Periodismo

Esta es una compilación de textos escritos para El Diario de la República, entre junio de 2011 y septiembre de 2012.

A principios de 2011 yo vivía en Villa Mercedes (San Luis) y trabajaba en Movistar. No me gustaba, pero era lo que había. Les vendía “flotas corporativas” a empresarios: un paquete de líneas para que hablen gratis entre ellos. El típico trabajo de oficina que tanto detestaba, y detesto. Una mañana no muy distinta a las anteriores, mientras desayunaba, me puse a hojear el diario. Y vi el aviso. El diario era El Diario de la República: el más popular de San Luis (y el único que pagaba). Buscaban redactor periodístico. Si bien yo ya venía escribiendo hacía años… ¡10 años!, mi experiencia como “redactor periodístico” era nula. El café se enfriaba junto a la computadora, y yo con los ojos clavados en el aviso, pensando. Me acordé de mis años en Rosario, de mi paso fugaz por la Facultad de Periodismo. Me acordé de Hemingway, de García Márquez, del gordo Soriano. Ellos habían sido maestros del periodismo… Era mi oportunidad para demostrar lo que sabía.

Trabajar en la redacción de un diario. ¡Que me paguen por escribir! Imprimí mi CV, que era poco más que un chiste, y al otro día lo llevé al diario. A la semana me llamaron, y tuve suerte, porque ese día estaba Miguel Fernández: que luego sería mi jefe de redacción; y Alberto Amato: eminencia de Clarín, por entonces daba capacitaciones en el diario y justo estaba en la provincia. Fue una entrevista grupal, nos juntaron a todos los que aspirábamos al puesto y nos hicieron unas preguntas de rutina. La próxima instancia era redactar una noticia. A mí me pidieron una que tuviera que ver con deportes. Redacté la noticia y la dejé en el diario. Era un puñado de nervios, quería ese trabajo, realmente lo quería. Además, no soportaba seguir yendo a la oficina de Movistar y ver esas caras fruncidas, tomando café y hablando por BlackBerry todo el día. No recuerdo cuántos días pasaron, y por fin me llamaron. Era Miguel Fernández: “¿podés empezar el lunes?”.

Y así empecé a trabajar como periodista. Uno de los mejores trabajos que tuve: hacía lo que me gustaba, y me pagaban por hacerlo. Guardo el mejor recuerdo de esos tiempos. Con los otros periodistas todo bien, pero no hice amigos. Lo mejor fue la experiencia en sí. Cubrir todas esas noticias, escribir algo que luego leerán miles de personas, en los cafés, en el colectivo, en sus casas, en el banco. Escuchar la bocina del taxi que nos llevaba al lugar de los hechos, manotear la libreta y salir corriendo detrás del fotógrafo, sin saber muy bien con lo que nos íbamos a encontrar. Una vez me tocó hablar con una mujer cuyo hijo había muerto ese mismo día en un accidente de motos. Yo llevaba una semana trabajando en el diario, apenas podía sostenerle la mirada. La mirada más triste y desecha que jamás vi… Una vez nos llamaron diciendo que un pozo se había tragado un auto. Llegamos al lugar, y efectivamente, un pozo gigante en plena calle de tierra se había “tragado” un auto. El conductor reaccionó rápido y se salvó. Son imágenes que no se borran. Era un juego para mí, el de ser periodista. Pero un juego que me tomaba muy en serio. Me gané la confianza de Fernández, y cada vez me daba más libertad para escribir lo que quisiera. Me iba bien, y ya me empezaba a encargar las notas importantes. Después de un año y cuatro meses, renuncié. Ya había jugado demasiado, y el sueldo no ayudaba. Me queda todo lo que aprendí, que fue mucho, y hoy es un tesoro para mí. Y quedan los libros que nos imprimía Amato. Hay uno que releo a veces: El estilo del periodista, de Álex Grijelmo. Como siempre, los que quedan son los libros.