jueves, 4 de octubre de 2018

LA CULTURA DE LA DOMINACIÓN, Capítulo dos, primera parte, del libro inédito: De la Dominación Consentida, Por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas.





La noción de cultura ha recibido numerosas acepciones. En este texto incluye las ideas, las creaciones artísticas y científicas y los comportamientos cotidianos y excepcionales. Con otras palabras: los tipos de ser humano que produce el proceso de modelación del sistema, con sus peculiaridades creadoras y conductuales. Agreguemos que cuando no adjetivada, la generalidad de la expresión oculta su funcionalidad a específico orden de vida colectiva. 

Ofrecida al consumo como algo natural e impersonal, da una decisiva contribución a generar dominados y dominadores. Su eficacia reside en que las masas que la hacen suya con la automaticidad del aire que respiran, no imaginan la “polución” modeladora que les inyecta, condición basilar de su inadvertido consentimiento a una sujeción que no precisa recurrir a inquisidores fierros quebrantadores de huesos[LP1] [LP2] . Clifford Geertz sostiene (1989:56) que la cultura “es mejor visualizada si se la considera como un conjunto de mecanismos de control: planos, recetas, reglas e instrucciones, productos extra genéticos que los ingenieros de computación llaman programas, cuyo propósito es controlar y gobernar comportamientos”. 

La cultura de la dominación es un hecho total y poco menos que absoluto: rige la vida cotidiana de la entera existencia humana. Una visión, una actitud, un modo de ser habita cada una de sus particularidades. De ella, no logran emanciparse sus “partes constituyentes (…) cada contenido particular es una función de la perspectiva reinante …” (cita Gusdorf a Rothaker ,1966:210 - 220). En una sociedad que la ejerce como un producto natural, exponerla críticamente en la vida relacional cotidiana arriesga recibir la burla o la hostilidad como respuesta. 

La cultura de la dominación (sus múltiples rostros, sus disímiles transformaciones) es segregada por la entraña de la sociedad; se define por sus funciones, actuantes en todos los órdenes de la vida personal y social. No se circunscribe a la educación hogareña, las aulas y los claustros de la enseñanza formal, la frecuentación de “buenas compañías” y la lectura de “buenos libros”: se absorbe en las experiencias y en la manera de pensarlas. No es probable que algún saber o reflexión o acción escape a las condiciones de formación que se siguen de la sociedad concreta. Cuando ocurre, estamos frente a lo excepcional. Cumple cabalmente con el “orden” existente del que es constitutiva y constituyente. Se vale de construcciones simples y complejas. Crea y divulga relatos, mitos, creencias, fantasías y mistificaciones; canoniza y condena; distribuye bendiciones y maldiciones; distorsiona las estructuras del pensamiento lógico y gobierna férreamente el lenguaje. 

León Pomer

Instalado el sujeto en la cultura nunca es abandonado por ella. “La más honda interioridad de la criatura humana, su vida afectiva, su memoria y su mundo perceptivo están penetrados por los influjos del grupo que es su nicho de convivencia (…) Los sentimientos nacen según la norma del grupo y los afectos se expresan según sus costumbres” Lo que se conoce como determinación social “tiene una atmósfera y una trama tejida con las costumbres, instituciones, leyes, admisiones y prohibiciones”, sin excluir la sucesión de coyunturas psicológicas específicas que marcan al grupo y sus individuos. “Instituciones y formas de vida se convierten en constitución interna de la persona humana” (Freyer1958:50) En los impulsos internos que en ella asoman, está incrustada la voluntad y la cultura que el sistema les ha imbuido. 

La cultura de la dominación distribuye desigualmente los saberes; cela para que las mayorías accedan no más que a lo indispensable para cumplir la tarea productiva que les ha sido confiada y para conseguir lidiar razonablemente con los problemas del día a día. No es para ellas desarrollar una voluntad indagatoria, un pensamiento crítico, una avidez por la discusión argumentada. 

La cultura que se sigue de un sistema obligado a coaccionar para subsistir, debe incurrir obligadamente en la no verdad y en la deformación de la misma, en el ocultamiento y en la negación. Función principalísima y altamente reveladora, advirtió Lacan, es negar la representación veraz de la realidad bajo el velo de la distorsión y el disimulo. 

Cuando en el dominado irrumpe la voluntad de sacudir el infortunio, de desprenderse de la rutina imbecilizante y la incertidumbre vitalicia que son sus visitantes habituales, la dominación deberá regresarlo a la sensatez, curarlo de espantos mediante la ablación de lo que aún le resta de ansiosa temeridad. El Poder cultural del sistema, o su Poder a secas, tiende a anular una amenazante autonomía intelectual y a coartar las prácticas que lo contraríen; supone trabas y oposiciones que atentan total o parcialmente contra el pensamiento lógico, racional y argumentativo, insaciable de saberes, alentador de inquietudes, encauzador de las mismas. Sus consumidores no deben tener consciencia que son modelados según su situación en la sociedad y en función del papel que deben desempeñar. La dominación es incompatible con el conocimiento libremente adquirido, elaborado con los recursos intelectuales de que es capaz de dotarse el sujeto humano en libertad; en cambio, favorece la homogeneización que carga la impronta de su clase o grupo, que no se individualiza por lo que debiera tener de original y distintivo. Para desconcertar y disuadir de andar hurgando en terreno resbaladizo, la dominación intenta sustituir la libre voluntad por estructuras que la cancelan. Lo logra con demasiada frecuencia; pero notables excepciones muestran que la impotencia no es una ley inexorable. 

Teniendo el Poder la violencia física como arma de defensiva y ofensiva, antes de usarla multiplicará la confusión y las perturbaciones: acusará al hereje de padecer una salud mental vacilante: sólo la locura podrá explicar las presuntas sinrazones que lo asaltan. El mundo de los dominados debe reducirse a un vivir sumido en la rutina y la recurrencia; su horizonte visual no deberá superar el suelo que recorre diariamente. Incursionar en un más allá es caer en el delirio. Las osadías se pagan. 

En el universo de la dominación, los medios públicos que “informan” y anotician son el instrumento más efectivo, ciertamente no el único, en la formación de la opinión pública: la desinformación y la mentira son sus armas, amén de la omisión, la alteración, el silenciamiento, la difamación y el estigma taimado. Por su gran “plasticidad”, el cerebro, particularmente el de los dominados, es patologizado, (función principalísima), por la cultura y las prácticas conductuales hegemónicas; así sus percepciones decaerán a visiones ilusorias y lo real a construcciones arbitrarias. Los recursos de que necesaria y obligatoriamente se vale la dominación precisan desarmar lo racional que late en el dominado; deben impedirle el acceso a los saberes intelectuales y los sentires que le permitan comprender y sentir lo que la dominación necesita ocultar. Desprenderse de la conformidad, de la indolencia y la apatía son pecados en que no debe incurrir. Y aun menos prescindir del más ciego egoísmo. El ethos de la dominación es presentado como el efecto necesario de una única naturaleza humana, cuyo carácter histórico es negado. 

El castigado personaje que es el sujeto dominado, obligado a vivir de contramano a las partículas de autenticidad que no le han sido expropiadas, libra angustiantes pugnas para sobreponerse a las adversidades inmisericordes que lo castigan; sus vísceras son el ámbito de furias que lo devoran y que el sistema le aconseja medicalizar. Entre tanto, la única medicación sanadora no puede ser aplicada porque el responsable de las dolencias no tiene vocación de auto incriminarse. 

El ideal de la dominación, así sea en sus momentos en apariencia más liberados de toda prescripción rigurosa, se realiza en un sujeto modelado en su entera subjetividad, en su modo de usar la facultad de pensar, en su estar atravesado por el marco socio-cultural-psico-emocional a que es sometido y debe someterse. 

Hay culturas que hacen del individuo un “ser inerte y contemplativo”, anota Eagleton (1996:183): lo aprisionan en una estrecha opacidad, se oponen a los vuelos capaces de eludir las convenciones celosamente construidas. Pero las hay que por su autonomía escapan a las taras y menoscabos, incentivan la creatividad, abren espacios a la aptitud indagatoria, analítica e inconformista, desconfían de las verdades que no se someten al principio popperiano del “falseamiento”. Para decirlo suavemente: no gozan de los favores de la dominación. 

Bauman (2012:22) discute ambas modalidades culturales. Una representa “la actividad del espíritu que vaga libremente, el locus de la creatividad, de la invención”; la otra es rutina y repetición, un girar invariable sobre lo no cuestionado, un conjunto de adormecidas convicciones. La primera es ejercida por los “espíritus más osados (…), irreverentes en relación a la tradición, portadores del coraje necesario para quebrantar horizontes bien delineados, sobrepasar fronteras y abrir nuevos senderos”. La opuesta está defendida por modelos imbuidos de terquedad, vigilados por cancerberos mentales que clasifican la libertad “bajo la rúbrica de ‘desvío”. Cultura de la “mismidad”, llamó Ricoeur la que encierra al individuo en una monada cenicienta. La cultura en alerta crítico, vocacionada para violar el orden, inconformista de la sociedad y de sí misma, propone escapes inéditos a los severos paradigmas khunianos de que se vale la dominación. 

Judith Butler (2001:40) incursiona en el funcionamiento psíquico de la norma: le atribuye un poder regulador extremadamente más eficaz que la coerción manifiesta. Bauman (2014:97) se pregunta: “¿qué significa el cumplimiento incondicional de una norma…?”. Su respuesta: el cumplimiento incondicional de la norma es abdicar “del poder absoluto de decidir”. 

Apresuradas opiniones sostienen que en los días que corren la regulación normativa habría sido destituida por la acción presuntamente liberadora del consumismo y los vertiginosos logros de la tecnología. La vida atribulada restañaría su desgaste con “entretenimientos” o (como alguien las llamó)” vivencias supletivas” que la suavicen ¿Concluiremos que la regulación social ha sido cancelada, y con ella los coaccionantes que en un antaño no lejano modelaban conductas? Estereotipos conductuales envejecen y caen en desuso; pero las tecnologías que se suceden en un continuo desenfreno ingresan en la vida cotidiana, imponen hábitos y renuevan deseos que tienen la fuerza de imperativos ineludibles: lejos de herir el sistema, lo prolongan y lo afianzan. Prácticas cotidianas con la apariencia de accionar en total libertad no sólo no vulneran los fundamentos de la sociedad: funcionan como equivalentes a reguladores normativos de un “orden” que produce cada vez un mayor desorden, y con él una pavorosa decadencia en la manera de ejercer lo humano. 

El universo cultural de los dominadores elige cuidadosamente las herencias: escoge gentes de su mismo linaje como los únicos protagonistas de pasados tiempos. Destacándolos los universaliza como valores absolutos; pero no logra ocultar, no enteramente, lo que ha logrado sumergir en oscuros recovecos, difamado, deformado y olvidado, en razón de las audacias y heroicidades que en su momento pusieron en duda las prácticas sociales, las convicciones y las doctrinas de los dominadores. El objetivo de la dominación (uno de muchos) es apagar la llama, a veces apenas el rescoldo de lo que en cada tiempo de la historia representó la disidencia crítica. 

Hablar de cultura de la dominación es reconocer la variedad de sus luchas intestinas, rivalidades y modalidades individuales, que, a pesar de las diferencias, algunas antagónicas, no escapan a un subyacente, un común núcleo duro; inclementes arrebatos anti sistema pueden expresar sentires que le son hostiles, y su eficacia no ser mayor que el aullido desesperado que no le hacen mella. Vivimos en una sociedad de descontentos: cuando la crítica se detiene en la protesta, todo lo clamorosa que se quiera, no modifica nada esencial. Ese invasor oculto y sigilos que es la cultura dominante se adentra sutilmente en los sujetos: poco le importan las agudezas verbales inocuas, o las exhibe como prueba de las libertades que otorga. Los fuegos de artificio llegan a causar admiración, pero se extinguen de inmediato y la oscuridad retorna. 

La dominación lucra con las acciones, decisiones, indiferencias, omisiones, opiniones, estilos de vida, de razonar y prejuzgar del cuerpo subyugado: actúan retroactiva y maquinalmente, se insertan en el clima cultural predominante y recrean el sistema, lo que no equivale a que cada nueva generación sea la copia fiel de la anterior. Importa lo que permanece detrás de la fachada: el mentado núcleo duro, productor invariable de la sustancia socio -cultural – relacional que produce dominados y dominadores. 


Abrumadoramente hegemónica, la cultura de la dominación moldea los individuos, vela que el modelo mantenga incólume la esencia a través de todas sus versiones. El dominador y el dominado, singularidades antropológicas portadoras de no pocas aberraciones, en tanto persistan en el ser que les ha sido imbuido contribuyen a la vigencia del sistema. “Somos arcilla de nuestras propias manos”, dirá Eagleton (2011:16); pero las manos son conducidas y programadas por el sistema para dar a la arcilla la carnadura que recrea la dominación. 

Butler (2001:31) advierte sobre una “trampa” psicológica: “El deseo de persistir en el propio ser exige someterse a un mundo de otros (…) Sólo persistiendo en la otredad se puede persistir en el propio ser”; y así el “sujeto emerge contra sí mismo, tratando de persistir como sujeto”. Agrega Butler (Id., Id.:31):” cuando las categorías sociales garantizan una existencia social reconocible y perdurable, la aceptación de estas categorías, aun si operan al servicio del sometimiento, suele ser preferible a la ausencia total de existencia social”. 

La dominación ofrece productos culturales listos para el consumo: protocolos de representaciones, opiniones, valoraciones y saberes. Se desliza en los cuerpos e impone una estructura perceptiva y cognitiva imbuidas de la lógica que la entraña, configura un invisible filtro selectivo y un arco interpretativo. La dominación hace de sus tabúes, normas, prohibiciones, reglas y prescripciones los guardianes del “sentido común”, calificado como “el más humillante sentido de la razón” (Dennis H. Wrong). Los recursos que ofrece para pensar condicionan el qué y el cómo del pensamiento. En el sujeto dominado la ley que regula su universo cultural surge de un exterior que lo quiere profesando la “normalidad” del sistema. 

Freyer (1958: 115) reconocía en el sujeto la propensión” a formar juicios y representaciones acerca de realidades que rebasan su esfera intelectual y afectiva normal”; la cultura del sistema cultiva imágenes, ideas, visiones de la realidad que no corresponden a experiencia alguna: el sujeto es habituado “a vivir en un mundo de representaciones inverificables”. Esa índole de realidades adquiere un poder de verdad e instituye una visión que acaba siendo la realidad con mayúscula[LP3] 

Desconsiderando la existencia de una determinación inexorable, el hombre común difícilmente tiene conciencia que las “verdades” que hace suyas: desde las ínfimas hasta las más conspicuas están teñidas por la matriz epistemológica que habita en su hablar y rige su pensar. Y en la lengua, condición absoluta de la vida social, se vehicula mucho más que las palabras inscriptas en los diccionarios. 



                            Referencias
Bauman, Zygmunt, Ensaios Sobre o Conceito de Cultura, Zahar Editores, Rio de Janeiro, 2012
y Gustavo Dessai, El Retorno del Péndulo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2014
Bruner, Jerome, Realidad Mental y Mundos Posibles,  Gedisa,  
Barcelona, 1999
Butler, Judith, Mecanismos Psíquicos del Poder, Universidad de Valencia, Ediciones Cátedra, Madrid, 2001
Dufour, Dany - Robert, El Arte de Reducir Cabezas, Editorial Paidos, Buenos Aires, 2009
Eagleton, Terry, A Ideología e Suas Vicissitudes no Marxismo   Occidental, en Um Mapa da Ideologia , Contraponto, Rio de Janeiro, 1996
-A Ideia de Cultura, Editora Unesp, Sao Paulo, 2011
Foucault, Michel, Las Palabras y las Cosas, Siglo XXI, Buenos Aires,2008
Freyer, Hans, Teoría de la Época Actual, F.C.E., México, 1958
Geertz, Clifford, A Interpretacao das Culturas, LTC, Rio de Janeiro, 1989
Gusdorf, Georges, A Palabra, Edicoes 70, Lisboa, 1995
-Mito y Metafísica, Editorial Nova, Buenos Aires, 1960
-De l´Histoire des Sciences, a la Histoire de la Pensée I, Payot, Paris,1966
Sperber, Dan, La Contagion des Idées, Odile Jacob, Paris, 1996


(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura. 

La segunda parte del capítulo dos, de este artículo, aquí va: http://vagosperonistas.blogspot.com/2018/10/de-la-cultura-como-encierro-segunda.html






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