Ensayos

El llanto de María la de Magdalena

Laura María Guerrero Navarro
Universidad de Málaga, España

Perspectivas: Revista de Historia, Geografía, Arte y Cultura

Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt, Venezuela

ISSN: 2343-6271

Periodicidad: Semestral

vol. 11, núm. 21, 2023

perspectivaunermb@gmail.com

Recepción: 01 Agosto 2022

Aprobación: 27 Octubre 2022



DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.8031167

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Resumen: El conocido llanto de María Magdalena pudo ser debido a varias causas. Sin embargo, al desglosar la configuración de su identidad, se puede comprobar que el motivo más conocido del mismo responde a una supuesta causa no protagonizada por ella; lo cual fue el resultado de la fusión de varias identidades.

Palabras clave: Demonios, pecados, llanto, arrepentimiento.

Resumen

El conocido llanto de María Magdalena pudo ser debido a varias causas. Sin embargo, al desglosar la configuración de su identidad, se puede comprobar que el motivo más conocido del mismo responde a una supuesta causa no protagonizada por ella; lo cual fue el resultado de la fusión de varias identidades.

Palabras clave: Demonios, pecados, llanto, arrepentimiento.

Abstract

The well-known crying of Mary Magdalene could be due to several causes. However, when breaking down the configuration of her identity, it can be verified that the most well-known reason for it responds to a supposed cause not carried out by her; which was the result of the fusion of several identities.

Keywords: Devils, sins, crying, repentance.

Introducción

<< Mujer, ¿por qué lloras?>>

(Juan 20, 13)

Si por algo se ha identificado a Santa María Magdalena, desde hace siglos, es por el llanto que le producía el remordimiento de haber pecado. De hecho, en el refranero popular se acuñó el hecho de <<llorar como una Magdalena>>. Pero, ¿Se debió realmente el llanto de la Santa a su disoluta vida pasada?

Desarrollo

Identificando a María Magdalena

La idea que se tiene sobre quién fue la seguidora de Jesús responde al resultado de la fusión entre los relatos bíblicos y las leyendas, pesando más los episodios legendarios que los que las Sagradas Escrituras proporcionaron. Es decir, a los episodios bíblicos protagonizados por ella, se le añadieron los de otras mujeres con las que fue identificada; lo cual se debió al Papa Gregorio Magno (1958), quien dijo: “… ésta a quien San Lucas[1] llama mujer pecadora, San Juan[2] la llama María; nosotros creemos que es aquella María de la que San Marcos[3] afirma que fueron arrojados siete demonios” (p. 704).

De estas afirmaciones, María Magdalena era aquella de la que Jesús arrojó siete demonios; sin embargo, para san Gregorio, la seguidora de Jesús era la misma que la pecadora anónima –de la que se habla en el capítulo 7 del evangelio según san Lucas– y María de Betania –hermana de Lázaro y Marta.

De la unificación de todo lo anterior se creó el personaje legendario. Es por ello que los episodios que se le atribuyen –siguiendo un orden cronológico– se pueden clasificar en una identificación de su persona atribuida, real y legendaria. Razón por la cual, ya se contempla la atribución de <<mujer pecadora>>, que será clave en su inconsolable llanto.

Llanto en casa de Simón el fariseo

Una vez que San Gregorio (1958) hizo estas asignaciones, al hablar de la identificación –certera– de la Magdalena como mujer endemoniada a la que Cristo ayudó, dio una explicación a lo que significaban dichos seres infernales; lo cual llevó a la relación de manera coherente con la mujer anónima lucana:

Y ¿qué se designa por siete demonios sino todos los vicios?, pues como todo el tiempo se comprende en siete días, propiamente todas las cosas se significan por el número siete; por eso María, que tuvo todos los vicios, tuvo siete demonios (p. 704).

De este modo, el Papa Gregorio Magno creó el papel de la pecadora por antonomasia; la cual había experimentado los siete pecados capitales.

A partir de entonces, se configuró la <<identificación atribuida>> a María Magdalena, al considerar que era aquella quien fue a casa de Simón el fariseo tras ser consciente de la gravedad de sus faltas y enterarse de que Jesús –aquel que perdonaba a los pecadores y cuyas palabras conducían a la salvación– estaba allí, para que la perdonara:

Había en la ciudad una mujer pecadora, la cual, al enterarse de que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, se presentó allí con un vaso de alabastro lleno de perfume, se puso detrás de él a sus pies, y, llorando, comenzó a regarlos con sus lágrimas y a enjuagarlos con los cabellos de su cabeza, los besaba y ungía con el perfume[4].

Esta loable actitud, limpiar los pies de Cristo con sus lágrimas y ungirlos con el perfume, fue entendida por el papa Gregorio Magno (1958) como la reconversión de sus pecados; ya que: “… con los ojos había deseado lo terreno, pero ya, afligiéndolos por el arrepentimiento, lloraba…” (p.706).

Numerosas son las representaciones artísticas en las que se figura la comida en casa del fariseo y de las que destaca esta mujer anónima a los pies del Hijo de Dios. Una obra especialmente interesante es la de Pedro Pablo Rubens, figura 1, ya que en ella se figuran tanto su afligimiento como sus lágrimas cayendo por su rostro y por el pie del Señor, en detalle en la figura 2; quien está a la mesa con el anfitrión y el resto de comensales.

Fig. 1. Fiesta en casa de Simón el fariseo.

 Fiesta en casa de Simón el fariseo
Fig. 1.
Fiesta en casa de Simón el fariseo
Peter Paul Rubens. Ca. 1618-1620. Museo del Hermitage, San Petersburgo (Rusia).

Fuente: Peter Paul Rubens. Ca. 1618-1620. Museo del Hermitage, San Petersburgo (Rusia).

Fig. 2. Fiesta en casa de Simón el fariseo (Detalle de la figura 1)

 Fiesta
en casa de Simón el fariseo (Detalle de la figura 1)
Fig. 2
Fiesta en casa de Simón el fariseo (Detalle de la figura 1)
Peter Paul Rubens. Ca. 1618-1620. Museo del Hermitage, San Petersburgo (Rusia).

Fuente: Peter Paul Rubens. Detalle de la figura 1.

Un llanto de penitencia con el que la <<pecadora arrepentida>> sirvió de modelo para los pecadores y aquellos que hacían suyos los pecados de otros.

A nosotros, sí, a nosotros representó aquella mujer cuando, después de haber pecado, nos volvemos de todo corazón al Señor y la imitamos en el llanto de la penitencia; […].

La mujer riega con lágrimas los pies del Señor; lo que también hacemos en realidad nosotros cuando, movidos a compasión, ayudamos a cualesquiera miembros de Cristo, […] cuando participamos en la tribulación de sus santos, cuando tenemos por nuestras sus aflicciones (Gregorio I, 1958, p. 707).

Y por el que se convirtió, según relató Santiago de la Vorágine (1982), en su Leyenda dorada –hacia 1264–, en: “… la primera que en aquel tiempo de gracia hizo solemne y pública penitencia…” (p 384).

Es por esto que este sería el primer episodio –atribuido– de llanto por todas y cada una de las faltas cometidas y el dolor de haber injuriado a Dios con ellas; el cual, no le hizo sentir vergüenza por hacer público que era pecadora, ya que pudo más su amor a Dios. Así lo indicó Gregorio I (1958): “… se puso a mirar las manchas de su torpe vida […] sin avergonzarse de los convidados; porque, como ella se avergonzaba gravemente de sí misma en su interior, no creyó que hubiera exteriormente cosa que la avergonzara” (p.704).

Por consiguiente, se trató de un llanto de penitencia que implicaba arrepentimiento y tristeza.

Llanto en el sepulcro

Este segundo momento lacrimoso se correspondería con uno de los capítulos protagonizados por la <<real>> María Magdalena; es decir, por aquella que la Biblia (1993) menciona de manera nominativa. Se corresponde con el episodio denominado Aparición a María Magdalena, el cual pertenece al capítulo 20 del evangelio según San Juan:

María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: <<Mujer, ¿por qué lloras?>> Contestó: <<Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto>>.

Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: <<Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?>>. Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: <<Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo iré a recogerlo>>. Jesús le dijo: <<¡María!>> Ella se volvió y exclamó en hebreo: <<¡Rabbuní!>> (es decir, <<¡Maestro!>>. Jesús le dijo: <<Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con mi padre y vuestro padre, con mi Dios y vuestro Dios>>. María Magdalena fue a decir a los discípulos que había visto al Señor y a anunciarles lo que él le había dicho[5].

Aquí se presenta a María Magdalena como una mujer desconsolada, que llora por la muerte y desaparición del cuerpo de su maestro al que iba a venerar. Y como el amor que sentía hacia Jesús le hizo no tener miedo –ella era uno de sus discípulos y, por ende, estaba en el punto de mira de los judíos–; así como el hecho de haber sido capaz de ir ella sola, a donde fuera necesario, a por el cuerpo del Señor. De este modo la representó el temprano pintor barroco Antiveduto Grammatica (ver figura 3), en una pintura en la que María Magdalena aparece nimbada, con larga cabellera rubia y vestida con una anacrónica indumentaria de brocados.

Está sentada y llorando (ver en detalle figura 4) ante el sepulcro abierto –en el que no se encuentra el cuerpo de Jesús– y en cuya tapa hay una inscripción latina: Quia tulerunt dominum meum –<<Se han llevado a mi Señor>>–, en la que se indica que la causa del lamento de la Magdalena es precisamente que se han llevado el cuerpo de Cristo. Y, flanqueándola, hay dos ángeles –como así se indicó en el mencionado evangelio según san Juan– sentados uno a la cabecera y otro a los pies del sepulcro; uno de los cuales parece dirigirse a ella para preguntarle por el motivo de su llanto.

Fig. 3. María Magdalena en la tumba de Cristo resucitado.

María Magdalena en la tumba de Cristo resucitado.
Fig. 3.
María Magdalena en la tumba de Cristo resucitado.
Antiveduto Grammatical. The State Hermitage Museum, San Petersburgo (Rusia).

Fuente: Antiveduto Grammatical. The State Hermitage Museum, San Petersburgo (Rusia).

Por consiguiente, se trata de un llanto de dolor e impotencia.

Fig. 4. María Magdalena en la tumba de Cristo resucitado. Detalle de la figura 3.

María
Magdalena en la tumba de Cristo resucitado. Detalle de la figura 3
Fig. 4
María Magdalena en la tumba de Cristo resucitado. Detalle de la figura 3
Antiveduto Grammatical. The State Hermitage Museum, San Petersburgo (Rusia)

Fuente: Antiveduto Grammatical. The State Hermitage Museum, San Petersburgo (Rusia).

Llanto en el desierto

En último lugar, atendiendo al orden cronológico a los que dan lugar los episodios bíblicos –propios y atribuidos– y los legendarios, estaría el momento en el que María Magdalena se retira al yermo a seguir llorando por sus pecados.

Las hagiografías sobre su vida –basadas en episodios legendarios repletos de intereses relacionados con la posesión de sus reliquias y por ubicarla en tierras francesas– dictaminaron que, tras la muerte del Hijo de Dios, María Magdalena, junto con sus hermanos –esto la sigue identificando con María de Betania– y demás acompañantes fueron subidos a una barca por los infieles y arrojados al mar a su suerte. Por milagro divino, arribaron a las costas de Marsella y, tras predicar y convertir a muchos lugareños, decidió retirarse a un desierto donde siguió llorando por sus pecados. Así lo recogió Pedro de Ribadeneyra (1761) en su Flos sanctorum, –publicado, en varias partes, entre 1599 y 1604–:

Y la Magdalena despues de haver predicado por si misma, y convertido muchas almas, se retiro à un desierto à llorar de nuevo sus pecados, (como si nunca los huviera llorado[6]) y à ocuparse de dia, y de noche en la contemplacion del Señor, y gozar de sus gustos suavissimos, y regalos. Treinta años estuvo en aquella soledad… (p. 388)

Es por ello que, en este episodio atribuido, la santa se dedica, además de una vida contemplativa, a seguir penando por sus errores pretéritos. No le importó el dolor emocional y los pesares físicos, ya que consideraba que tan graves ofensas, aun habiendo sido perdonadas por Jesús, merecían seguir haciéndola padecer todo el tiempo que le quedara de vida.

Una muestra –entre muchísimas que tratan el episodio de la penitencia en el desierto– es la obra de Annibale Carracci (ver figura 5), donde María Magdalena se encuentra en su retiro aislado; cubierta por un manto azul que deja ver su pecho; apoya su brazo derecho sobre una calavera, la cual se ubica a su vez sobre el libro de sus meditaciones; y con la mano se sujeta la cara, mientras eleva sus ojos llorosos hacia el cielo en busca del perdón de sus faltas (ver figura 6 en detalle).

Por todo lo mencionado, se trata de un llanto de arrepentimiento y tristeza.

Fig.5.María Magdalena en un paisaje.

María
Magdalena en un paisaje.
Fig.5
María Magdalena en un paisaje.
Annibale Carracci. Ca. 1599. Fitzwilliam Museum, University of Cambridge, Cambridge (Reino Unido).

Fuente: Annibale Carracci. Ca. 1599. Fitzwilliam Museum, University of Cambridge, Cambridge (Reino Unido).

Fig. 6. María Magdalena en un paisaje. Detalle de la figura 5.

María Magdalena en un paisaje. Detalle de la figura 5
Fig. 6.
María Magdalena en un paisaje. Detalle de la figura 5
Annibale Carracci. Ca. 1599. Fitzwilliam Museum, University of Cambridge, Cambridge (Reino Unido).

Fuente: Annibale Carracci. Ca. 1599. Fitzwilliam Museum, University of Cambridge, Cambridge (Reino Unido).

Verdadero motivo de su llanto

A partir de lo anterior, hay que tener en cuenta que las lágrimas, del episodio atribuido –en casa del fariseo– y del derivado de la fusión entre la identidad de la protagonista de este y la de la propia santa, fueron debidas al remordimiento y a la contrición; como resultado de su vida de pecadora.

Sin embargo, si se considera la escena que se narra en las Sagradas Escrituras, en la que la certera María Magdalena va al sepulcro y se encuentra con que el cuerpo del Señor ya no está allí, el afligido llanto que le produjo dicho suceso respondió a la tristeza causada por la imposibilidad de resolver aquello que tanto la apesadumbraba.

Conclusión

En definitiva, María Magdalena lloró, sí, pero no por ser pecadora; sino por la pena que le produjo la muerte y desaparición de Jesús. Por lo tanto, no fue una pecadora arrepentida, sino una mujer con un gran sentido del amor, lealtad y equidad, en este caso, hacia su rabbuní –maestro–.

Referencias Bibliográficas

Gregorio I, Papa, Santo (1958). Obras de san Gregorio Magno. Regla pastoral. Homilías sobre la profecía de Ezequiel. Cuarenta homilías sobre los Evangelios (Paulino Gallardo, trad.). Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.

La Santa Biblia. (1993). San Pablo, Madrid.

Ribadeneyra, Pedro de (1761). Flos Sanctorum, de las Vidas de los Santos. Tomo II. Joachín Ibarra, Madrid.

Vorágine, Santiago de la (1982). La leyenda dorada 1. Alianza Forma, Madrid.

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