“El fuerte abocetamiento pone de manifiesto y
establece como principal protagonista de la obra al
mismo hecho pictórico - la pintura-, desnuda de
todo artificio e ilusión. (…)Alguna obras toman a
veces un carácter acaso paisajístico, mientras que
en otras la mirada es devorada por centros
invisibles a los que agrega dramatismo el contraste
generado por la línea negra y gruesa sobre tonos
altos. Aunque el tema elegido para las obras es
precisamente no tener tema, éste sin embargo
existe ya que hay en las obras una inequívoca
referencia a la tradición de la pintura.”
Alejandro Diaz
- “El arte debe ser algo acorde con el curso de la
existencia. No puede haber para nosotros, nada
definitivo. Conviene ignorar lo que haremos
mañana”. Joaquín Torres García.
"Cuando Torres García retornó al Uruguay en 1934,
luego de 43 años de ausencia, lo hizo con el firme
propósito de fundar un gran movimiento de Arte
Constructivo. El artista distinguía fuertemente a la
Pintura -una disciplina que había nacido en el
Renacimiento y se estaba agotando luego del furor
de las vanguardias- del Arte Constructivo
Universal. Este arte basado en la idea de estructura,
y de carácter geométrico y monumental que habían
practicado las grandes culturas del pasado, no era
para Torres García una expresión de la subjetividad
del artista sino de un orden cósmico. Ese dualismo
entre Arte Universal y Pintura era otra expresión de
la batalla que en Torres libraban los impulsos por él
llamados clásico y romántico -la norma objetiva y
el impulso personal- continua lucha que tanto
atormentó al pintor y que tan prolífica fue para su
obra. Se puede decir que la pintura que Torres
García hizo a lo largo de su vida se alimenta en
gran medida de la tensión generada por ese par de
opuestos, y que cada aspecto de su obra constituye
una solución –que el mismo artista sabía
provisional- al conflicto. Pero lo que ahora viene al
caso, es que Torres García no trajo al Uruguay una
solución definitiva a la problemática planteada por
el arte en el siglo XX, sino que trajo un problema
claramente formulado y algunas herramientas para
encararlo. Y esa eterna tensión entre lo sensible y la
norma, entre lo que debe aprenderse del oficio y lo
que debe olvidarse para crear libremente, entre lo
subjetivo y lo universal, es lo que sigue y seguirá
generando obras de arte y artistas.
A sus quince años Federico Méndez alternaba la
lectura de los autores románticos y la realización
de autorretratos, con una pasión por el mundo de
los egipcios que le habría de llevar a la
antropología y la arqueología. Algunos años más
tarde, gracias a Julio Alpuy habría de conocer el
Museo de Arte Precolombino de Francisco Matto, en
cuyos fondos tenía su taller Gustavo Serra. El
Museo Matto, como se le llamaba coloquialmente,
era un espacio mágico en que confluían ambos
mundos –antiguo y moderno- y ambos tiempos; lo
actual y lo eterno. Y las obras constructivas de
Matto se hermanaban desde la planta baja con las
piezas de la vasta colección de arte indoamericano
del piso superior, uniéndose a ellas con hilos
invisibles. El ambiente del Museo Matto era
netamente de “Taller Torres García”, esa
construcción colectiva que vive en una grieta
espaciotemporal en la trama del mundo
posmoderno, en la cual se hacen uno las artes de
las grandes culturas de todas las épocas y ese
singularísimo trozo de arte moderno encarnado por
Torres García y sus discípulos.
Hoy, integrado a esa tradición de arte de todos los
tiempos, ése es el ambiente que se respira en el
taller del joven artista, donde se mezclan los
cuadros con el óleo todavía fresco, con los
cacharros de barro, libros de poetas latinos y
música clásica. Cuando Federico habla sobre arte,
su habitual parsimonia se troca en nervio, y habla
con el apasionamiento de quién ve - casi puede
tocar lo que está diciendo. ¿De qué se ocupa
cuando está haciendo un cuadro?. De crear una
armonía. De esas formas que se llaman entre ellas,
de esa pincelada que construye y que se hermana
con las formas, de estar presente en el instante.
Porque es ahí donde se vincula ese tono con la
emoción de la que nace, y con tal otro tono del
cuadro. En algún momento se fastidia por tener que
emplear siempre los mismos términos para
referirse a ciertas cosas (universal, eterno), esas
palabras algo gastadas por la repetición mecánica,
y que han perdido su poder de evocar para ser
simplemente “las palabras que usaba Torres”.
Observando en retrospectiva la pintura de Federico
se hace evidente el carácter cada vez más personal
que toma con los años luego de la –naturalmente-
gran cercanía inicial con la obra de Batalla y sobre
todo de Serra. Al igual que en la pintura de sus
amigos, el fuerte abocetamiento pone de
manifiesto y establece como principal protagonista
de la obra al mismo hecho pictórico - la pintura-,
desnuda de todo artificio e ilusión. Pero a medida
que la personalidad se va afirmando, una nueva
complejidad se manifiesta. Aparece una forma de
estructurar inequívocamente propia, y las obras
toman a veces un carácter acaso paisajístico,
mientras que en otras la mirada es devorada por
centros invisibles a los que agrega dramatismo el
contraste que genera la línea negra y gruesa sobre
tonos altos. Aunque el tema elegido para las obras
es precisamente no tener tema, éste sin embargo
existe ya que hay en las obras una inequívoca
referencia a la tradición de la pintura. Algunas
remiten a la naturaleza muerta, incluso a algunas
obras de Torres García del año 24 en que ensayó
una particular versión del cubismo. Pero la mayoría
son algo así como mundos metafísicos,
emparentados con la obra de Augusto Torres, Elsa
Andrada y Giorgio di Chirico, unos espacios ideales,
tal vez fragmentos de esa “Ciudad sin nombre” en
la que según Torres García viven los trabajadores
de las cosas del Espíritu.
La escultura en madera, piedra, cemento o ladrillo
fue su vocación más temprana, actividad que
Federico mantuvo ininterrumpida desde que el arte
empezó a inquietarle. Las piezas de la exposición
han sido talladas en algarrobo, olivo, fresno o
lapacho, y la nobleza del material unida a la
paciente labor artesanal les confiere un carácter de
cosa monumental, definitiva. Hay algunas piezas,
casi bajorrelieves en las que al igual que en muchas
maderas de la tradición del TTG, y del propio
Torres García, la forma es fundamentalmente plana.
En otras, de carácter netamente escultórico, la
tridimensionalidad de las piezas se manifiesta
claramente. Los grandes bloques prismáticos no
solamente imponen su volumen sino que proyectan
sus aristas construyendo una estructura
fuertemente espacial en la que se inserta una forma
tridimensional, generalmente una forma de cabeza.
El conjunto de la obra es coherente, fuerte y
personal, a la vez está ligado con esa tradición
moderna que, si creemos en ella, es parte de la
ancestral actividad humana de dar forma a la
materia para apresar en ella algo del espíritu."
Alejandro Diaz
Federico Méndez CV
Montevideo 1978
1996-97 Crea junto a Marcelo Larrosa y Luis
Balbuena el Taller La Piedra.
1998. Conoce y frecuenta a Julio Uruguay Alpuy en
sus estadías en Montevideo . A través de él conoce
el Museo de Arte Precolombino de Francisco Matto,
en cuyos fondos tenía su taller Gustavo Serra.
1999. Expone en la Nueva Congregación Israelita,
Montevideo, Uruguay.
2001. Expone en Galería Dinners, Bogotá,
Colombia. Expone en Galería Odaly´s, Caracas,
Venezuela. Ese mismo año recorre América
estudiando yacimientos arqueológicos y museos.
2003. Junto a Gustavo Serra y Luis Balbuena
intervino en la creación y desarrollo del Taller de
dibujo y pintura del Museo Torres García.
2006.Exposición “Estudios Colectivos”, Museo
Torres García, Montevideo, Uruguay.
2007. Exposición homenaje a Gonzalo Fonseca,
“Sobre los muros”. Museo de Historia del Arte,
Montevideo, Uruguay.
2009. Exposición “Variaciones Colectivas”, Casa de
la Cultura, Montevideo, Uruguay. 2010. Viaja a
Colombia y realiza diversas experiencias artísticas
de carácter colectivo.
Fuente: MTG
Artista(s) / Muestra
Lugar...
Horarios
Federico Méndez
Museo Torres García
Peatonal Sarandí 683
tel.
9162663
Lunes a viernes de 9.30h a 19.30h. Sábados 10 a 18 hs.