El pensamiento político premedieval
Agustín de Hipona es el filósofo más representativo de este periodo y el que mayor influencia tuvo en el desarrollo del pensamiento medieval hasta el s.XIII. Por este motivo, se ha relacionado con suma facilidad el pensamiento del de Hipona con el denominado agustinismo político y gran parte de las posturas que defendían la superioridad del papado y de la Iglesia sobre el Imperio. Realmente no está tan claro que el pensamiento de Agustín de Hipona, como veremos a continuación, sea un pensamiento puramente político y aplicable a las relaciones Iglesia Estado. Habría que defiir el agustinismo político, como una corriente de pensamiento, que apoyado en algunas ideas del obispo de Hipona, que intenta dar una solución o respuesta al problema de las relaciones Iglesia Estado identificando la ciudad terrenal con el imperio romano y la ciudad celeste con la Iglesia.
Agustín y la Ciudad de Dios
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Imagen 45. La Ciudad de Dios
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La Ciudad de Dios (De civitate Dei contra paganos) es una obra de Agustín de Hipona en la que se manifiestan varios temas, aunque la cuestión fundamental que se plantea es la distinción entre la sociedad orientada por el amor a Dios y la sociedad orientada por el amor propio. La idea de Agustín es que las sociedades paganas han sido insuficientes para conseguir la paz, que es el objetivo de toda sociedad.
La sociedad o la dimensión social del ser humano, no es algo que se base en la naturaleza humana, sino más bien es una circunstancia transitoria generada por la situación de pecado. La sociabilidad humana no estriba en la naturaleza del ser humano, en su esencia, sino que es una consecuencia del pecado. Al perder el Paraíso el ser humano tiene que convivir socialmente, algo que era innecesario en el Paraíso, en la que tiene que ir realizando un camino para la recuperación del estado de bienaventuranza.
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"Entonces, pues, la carne comenzó a desear contra el espíritu, y con esta batalla y lucha nacimos, trayendo con nosotros el origen de la muerte, y trayendo en nuestros miembros y en la naturaleza viciada y corrompida la guerra continuada con ella o la victoria contra el primer pecado".
CD XIX, c 13 fuente: Wikisource
"Dijimos ya en los libros precedentes como Dios, para unir en sociedad a los hombres, no sólo con la semejanza de la naturaleza, sino también para estrecharlos en una nueva unión y concordia con el vínculo de la paz por medio de cierto parentesco, quiso criarlos y propagarlos de un solo hombre; y cómo ningún individuo del linaje humano muriera si los dos primeros, creados por Dios, el uno de la nada y el otro del primero, no lo merecieran por su desobediencia; los cuales cometieron un pecado tan enorme, que con él se empeoró la humana naturaleza, trascendiendo hasta sus más remotos descendientes la dura pena del pecado y la necesidad irreparable de la muerte; la cual, con su despótico dominio, de tal suerte se apoderó de los corazones humanos, que el justo y condigno rigor de la pena nevara a todos como despeñados a la muerte segunda, sin fin ni término, si de ella no libertara a algunos la inmerecida gracia de Dios".
CD XIV, c 1 fuente: Wikisource
Por tanto, como el propio Agustín afirma, hay que recuperar el estado perdido.
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"Si lo consideramos con madura reflexión, ninguno sino el que es feliz vive como quiere, y ninguno es bienaventurado sino el justo; y ni aun el mismo justo vive como quiere, si no llega a donde nunca pueda morir, padecer engaño ni ofensa, y le conste y esté asegurado de que siempre sera así; porque esto lo apetece y desea la naturaleza, y no será perfectamente cumplida y bienaventurada si no es consiguiendo lo que apetece". CD XIV, c 25 fuente Wikisource
Esta recuperación hay que realizarla mediante la vida social, que llevamos en la tierra. El fin de la sociedad es la consecución de la paz y el camino para lograrlo es la justicia.
Lo que hace felices a los hombres es lo que hace felices a las
ciudades, que no es otro que el deseo de paz que es quién mueve los
esfuerzos del ser humano en sociedad. Puesto que es la justicia quien
posibilita la paz, no habrá verdadera paz sin verdadera justicia, sin
orden que la ley eterna manda conservar. Para ello se necesita la fe,
que ordena las cosas en intención al único Dios.
Por tanto solo una sociedad verdaderamente orientada hacia Dios nos permitirá conseguir la paz y la bienaventuranza. Por ese motivo Agustín establece la diferenciación entre la ciudad terrena y la ciudad celeste, esta diferencia viene dada por el objeto de interés de ambas, así como la ciudad terrena pone su objetivo en el amor propio, la ciudad celestial lo pone en el amor a Dios.
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"Así que dos amores fundaron dos ciudades; es a saber: la terrena, el
amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial, el
amor a Dios, hasta llegar al desprecio de sí propio. La primera puso su
gloria en sí misma, y la segunda, en el Señor; porque la una busca el
honor y gloria de los hombres, y la otra, estima por suma gloria a
Dios, testigo de su conciencia;".
CD XIV, 28 fuente: Wikisource
Esta distinción, realizada por Agustín, de las dos ciudades y la superioridad de la ciudad celeste sobre la terrena, fue interpretarlo como unas distinción aplicable al ámbito de las relaciones Iglesia Estado, identificando Iglesia con ciudad celeste y estado con ciudad terrena. Sin embargo esa forma de aplicar la distinción de las dos ciudades no es atribuible al pensamiento del obispo de Hipona, por la siguientes razones:
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Así, frente a los que afirman un supuesto teocentrismo, Agustín acepta como legítimas sociedades
aquellas comunidades que coinciden racionalmente en los objetos amados,
aunque la sociedades se diferenciarán según el orden de sus amores
(terrenal al espiritual). No hay un exclusivismo social espiritualista,
más propio de un agustinismo posterior.
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"De donde ha resultado que, no obstante el haber tantas y tan
dilatadas gentes y naciones esparcidas por todo el orbe; con diferentes
leyes y costumbres, con diversidad de idiomas, armas y trajes, con todo
no haya habido más que dos clases de sociedades, a quienes, conforme a
nuestras santas Escrituras, con justa causa podemos llamar dos
ciudades: la una, de los hombres que desean vivir según la carne, y la
otra, de los que desean vivir según el espíritu, cada una en su paz
respectiva, y que cuando consiguen lo que apetecen viven en peculiar
paz".
CD XIV, 1 fuente: Wikisource
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Tampoco podemos afirmar que esta distinción corresponda una al Estado
y otra a la Iglesia, sino que la a la ciudad celestial pertenecen todos
los que aman a Dios y el vínculo de sus ciudadanos es la caridad y no el
imperio autoritario. La ciudad terrenal, todos los que anteponen el
amor propio y asienta su unidad en la autoridad que logre dominar
los intereses particulares.
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"Así que dos amores fundaron dos ciudades; es a saber: la terrena, el
amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial, el
amor a Dios, hasta llegar al desprecio de sí propio. La primera puso su
gloria en sí misma, y la segunda, en el Señor; porque la una busca el
honor y gloria de los hombres, y la otra, estima por suma gloria a
Dios, testigo de su conciencia; aquélla, estribando en su vanagloria,
ensalza su cabeza, y ésta dice a su Dios: «Vos sois mi gloria y el que
ensalzáis mi cabeza»; aquélla reina en sus príncipes o en las naciones
a quienes sujetó la ambición de reinar; en ésta unos a otros se sirven
con caridad: los directores, aconsejando, y los súbditos, obedeciendo;
aquélla, en sus poderosos, ama su propio poder; éstá dice a su Dios: «A
vos, Señor, tengo de amar, que sois mi virtud y fortaleza»; y por eso,
en aquélla, sus sabios, viviendo según el hombre, siguieron los bienes,
o de su cuerpo, o de su alma, o los de ambos; y los que pudieron
conocer a Dios «no le dieron la gloria como a Dios, ni le fueron,
agradecidos, sino que dieron en vanidad con sus imaginaciones y
discursos, y quedó en tinieblas su necio corazón; porque, teniéndose
por sabios, quedaron tan ignorantes, que trocaron y transfirieron la
gloria que se debía a Dios eterno e incorruptible por la semejanza de
alguna imagen, no sólo de hombre corruptible, sino también de aves, de
bestias y de serpientes»; porque la adoración de tales imágenes y
simulacros, o ellos fueron los que la enseñaron a las gentes, o ellos
mismos siguieron e imitaron a otros, «y adoraron y sirvieron antes a la
criatura que al Criador, que es bendito por los siglos de los siglos».
Pero en esta ciudad no hay otra sabiduría humana sino la verdadera
piedad y religión con que rectamente se adora al verdadero Dios,
esperando por medio de la amable compañía de los santos no sólo de los
hombres, sino también de los ángeles, «que sea Dios todo en todos»".
CD XIV, 28 fuente: Wikisource
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También hay que tener en cuenta que los ciudadanos de ambas ciudades viven en el mismo seno de sociedades
históricas. A ellas pertenecen no solo los vivos, sino los pasados y
futuros. Por ello podemos decir que Agustín mantiene una visión idealista o teologal de la historia, por lo que se hace difícil establecer una exacta relación con la Iglesia y el Estado. Ambas ciudades no tienen su razón en la experiencia
actual, sino en en la razón oculta del amor no evidente de sus
miembros, la mayoría no realmente presentes en este mundo.
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"del mismo linaje humano, al cual hemos distribuido en dos géneros:
el uno de los que viven según el hombre, y el otro, según, Dios; y a
esto llamamos también místicamente dos ciudades, es decir, dos
sociedades o congregaciones de hombres de las cuales la una está
predestinada para reinar eternamente con Dios, y la otra para padecer
eterno tormento con el demonio, y éste es el fin principal de ellas,
del cual trataremos después. Mas ya que del nacimiento y origen (ya de
los ángeles, suyo número específico ignoramos, o de los dos primeros
hombres) hemos raciocinado lo bastante, me parece que ya es ocasión de
tratar de su discurso y progresos, principiando desde que los hombres
empezaron a engendrar, hasta los tiempos en que dejarán de procrear;
porque todo este siglo en que se van los que mueren, y suceden los que
nacen, es el discurso y progreso de estas dos ciudades de que
tratamos".
CD XV, c 1 fuente: Wikisource
¿Qué tipo de relaciones se establece entre las dos ciudades?
Aunque la ciudad terrena no vive según la fe aspira a la paz, por
eso es necesario armonizar en ella las voluntades humanas en el mandar
y obedecer. La ciudad celeste, o la mejor parte de ella, aún desterrada en esta
vida mortal, se rige por la fe y también busca la paz. Por ello no duda en
obedecer las leyes de la ciudad terrena, promulgadas para la
administración y mantenimiento de esta vida transitoria.
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"La Ciudad celestial, o, por mejor decir, una parte de ella que anda
peregrinando en esta mortalidad y vive de la fe, también tiene
necesidad de semejante paz, y mientras en la Ciudad terrena pasa como
cautiva la vida de su peregrinación, como tiene ya la promesa de la
redención y el don espiritual como prenda, no duda sujetarse a las
leyes en la Ciudad terrena, con que se administran y gobiernan las
cosas que son a propósito y acomodadas para sustentar esta vida mortal;
porque así como es común a ambas la misma mortalidad, así en las cosas
tocantes a ella se guarde la concordia entre ambas Ciudades".
CD XIX, c 17 fuente: Wikisource
Pese a lo anterior, la ciudad de Dios es superior a la ciudad terrena, pues es
el modelo de toda sociedad, ya que solo en ella puede reinar la
justicia, el orden y la paz verdadera. Las sociedades terrenas, que no
reconocen a Dios como su amor, no pierden su categoría de sociedad,
aunque son incapaces de conocer la verdadera justicia
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"Si definiésemos al pueblo; no de ésta, sino de otra manera, como si
dijésemos: el pueblo es una congregación de muchas personas, unidas
entre sí con la comunión y conformidad de los objetos que ama, sin duda
para averiguar que hay un pueble será menester considerar las cosas que
urna y necesita. Pero sea lo que fuere, lo que ama, si es congregación
compuesta de muchos, no bestias, sino criaturas racionales, y unidas
entre sí con la comunión y concordia de las cosas que ama, sin
inconveniente alguno se llamará pueblo, y tanto mejor cuanto la
concordia fuese en cosas mejores, y tanto peor cuanto en Peores".
CD XIX, 24 fuente: Wikisource
Así la ciudad celeste es el ideal de la ciudad terrena, que es primera en
el tiempo y la ciudad celeste un ideal a alcanzar en la historia. Por
tanto, todos los habitantes de la ciudad celeste lo fueron anteriormente
de la ciudad terrena, aunque no todos los de la ciudad terrena lo serán
de la celeste.
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"El primero que nació dé nuestros primeros padres fue Caín, que
pertenece a la ciudad de los hombres; y después Abel, que pertenece a
la ciudad de Dios; pues así como en el primer hombre, según expresión
del apóstol, «no fue primero lo espiritual, sino lo animal, y después
lo espiritual» (dedonde cada hombre, naciendo de raízcorrompida primero
es fuerza que, por causa del pecado de Adán sea malo y carnal, y si
renaciendo en Cristo le cupiere mejor suerte, después viene a ser bueno
y espiritual), así en todo el linaje humano, luego que estas dos
ciudades, naciendo y muriendo, comenzaron á discurrir, primero nació el
ciudadano de este siglo, y después de él el que es peregrino en la
tierra y que pertenece a la Ciudad de Dios, predestinado por la gracia,
elegido por la gracia y por la gracia peregrino en el mundo, y por la
gracia ciudadano del cielo".
CD XV, 1 fuente: Wikisource
La ciudad celeste tendrá su culminación, no en este mundo, sino en Dios
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"porque la ciudad de los santos es soberana y celestial, aunque
produzca en la tierra los ciudadanos, en los cuales es peregrina hasta
que llegue el tiempo de su reino, cuando llegue a juntar a todos,
resucitados con sus cuerpos, y entonces se les entregará el reino
prometido, donde con su príncipe; rey de los siglos, reinarán sin fin
para siempre".
CD XV, 1 fuente: Wikisource
Si bien Agustín tiende a una influencia del ámbito religioso sobre el
civil, propició la obediencia de las leyes justas del Estado buscó la
sumisión del derecho civil a las leyes y mandatos de la Iglesia.
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"La paz del cuerpo es la ordenada disposición y templanza de las
partes. La paz del alma irracional, la ordenada quietud de sus
apetitos. La paz del alma racional, a ordenada conformidad y concordia
de la parte intelectual y activa. La paz del cuerpo y del alma, la vida
metódica y la salud del viviente La paz del hombre mortal y de Dios
inmortal, la concorde obediencia en la fe, bajo de la ley eterna. La
paz de los hombres, la ordenada concordia. La paz de la casa, la
conforme uniformidad que tienen en mandar obedecer los que viven
juntos. La paz de la ciudad, la ordenada concordia que tienen los
ciudadanos y vecinos en ordenar y obedecer. La paz de la ciudad
celestial es la ordenadísima conformísima sociedad establecida para
gozar de Dios, y unos de otros en Dios. La paz de todas las cosas, la
tranquilidad del orden; y el orden no es otra cosa que una disposición
de cosas iguales y desiguales, que da cada una su propio lugar".
CD XIX, 13 fuente: Wikisource
Isidoro de Sevilla (570-636)
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Imagen 46. Isidoro de Sevilla |
La concepción política de Isidoro de Sevilla conjuga el pensamiento pagano con el pensamiento cristiano, así podemos ver en su definición de sociedad como sigue a Cicerón al definirlo como multitud humana asociada por la conformidad con el derecho y la concordia.
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"Populus est humanae multitudinis, iuris consensu et concordi communione sociatus. Populus autem eo distat a plebibus, quod populus universi cives sunt, connumeratis senioribus civitatis".
Etimologías IX, 4, 5 fuente: The latin library
La validez del orden político viene dada por ajustarse al orden moral, así los creadores de las leyes o del derecho solo serán legítimos si son justos. Igualmente la legitimidad del rey se posee cuando se obra rectamente y se pierde cuando se obra mal.
Por lo que el principe está obligado
por la ley
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"Iure autem disceptare est iuste iudicare: non est autem iudex si non est in eo iustitia".
Etimologías XVIII, 15, 6 fuente: The latin library
"Vnde et apud veteres tale erat proverbium: 'Rex eris, si recte facias: si non facias, non eris.' "
Etimologías IX, 3, 4 fuente: The latin library
"Principes legibus teneri suis, nec in se posse damnare iura quae
in subiectis constituunt. Iusta est enim uocis eorum auctoritas, si,
quod populis prohibent, sibi licere non patiantur".
Santencias III 51.2. fuente: The latin library
El orden político, al igual que ocurría con Agustín, está ocasionado por el pecado, pero este orden político no tiene porque ser injusto, a no ser, como hemos visto, que obre injustamente y en contra de los ciudadanos.
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"Propter peccatum primi hominis humano generi poena diuinitus inlata est seruitutis, ita ut quibus aspicit non congruere libertatem, his misericordius in roget seruitutem. Et licet per peccatum humanae originis, tamen aequus Deus ideo iscreuit hominibus uitam, alios seruos constituens, alios dominos, ut licentia male agendi seruorum potestate dominantium restringatur. Nam si omnes si e metu fuissent, quis esset qui amalisquempiam cohiberet? Inde et in gentibus principes regesque electi sunt, ut terrore suo populos a malo coercerent, atque ad recte uiuendum legibus subderent".
Santencias III 47.1. fuente: The latin library
"Bonus rex facilius ad iustitiam a delicto regreditur, quam de iustitia
ad delictum transfertur, ut noueris hic esse casum, illuc propositum.
In proposito eius esse debet numquam egredi a ueritate; quod si casu
titubare contigerit, mox resurgere".
Santencias III 49.4. fuente: The latin library
El poder viene de Dios y aunque en la monarquía visigoda era costumbre que los reyes intervinieran en los asuntos de la Iglesia e Isidoro admite la posibilidad de su intervención para imponer la disciplina eclesiástica, cuando esto no es posible solo mediante la predicación. Sin embargo, desautoriza el uso de la fuerza para obligar a abrazar la fe. Por otro lado, los reyes, tienen que estar sometidos a la disciplina religiosa y sus leyes deben ser conformes a la fe y a la preservación de la misma.
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"Reges quando boni sunt, muneris esse Dei;
quando ueromali, sceleris esse populi. Secundum meritum enim plebium
disponitur uita rectorum, testante Iob: Qui regnare facit hypocritam
propter peccata populi".
Santencias III 49.4. fuente: The latin library
"51.4. Principes saeculi nonnumquam intra ecclesiam potestatis adeptae culmina tenent, ut per eandem potestatem disciplinam ecclesiasticam muniant. Ceterum intra ecclesiam potestates necessariae non essent, nisi ut, quod non praeualet sacerdos efficere per doctrinae sermonem, potestas hoc imperet per disciplinae terrorem.
51.5. Saepe per regnum terrenum caeleste regnum proficit, ut, qui intra ecclesiam positi, contra fidem et disciplinam ecclesiae agunt, rigore principum conterentur, ipsamque disciplinam quam ecclesiae utilitas exercere non praeualet, ceruicibus superborum potestas principalis inponat; et, ut uenerationem mereatur, uirtute potestatis inpertiat.
51.6. Cognoscant principes saeculi Deo debere se rationem propter ecclesiam, quam a Christo tuendam suscipiunt. Namsiue augeatur pax et disciplina ecclesiae per fideles principes, siue soluatur, ille ab eis rationem exigit, qui eorum potestati suam ecclesiam credidit".
Santencias III 51,4-6 fuente: The latin library
Pedro Damian y el agustinismo político
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Imagen 47. Pedro Damián
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Pedro Damián (1007-1072) cardenal benedictino y generador de la reforma monástica y eclesiástica del siglo XI. También fue un exponente del denominado agustinismo político.
Su pensamiento es un pensamiento teocrático, que considera a la Iglesia como la autoridad suprema a la que tienen que subordinarse los poderes seculares. El emperador, al ser ungido queda al servicio de la Iglesia. La sociedad es considerada como sociedad cristiana, sin la posibilidad de existencia de otra forma social válida.
Por lo que podemos ver, y lo que ya hemos indicado hablando de Agustín de Hipona, no hay coincidencia entre este agustinismo político y el pensamiento de Agustín. La única referencia del agustinismo político es la utilización de la diferenciación entre la ciudad terrena y la ciudad celestial. Pero ya hemos visto que Agustín le da un sentido diferente, además defiende o acepta la validez de las sociedades ajenas a la sociedad cristiana. Por otro lado, este agustinismo político, al menos el defendido por Pedro Damián, desprecia la validez de las aportaciones de la filosofía defendidas por Agustín de Hipona, reduciendo la fe a mera credulidad.