández de Heredia (s. XIV) y cuatro en el Cancionero de Baena (s. XV)51. Son, como puede verse, formas de poco o raro uso acerca de las cuales cabe preguntarse cómo llegaron al diccionario: más allá de que se dispusiera de los textos, de algún glosario de arcaísmos o de diccionarios de otras lenguas (La Viñaza 1893: 873-893), lo cierto es que al incorporarlas el diccionario de la lengua se convirtió en un verdadero diccionario de arcaísmos y su conservación hasta hoy no hace más que reafirmar esta consideración.
4. OTRAS ACCIONES EFECTUADAS EN LOS ARCAÍSMOS DE LA DUODÉCIMA EDICIÓN
Las otras dos acciones con respecto a los arcaísmos verificadas en la duodécima edición, además de esta de servir de diccionario de arcaísmos, son, por un lado, la que resulta del cambio lingüístico, esto es, la marcación de voces o acepciones por primera vez y, si es el caso, su eliminación del diccionario; y por otro, la rehabilitación y recuperación de arcaísmos como voces usuales a raíz de un proceso iniciado ya en la décima edición.
Son pocas las voces y acepciones que se encuentran en la situación descrita en primer lugar52: bébedo/da, instituto[4], otre, soterráneo, soterraño o venéfico[2] son algunas marcadas entonces, resultado de la revisión del diccionario más que del desuso acontecido en dichas palabras en el lapso que va de la edición anterior a esta; tampoco son muchos los arcaísmos eliminados, pues solo se registra la supresión de una acepción marcada en la voz castigación.
El otro proceso, el de la rehabilitación de arcaísmos, se da en voces preferentemente con definición como forma de tratamiento, lo que evidencia que lo arcaico era la realidad a que hacían referencia (Jiménez Ríos 2021: 302)53:
Estos ejemplos muestran que se confundió el arcaísmo de palabra con el de cosa (Haensch 1982: 163), y en esta edición y en estos ejemplos se enmendó el error. Es probable que se conservara en otros, pues los cambios en el diccionario por adición, supresión y enmienda se producen poco a poco, de modo que, una vez tomada una decisión, su ejecución empieza a implementarse en la edición que se está revisando y puede continuar en las siguientes.
5. OPINIONES DE AUTORES DECIMONÓNICOS SOBRE LOS ARCAÍSMOS EN LA LENGUA Y EN EL DICCIONARIO
La clasificación de los arcaísmos incorporados en la duodécima edición ha mostrado que los más abundantes pertenecen a la tipología de variantes formales. La idea era cumplir con el precepto recogido en las Reglas de 1869, aunque ello supusiera desdecirse de principios aplicados con anterioridad, pues en las ediciones sexta y séptima fue precisamente ese tipo de arcaísmos el que se quiso eliminar del diccionario. Pero se hizo con la salvedad de conservar algunas formas para que no se olvidara su uso en lo antiguo. Esta acotación permitía mantener algunas variantes y abría la puerta a seguir incorporándolas. Con todo, la realidad de los hechos parece demostrar que los preceptos se formulan pensando en la edición a la que se destinan, y en el curso de casi medio siglo de trabajos académicos dichos preceptos pueden cambiar: los ejemplos señalados en estas páginas así lo manifiestan y evidencian, asimismo, que el tratamiento dado al léxico anticuado no es sistemático, ni homogéneo (Clavería 2019: 37). El cumplimiento de lo establecido en esas Reglas no parece que continuara tras esta edición, pues la inserción de arcaísmos en la decimotercera fue menos significativa.
Resulta, entonces, que, inmediatamente después de publicada la décima edición, el léxico arcaico es objeto de atención preferente para la Academia y para los autores de fuera, que comparten la conveniencia de recogerlos en los diccionarios y ven en ellos un recurso estilístico (Ferrer del Río 1860: 13; Marqués de Molins 1870). Hay, entonces, dos posturas acerca de los arcaísmos: una, a favor de su registro en el diccionario; y otra, defensora de su recuperación como una voz en uso. Participan de esta idea autores como José Castro y Orozco, quien considera que las palabras arcaicas “vienen á ser muchas veces un tesoro malamente dilapidado” porque su pérdida empobrece la lengua (caso en que se encuentran las derivadas, que con facilidad pueden volver a la circulación). A su lado hay otras “muy anticuadas, puros y absolutos arcaísmos”, en las que su empleo antes será defecto que virtud (Castro y Orozco 1842: 274-275). Para Antonio M.ª Segovia, el diccionario debe incluir las voces, locuciones y frases usadas por los buenos escritores desde mediados del siglo XVI, aun cuando hayan caído en desuso; solo formas como despender, meytad y omne deben ser excluidas (Segovia [1859] 1914: 293). Antonio Alcalá Galiano elogia las ventajas de servirse de los arcaísmos “con sobriedad y tino”, pero también advierte de los peligros de hacerlo “con juicio flaco y habilidad escasa” (Alcalá Galiano 1861: 12). Isaac Núñez de Arenas se pregunta acerca del criterio que ha de determinar la condición de arcaísmo de una palabra, el cual es de todo punto inseguro si se reduce “á que hayan dejado de usarlas, por cierto tiempo, algunos escritores” (Núñez de Arenas [1863] 1865: 530).
El proceder de Pedro Felipe Monlau es distinto al de estos autores. Extrae las anticuadas de la décima edición, cerca de diez mil, y considera que hay cinco mil “sin motivo alguno plausible retiradas de la circulación”. No es partidario de su rehabilitación, pero sí de su uso, pues “el arcaísmo normal, y discretamente interpretado, es y será siempre una sanción del buen uso de los siglos” (Monlau 1863: 23).
Por último, en este recorrido por las opiniones de algunos autores de la segunda mitad del siglo XIX sobre el arcaísmo, cabe citar a Rufino José Cuervo. A sus observaciones a la undécima edición en que abogaba por una distinción similar a la practicada en el Diccionario de autoridades, expuesta también en el prólogo de sus Apuntaciones críticas, se une, por su importancia, su opinión acerca de la recuperación de arcaísmos. A diferencia de los autores citados, Cuervo ve “ridículo sacar inoportuna e innecesariamente a relucir antiguallas” (Cuervo [1867-1872] 1987: 12). Y hay que citar, finalmente, en este elenco de opiniones autorizadas a Juan Valera, que condena a los que empobrecen la lengua excluyendo voces “por anticuadas, rastreras y poco dignas” (Valera 1862: 20-21).
6. CONCLUSIONES
De lo expuesto a lo largo de este trabajo, se concluye que dos son los rasgos caracterizadores de la duodécima edición con respecto a los arcaísmos, la incorporación y la recuperación. La documentación responde a la tradición del diccionario, a la conservación y mantenimiento de estas voces, y es una consecuencia más de las características del diccionario académico, un diccionario general, de uso, pero, sobre todo, un diccionario concebido para albergar una amplia tipología de voces y servir para cometidos muy diversos. La recuperación es parte de un programa más amplio, de cuidado de la lengua, que obedece al deseo de volver a la circulación voces prestigiosas por su presencia en la literatura áurea. Se trata, por tanto, de dos acciones independientes y no excluyentes, pues responden a objetivos e intereses distintos: una quiere hacer del diccionario un repertorio de arcaísmos; otra, recuperar voces que podrían servir para hacer frente a neologismos y préstamos, e, incluso, subsanar el error de estar marcadas. Con todo, esta incorporación abundante de arcaísmos, mantenidos casi hasta la actualidad, fue una acción ejecutada entonces y, a la vista de lo acontecido en la edición siguiente, parece que solo se cumplió en la duodécima. Pese a ello, el deseo de suplir a un diccionario de arcaísmos y de ayudar en la lectura de los textos antiguos, son los dos principios que todavía siguen guiando la presencia de arcaísmos en su interior.