La rayuela se juega con una
piedrecita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una
acera, una piedrecita, un zapato y un bello dibujo con tiza, preferentemente de
colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar
con la piedrecita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del
dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para
salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela
de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la
piedrecita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo («et tous nos amours»,
sollozó Emmanuèle boca abajo), lo malo es que justamente a esa altura, cuando
casi nadie ha aprendido a remontar la piedrecita hasta el Cielo, se acaba de
golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en
la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y
porque se ha salido de la infancia («je n'oublierai pas le temps des cérises»,
pataleó Emmanuèle en el suelo) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan,
como ingredientes, una piedrecita y la punta de un zapato.
(Julio Cortázar:
Rayuela, págs. 251-252)